Hoy se cumplen ciento treinta años del nacimiento del gran cineasta germano-estadounidense Ernst Lubitsch, el más elegante y sofisticado de los directores del Hollywood de su tiempo. Varias de su primeras películas sonoras fueron comedias musicales producidas por Paramount, como "El desfile del amor" ("The love parade", 1929), en concreto la primera que rodó totalmente sonorizada, con canciones de Victor Schertzinger (música) y Clifford Grey (letra). El film logró un enorme éxito dentro y fuera de los Estados Unidos y obtuvo seis nominaciones al Oscar.
He aquí una secuencia con Lupino Lane y Maurice Chevalier en la que el chansonier francés interpreta Paris, stay the same.
Con ocasión del septuagésimo aniversario de su fallecimiento, recordamos al genial cineasta germanoamericano Ernst Lubitsch con esta secuencia asombrosamente espectacular de su película La viuda alegre (1934), opulenta adaptación de la opereta homónima del compositor austro-húngaro Franz Lehár producida por M.G.M. que protagonizaron Maurice Chevalier y Jeanette MacDonald y que ganó el Oscar a la mejor dirección artística.
En el aniversario natal del cineasta alemán Ernst Lubitsch, recordamos el delicioso y personalísimo estilo que le hizo célebre como consumado maestro de la comedia sofisticada, género en el que brilló como nadie conjugando inteligencia, elegancia, ligereza y un fino sentido del humor en buen número de títulos clásicos del mejor cine de Hollywood. En los siguientes textos y video se reflexiona sobre la marca distintiva, casi indefinible pero tangible, de este gran creador: el conocido como "toque Lubitsch":
Como decía su colega y admirador Billy Wilder, "durante veinte años todos nosotros intentamos encontrar el secreto del toque Lubitsch. De vez en cuando, con un poco de suerte, lográbamos algún que otro metro de película que brillaba momentáneamente como si fuera de Lubitsch, pero no era realmente suyo". El toque Lubitsch era como el aroma de un buen vino que todo el mundo detecta y degusta pero que nadie acierta a explicar del todo. Estaba compuesto por un argumento elegante y sofisticado, por un refinamiento que se deslizaba a menudo hacia la ironía fina. En cada escena era tanto lo que se sugería como lo que se mostraba y, en muchas de sus películas, subyacía un erotismo tan sutil, que los censores nunca podían cortarlo, porque no se puede cortar un aroma.
(Fragmento del artículo ¿Qué era el toque Lubitsch? de la página El Cine de LoQueYoTeDiga)
Ernst Lubitsch es uno de los mayores estilistas del cine americano. El secreto de su arte radica en el célebre "toque Lubitsch". La manera juguetona, irónica e inimitable con que satiriza las debilidades de la sociedad, especialmente el sexo, en la larga serie de comedias frívolas "europeas" y de musicales que rodó en Hollywood.
Contaba Billy Wilder en 1979: El "toque Lubitsch" es lo más difícil de definir del mundo... es como preguntarme qué hizo que Greta Garbo fuese Greta Garbo o Marilyn Monroe, Marilyn Monroe. No fueron sus estudios, ni tampoco los años pasados por ejemplo en la Academia de Teatro Sueca, sino, por así decirlo, el llamado factor X, algo especial e indefinible, que no se puede fabricar en serie. El "toque Lubitsch" consistía simplemente en una manera muy concreta de elegancia mental: en la forma original que tenía de abordar una escena, un momento o un giro en el diálogo. Creo que su secreto consistía en que hacía participar al público, proporcionándole ciertas claves y afinadas sugerencias que le convertían en cómplice suyo... Dicho en otras palabras, no decía nunca que dos y dos son cuatro, sino que se limitaba a formular uno más tres y dejaba que el público sumase por sí mismo, lo que le proporcionaba un gran placer.
