APOTEOSIS DEL ARTIFICIO, MAESTRA DE LA ILUSIÓN
Hoy se conmemora el aniversario natal de la legendaria actriz y cantante alemana Marlene Dietrich, que adoptó la nacionalidad estadounidense una vez asentada su posición de estrella hollywoodense. Una de las estrellas cinematográficas más deslumbrantes de todos los tiempos, su personaje de la cabaretera Lola-Lola en El Ángel Azul, producción alemana de la que se rodó también una versión en inglés, la catapultó internacionalmente al estrellato y sentó las bases de su imagen de femme fatale, auspiciada por Josef Von Sternberg, cineasta austriaco que la fue puliendo y refinando al máximo en cada una de las siete películas en que la dirigió. Aun después de su separación, en sus restantes films, Dietrich se mantuvo siempre fiel a esa sugestiva y enigmática apariencia, a la que fue añadiendo mayor sofisticación y refinamiento año tras año. Vestida lujosa y elegantemente, maquillada e iluminada con sumo cuidado y perfeccionismo, Marlene podía aparecer una estatua viviente en la pantalla, personificando el ideal estético de toda una época, que combinaba la femineidad extrema con un estilo andrógino que levantó polémica y se adelantó a su tiempo. Ella fue la primera estrella en atreverse a vestir trajes de corte masculino, que ponían de manifiesto su ambigüedad sexual. Al igual que Garbo, en sus películas en Hollywood siempre interpretó a mujeres extranjeras, generalmente aventureras y cantantes. A lo largo de toda su carrera grabó multitud de discos, cantó para las tropas durante la guerra, en la que alternó tanto con generales como con soldados, fue condecorada y sus míticas piernas aseguradas en un millón de dólares de la época. En 1948 su única hija, María Riva, la convirtió en 'la abuela más glamourosa del mundo'. Ya cincuentenaria emprendió una exitosa carrera paralela como cotizadísima entertainer en escenarios de varios continentes, donde con su peculiar e inconfundible (aun limitada) voz, sabiduría escénica y estilizada presentación, creaba momentos mágicos e irrepetibles, que se prolongaron hasta su retiro ya septuagenaria.
Marie Magdalene Dietrich era la menor de las dos hijas de Louis Erich Otto Dietrich, un teniente de policía y Wilhelmina Elisabeth Josephine Felsing, perteneciente a una acomodada familia de relojeros. Su padre falleció cuando Marlene tenía cinco años. Nueve años más tarde, durante la Primera Guerra Mundial, su madre se volvió a casar con otro militar, Eduard von Losch, que murió poco después a consecuencia de heridas de guerra. Educada bajo una estricta disciplina prusiana, desde temprana edad Marlene estudió canto y música, aprendió a tocar el violín y en su adolescencia se mostró interesada por la poesía y el teatro. Sus sueños de llegar a ser concertista de violín se vinieron abajo cuando se dañó la muñeca. No obstante, en 1922 tuvo su primer trabajo como violinista en una orquesta que acompañaba películas silentes en una sala de cine de Berlín, si bien el trabajo le duró sólo cuatro semanas. Su debut sobre la escena se produjo ese año, apareciendo como corista en un cabaret berlinés. Los humeantes clubes nocturnos del Berlín de los años 20 fueron el
escenario idóneo en que la atrayente sensualidad y liberal sentido de
la sexualidad de la rubia cantante comenzó a manifestarse. También desempeñó pequeños papeles en el teatro. Para mejorar sus aptitudes para la actuación y poder iniciarse en la
industria cinematográfica, Marlene asistió a clases de interpretación con
el prestigioso Max Reinhardt, debutando en la pantalla grande con un pequeño papel en El pequeño Napoleón (1923) de Georg Jacoby.
En mayo de 1923 contrajo matrimonio con Rudolph Sieber, con el que tuvo a su hija
Maria en diciembre de 1924. El enlace con Sieber fue su única boda, ya que aunque durante muchos años mantuvo
infinidad de romances con gente de toda condición, Marlene jamás se
divorció de Rudy, como ella le llamaba, conservando una estrecha
relación de confidencia a pesar de no proseguir su vida marital. Durante los años 20, Dietrich actuó en obras teatrales de Wedekind, Shakespeare o Bernard Shaw, atrayendo poco a poco mayor atención en comedias musicales sobre todo, al tiempo que seguía participando con papeles de mayor relieve en películas como Café Elektric (1927), El favorito de las damas (1929) o Flor de pasión (1929).