Cuando hablo con estudiantes o directores jóvenes y me preguntan por Lubitsch me limito a decir: "Miren ustedes, les voy a fijar la siguiente tarea para hacer en casa. El argumento es éste: Hay un rey, una reina y un teniente del ejército del rey. Me gustaría que describiesen dramáticamente cómo descubre el rey que el teniente se entiende con su mujer. Hay miles de variantes de esta situación, pero apuesto lo que quieran a que nunca se les ocurrirá una solución mejor que la de Lubitsch. He aquí cómo la resolvió en "La viuda alegre" (1934), película en la que creó una atmósfera de alegría e hizo reir al público como ningún otro director podría haberlo hecho:
Ernst Lubitsch es
uno de los mayores estilistas del cine americano. El secreto de su arte radica en el célebre “toque Lubitsch”.
La manera juguetona, irónica e inimitable con
que satiriza las debilidades de la sociedad, especialmente el sexo, en
la larga
serie de comedias frívolas “europeas” y de musicales que rodó en
Hollywood. - See more at:
http://www.pasionporelcineclasico.com/2016/01/el-toque-lubitsch.html#.Vqs5NEB3d-J
Ernst Lubitsch es
uno de los mayores estilistas del cine americano. El secreto de su arte radica en el célebre “toque Lubitsch”.
La manera juguetona, irónica e inimitable con
que satiriza las debilidades de la sociedad, especialmente el sexo, en
la larga
serie de comedias frívolas “europeas” y de musicales que rodó en
Hollywood. - See more at:
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Empieza con el rey y la reina en la cama po la mañana, justo antes de levantarse. El rey lo interpretaba George Barbier, un hombre alto y robusto, y la reina, Una Merkel. Primero se abrazaban y besaban mucho, luego el rey se vestía, le daba a su mujer un beso de despedida y salía del dormitorio. Fuera se encontraba el teniente (Maurice Chevalier) haciendo guardia y con una espada que levanta a modo de saludo cuando pasa el rey, que le devuelve el saludo y desciende sonrientemente las escaleras. Chevalier enfunda nuevamente la espada, contempla cómo se aleja el rey y entra en el dormitorio real. La puerta se cierra. Entonces el rey se detiene, dándose cuenta de que se ha olvidado la espada y el cinto. Vuelve a subir las escaleras. ¡Suspense! Entra en el dormitorio. La puerta se vuelve a cerrar. Seguimos sin ver el interior. Sale de nuevo, todavía sonriendo. Mientras camina intenta ponerse el cinto, pero le queda pequeño. Vuelve al dormitorio y esta vez entramos con él para descubrir a Chevalier escondido debajo de la cama...
(Texto procedente del blog Pasión por el cine clásico)
A lo largo de su extensa producción estadounidense, Lubitsch se
caracterizó por una inimitable elegancia en el arte de la sugerencia,
rasgo de estilo definido por la crítica como "toque Lubitsch".
Mucho se ha escrito sobre el toque Lubitsch, incluyendo el
libro de ese título de Herman Weinberg, que no pasa de ser una atractiva
biografía acompañada de algunos documentos. El toque Lubitsch
era antes que nada un estilo, un tono que impregnaba de principio a fin
cada una de sus películas pero, más concretamente, podríamos definirlo
como la crema de un exquisito pastel. Tal o cual deliciosa comedia de
Lubitsch ofrece en determinados momentos un tipo de soluciones
narrativas que por su poder sintético y sugerente, por su brillantez y
perfecta adecuación a la historia son como una metáfora, como una
concentración de toda una forma de hacer. Esos momentos mágicos podían
ser una veces soluciones visuales y otras dialogadas, anotaciones
psicológicas o elipsis prodigiosas, arranques antológicos o inesperados
desenlaces, pero en cualquier caso, soluciones estrictamente
cinematográficas que jamás detenían o desviaban la historia para lograr
un efecto, sino todo lo contrario; la enriquecían, complementaban y
hacían avanzar y, sobre todo, siempre eran de una fidelidad escrupulosa
al espíritu del film en el que figuraban.
Las películas mudas de Lubitsch, realizadas primero en Alemania y más
tarde en Estados Unidos, serían más que suficientes para asegurarle un
lugar en el Olimpo, aunque no hubiese rodado una sola de sus películas
sonoras, las más populares y por las que suele ser más apreciado hoy
día. El estilo Lubitsch se forjó en los estimulantes años del mudo. Él y
su coguionista de ésta época, Hans Kraly, llegaron más lejos que nadie
en el sofisticado arte de contar sin palabras, y cuando el sonoro llegó,
Lubitsch fue el más astuto de todos. Lejos de hundirse, como ocurrió con
Griffith, Keaton, Stroheim y tantos otros, tampoco adoptó el arrogante
desafío de Chaplin de ignorar el sonido. Lubitsch no solo conservó y
desarrolló todo lo aprendido en los años silenciosos, sino que llevó el
arte del diálogo a las más altas cuotas de sofisticación, y entendió de
inmediato la importancia de los ruidos –y la del silencio– en las
películas sonoras. Por si esto fuera poco, inventó el musical moderno, con las canciones formando parte de la acción en oposición al imperante
estilo Melodías de Broadway.
Refiriéndose a Lubitsch, Francois Truffaut escribió que para él lo
esencial era no tratar nunca un tema de forma directa y que de lo que se
trataba era de no contar la historia e incluso de buscar el modo de no contarla del todo, y añadía:
si nos quedamos fuera de la puerta de una habitación cuando todo ocurre
dentro, si nos quedamos en el “office” cuando la acción ocurre en el
salón, y en el salón cuando tiene lugar en la escalera, y en el teléfono
cuando sucede en la bodega, es porque Lubitsch se ha roto la cabeza
para permitir a los espectadores construir por sí mismos, con él, el
guión mientras ven la película proyectada. Truffaut remataba su razonamiento diciendo: En el Gruyere Lubitsch cada agujero es genial. Maestro
en el arte de divertir a los espectadores haciéndoles descubrir a ellos
mismos las cosas y convirtiendo el cine en participación, Lubitsch fue
acusado a veces por sus actores de prestar más atención a las puertas
que a ellos, cuando en una ocasión había declarado que las puertas son tan importantes como los actores.
Pero no sólo de jugar con puertas se trata, aunque la puerta es una
perfecta metáfora de lo que constituía la esencia de su trabajo: adivina
primero lo que está ocurriendo al otro lado y veamos después si
acertaste.
Veamos un corto ejemplo: "Ninotchka"(1939). Sobre un plano de la Plaza de la Concordia en París, un título: Esta
película ocurre en París en aquellos días maravillosos en los que una
sirena era una morena y no una alarma… Y en los que cuando un francés
apagaba la luz no era a causa de un bombardeo. No se puede ser más
sintético para exponer las diferencias entre la guerra y la paz y para
explicar que la nostalgia de hoy comienza mañana por la mañana.
(Fragmentos del artículo Ernst Lubitsch: el toque mágico de la sugerencia de Juan Guillermo Ramírez en la página Literariedad).
Hoy es aniversario natal del genial cineasta alemán Ernst Lubitsch. A pesar de su repentino fallecimiento a los 55 años, tuvo una prolífica y brillante carrera desde sus inicios en el cine silente de su país hasta su consolidación en el sonoro en Hollywood. Refinado, hedonista y cosmopolita, en sus películas alemanas recalcó sus raíces judías y en las americanas, sus raices europeas. Alcanzó enorme prestigio como elegante director de inteligentes y sofisticadas comedias, en las que se distinguió por su mirada sutil, delicada y benigna hacia las aspiraciones y conflictos de sus personajes y, sobre todo, por 'el toque Lubitsch', consistente en la sabia y recurrente utilización de inesperadas alusiones, sugerencias o elipsis (generalmente de velado carácter sexual) en las que desempeña un papel fundamental el inconsciente humano, los deseos ocultos, la mirada cautiva, propiciando así que la imaginación del espectador cubra los huecos de la narración y los tránsitos de una acción a otra. Después de tres candidaturas sin premio al Oscar, la Academia reconoció su trayectoria con uno honorífico meses antes de su muerte. Maestro de la estilización, en su filmografía hay un buen número de clásicos de la historia del cine. Su discípulo, el guionista y director austríaco Billy Wilder tenía un rótulo en su despacho de trabajo donde se podía leer "¿Cómo lo haría Lubitsch?".