Tras una de sus funciones nocturnas, un caballero entre el publico se dirigió a ella para
ofrecerle una prueba para su nuevo proyecto cinematográfico. El film era El Ángel Azul
(1930), la primera película sonora europea, y el espectador Josef Von Sternberg. El director austriaco, que había vuelto a Berlín desde Hollywood tras realizar varios títulos importantes alli, se convirtió en su descubridor, su mentor y su amante. El triunfo comercial de El Ángel Azul, adaptación de una novela de Heinrich Mann, donde Marlene casi llegó a eclipsar al protagonista principal, el prestigioso actor y máxima estrella del cine alemán Emil Jannings, reciente ganador del primer Oscar de la historia al mejor actor, provocó que el director y su estrella femenina se trasladasen a
Hollywood para debutar en la capital del cine mundial con los estudios
Paramount, compañía que pretendía convertir a Marlene en germánica respuesta a
Greta Garbo, la sensación sueca bajo contrato con M-G-M. De hecho, comparadas en adelante, las respectivas filmografías en aquella década de ambas grandes estrellas de notoria rivalidad fomentada por los estudios (además, ellas evitaron siempre encontrarse en público), las películas de la una parecen réplica de las de la otra.
El mito había nacido y así Dietrich y Von Sternberg colaboraron en los años 30 en otras seis ocasiones: Marruecos (1930) con Gary Cooper, Fatalidad (1931) con Victor McLaglen, El Expreso de Shangai (1932) con Clive Brook, La Venus rubia (1932) con Cary Grant y Herbert Marshall, Capricho imperial (1934) con John Lodge, y El diablo es una mujer (1935) con Lionel Atwill y César Romero. Por la primera de ellas, Marlene obtuvo la única nominación al Oscar de toda su carrera. El éxito de las primeras películas que rodó con Von Sternberg hicieron de ella
la actriz mejor pagada del período, especialmente en la primera mitad
de la década de los 30, cuando ya se había convertido en leyenda viva y había fascinado a públicos de todo el mundo. Sin embargo, la tormentosa relación sentimental entre musa y director se quebró, particularmente cuando sus dos últimos títulos juntos no resultaron rentables y ambos prosiguieron sus carreras por separado.
Además de los títulos con Sternberg, son destacables en este decenio
películas como El cantar de los cantares (1933) drama romántico de Rouben Mamoulian, con Brian Aherne, apuesto actor británico con quien tuvo un episodio amoroso, Deseo (1936) de Frank Borzage, una comedia romántica producida por Ernst
Lubitsch en la que volvió a ser emparejada con Gary Cooper, El jardín de Alá (1936) de Richard Boleslawski, drama en que se casaba con Charles Boyer ignorando que era un monje que había colgado los hábitos, La
condesa Alexandra (1937) de Jacques Feyder, drama histórico junto a Robert Donat con producción británica de Alexander Korda, o Angel (1937) de Ernst Lubitsch, sofisticada comedia dramática con Melvyn Douglas y Herbert Marshall.
En un viaje a Europa en 1937, mientras se encontraba en Londres, oficiales del partido nazi le ofrecieron lucrativos contratos para volver a Alemania con el fin de convertirla en la principal estrella del Tercer Reich, lo que ella rechazó, apresurándose en solicitar la ciudadanía estadounidense ese mismo año, aunque los exhibidores americanos la habían incluido (junto a otras estrellas famosas como Garbo, Crawford, Hepburn o West) en una lista de indeseables para la taquilla: Por lo elevado de su salario y los altos costes de producción de sus películas, sus vehículos para la pantalla habían hecho caer los ingresos. En 1938 Marlene mantuvo una tórrida relación con el escritor alemán Erich Maria Remarque. Tras un lapso de dos años en que se dedicó a viajar por Europa, con Arizona (1939), western
de George Marshall co-protagonizado con James Stewart, consiguió revitalizar su carrera y lograr un nuevo contrato con la Universal. Esta película supuso, además, el mayor éxito comercial de cuantas rodó Dietrich.