Semblanza biográfica procedente (con retoques) de la página decine21:
Un toque de maestro
Nadie ha logrado la mitad de elegancia que él a la hora de lanzar
torpedos en la línea de flotación de los diversos regímenes políticos
que conoció. A la hora de usar la ironía fina y con gracia, Ernst
Lubitsch es el maestro de los otros maestros, como Billy Wilder, que
empezó su carrera con él. Aprovechó su celebérrimo “toque” para componer
una serie de películas que permanecen inalterables con el paso del
tiempo, y que se pueden ver una y otra vez sin cansar.
Nacido en la capital alemana, Ernst Lubitsch
era hijo de un sastre judío de procedencia rusa. Desde muy joven fue un
apasionado del cabaret, y de todo lo relacionado con la interpretación,
hasta tal punto que a los 16 años decide dejar los estudios y probar
fortuna como actor en diversos locales nocturnos de music hall. A su
padre no le hizo mucha gracia, pero se lo permitió a cambio de que
también se ocupase de la contabilidad en la sastrería familiar.
En 1911, Ernst Lubitsch se une a la compañía teatral del ilustre Max
Reinhardt, figura fundamental del teatro alemán. Llegó a ser
protagonista de alguna de sus obras, al tiempo que, para sacarse un
dinero extra, entra en el mundo del cine, primero como chico para todo,
en los estudios Bioscope. Pasa a interpretar alguna película, y aparece
en una serie de comedias interpretando a un personaje que viste a la
manera tradicional judía. Desde 1914, decide escribir y dirigir sus
propios filmes.
Su primer éxito fue el mediometraje de terror Los ojos de la momia (1918), con Pola Negri, que se convertiría de su mano en una gran estrella. A continuación vuelve a dirigirla en el largometraje Carmen (1918),
que obtiene repercusión internacional. Cuando el gobierno y la banca
alemana apoyan a la compañía UFA para producir grandes superproducciones
que puedan competir con las películas de Hollywood, Lubitsch se
convierte en el director más destacado de la compañía, sobre todo a raíz
del éxito de Madame DuBarry (1919),
muy crítica con Francia, pues muestra la violencia de la “idealizada”
Revolución Francesa. Y es que UFA tenía como principal objetivo que sus
películas atacaran a los enemigos de Alemania, por lo que Lubitsch
dirige también Ana Bolena (1920), que recrea el oscuro episodio de la historia de Inglaterra.
Tras otros importantes títulos como El gato montés (1921) con Pola Negri y La mujer del Faraón (1922) con Emil Jannings, fue la celebérrima actriz Mary Pickford quien se llevó a Lubitsch a Estados Unidos, para que dirigiera Rosita, la cantante callejera (1923),
un film que ella iba a protagonizar y producir. Aunque la cinta tuvo mucho
éxito, su falta de entendimiento con Pickford impidió nuevas colaboraciones y una compañía modesta, que por aquel entonces iniciaba poco a poco
su andadura, Warner, le ofreció un contrato.
Pronto se ve que Lubitsch destaca especialmente en el terreno de la comedia, así en Los peligros del flirt (1924), con Adolphe Menjou o La frivolidad de una dama (1924),
de nuevo con Menjou y con Pola Negri. Ya en los años 20 se hizo célebre
el término “toque Lubitsch” para referirse a un estilo de rodar basado
en sugerir más que en mostrar, como ocurría con las célebres puertas
entreabiertas en El abanico de Lady Windermere (1925) o el juego de equívocos en La locura del charlestón (1926).
Pero el cine del realizador también se distingue por su enorme
capacidad para tratar temas dramáticos bajo una apariencia de comedia
desenfadada. Asímismo sobresalen la comedia romántica El príncipe estudiante (1927), con Ramon Novarro y Norma Shearer, y el drama histórico El patriota (1928), con Emil Jannings.
Fue con la llegada del sonoro cuando Lubitsch empezó a deslumbrar de
verdad, por su brillante utilización de los diálogos, en títulos como El desfile del amor (1929), con Maurice Chevalier y Jeanette MacDonald. Destaca también en el terreno del musical con tres episodios dirigidos en Galas de la Paramount (1930) y Montecarlo (1930), con Jack Buchanan y Jeanette MacDonald. Tras El teniente seductor (1931), otro gran éxito con Chevalier, fracasa espectacularmente en taquilla, aun con críticas respetuosas, con el drama Remordimiento (1932), por lo que decide centrarse en comedias como las especialmente memorables Un ladrón en la alcoba (1932), con Miriam Hopkins, Kay Francis y Herbert Marshall, y Una mujer para dos (1933), con Fredric March, Gary Cooper y Miriam Hopkins, y las operetas musicales Una hora contigo (1932) y La viuda alegre (1934), ambas una vez más con Chevalier y MacDonald.
Entre 1922 y 1930 estuvo casado con Helene Kraus. En 1935 contrae matrimonio con la actriz británica Vivian Gaye
(con la que tendrá una hija en 1938). Tras la llegada de los nazis al poder, Lubitsch acabará
nacionalizándose estadounidense en 1936. Desde el
año anterior fue nombrado supervisor de Paramount, cargo que aprovechó para dar
trabajo a algunos compañeros que tuvieron que huir de Alemania.
Enseguida deja el cargo y entra en su etapa de plenitud creativa, con
sus películas más redondas, como Ángel (1937), con Marlene Dietrich como una mujer que tiene una aventura extraconyugal en París, La octava mujer de Barba Azul (1938), redondísima comedia con Claudette Colbert y Gary Cooper, que tenía como coguionista a Billy Wilder, al igual que Ninotchka (1939), ingeniosa comedia protagonizada por Greta Garbo y Melvyn Douglas, en la que los sólidos ideales de una joven comunista llegan a derrumbarse, simplemente tras su fascinación por un curioso sombrero.
En los años 40, Lubitsch acumula títulos memorables como El bazar de las sorpresas (1940), con Margaret Sullavan y James Stewart, Lo que piensan las mujeres (1941), con Merle Oberon, Melvyn Douglas y Burgess Meredith o El diablo dijo no (1943), con Gene Tierney, Don Ameche y James Coburn.
Aunque su gran especialidad siguen siendo las críticas políticas, a
través de ingeniosas sátiras. Le dan juego especialmente los
totalitarismos: tal y como ocurrió con el comunismo en Ninotchka, así con el nacionalsocialismo en Ser o no ser(1942), protagonizada por Carole Lombard y Jack Benny, donde el teatro traspasa su espacio para integrarse plenamente en la vida, confusión que configura buena parte de la obra del director alemán, en la que siempre se intenta
restar importancia a las acciones más comprometidas y dramatismo a las
visiones más duras de los acontecimientos que se plasman. También le sacó mucha punta a las costumbres tradicionales británicas en El pecado de Cluny Brown (1946), con Charles Boyer y Jennifer Jones. Esta fue la última película que terminó, pues Lubitsch murió
prematuramente, a consecuencia de un paro cardiaco, tras ocho días del
rodaje de La dama de armiño (1948), que terminaría Otto Preminger. Éste había acabado tres años atrás La zarina (1945), otra obra inconclusa de Lubitsch.
“Nos hemos quedado sin Lubitsch”, le dijo Billy Wilder a William Wyler
en su funeral. “Peor aún, nos hemos quedado sin las películas de
Lubitsch”, replicó éste. Por desgracia, tenía razón y ya no se hacen
películas como las suyas.