Sus films más importantes en este período fueron Siete pecadores (1940) de Tay Garnett, primero de sus tres títulos coprotagonizados por John Wayne
(con quien mantuvo un breve pero apasionado romance), La llama de
Nueva Orleans (1941) de René Clair, comedia de aventuras, con Bruce Cabot, Alta tensión (1941) de Raoul Walsh, drama triangular con Edward G. Robinson y George Raft,
Capricho de mujer (1942) de Mitchell Leisen, divertida comedia con Fred MacMurray, Los usurpadores (1942) de Ray Enright, western con Randolph Scott y John Wayne, compañeros de reparto con los que repitió en Pittsburgh (1942) de Lewis Seiler, El príncipe mendigo (1944) de William Dieterle, con Ronald Colman, exótica y colorida producción M-G-M que no tuvo el éxito esperado, En las rayas de la mano (1947) de Mitchell Leisen, film de espionaje en el que interpretó a una gitana junto a Ray Milland, y Berlín Occidente (1948), comedia romántica enmarcada en la posguerra berlinesa dirigida por Billy Wilder, con Jean Arthur y John Lund. El actor francés y héroe de guerra Jean Gabin, con quien sostuvo una romántica relación sentimental desde 1941 y con quien protagonizó Martin Roumagnac (1946) de Georges Lacombe, pudo ser su amor definitivo: él quiso hacerla su mujer, pero ella no accedió.
Durante la Segunda Guerra Mundial, debido a sus firmes convicciones políticas de acérrima antinazi y ya nacionalizada norteamericana desde 1939, Marlene apoyó al bando aliado. Significativamente, su toma de partido alimentó una animadversión creciente entre la población de su país de origen, desafecto que se acentuó todavía más cuando acompañó y actuó para las tropas aliadas de diversos frentes en Europa y el norte de Africa en incontables ocasiones. Paradójicamente su versión de la canción "Lili Marleen", fue favorita a ambos lados del conflicto. Con el fin de las hostilidades, en 1945 Dietrich fue recompensada con la Medalla de la Libertad de los Estados Unidos y la Legión de Honor francesa. En cambio, a su vuelta a Alemania fue acusada de traidora.
Aunque con cada vez menos apariciones en la pantalla, en el decenio de los 50, Marlene siguió siendo reclamada por directores de la talla de Alfred Hitchcock en Pánico en la escena (1950), Fritz Lang en Encubridora (1952), Billy Wilder en Testigo de cargo (1957) u Orson Welles en Sed de mal (1958). También protagonizó otros títulos como Momentos de peligro (1951) de Henry Koster, con James Stewart o Gran mundo en Montecarlo (1957) de Samuel A. Taylor, con Vittorio De Sica. En esa década también tuvo una ardiente relación con Yul Brynner. Su última película importante fue Vencedores o vencidos (1961) de Stanley Kramer, dramático recuerdo a los juicios de Nuremberg, con un reparto multiestelar que incluía a Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark, Maximilian Schell, Judy Garland y Montgomery Clift, y que fue nominada a once Oscars.
Desde comienzos de los años 50 hasta mediados los años 70, Dietrich se especializó como la artista de cabaret mejor pagada del mundo, ofreciendo aclamados recitales en los mejores teatros y las principales ciudades del planeta. El compositor Burt Bacharach se convirtió en su amante y director musical en sus giras con su one-woman show, a base principalmente de las canciones de sus películas. El subyugante glamour de su imagen, su porte aristocrático, espectacular vestuario y su asentada condición de icono intemporal de la moda y la elegancia constituyeron un poderoso reclamo durante mucho tiempo para entusiastas audiencias. En 1968 recibió un Premio Tony especial por una de sus presentaciones en Broadway. Diversas caídas y fracturas en 1972, 1973, 1974 y 1975, propiciadas por su creciente dependencia de alcohol y calmantes, precipitaron el fin de sus actuaciones y su retiro y confinamiento (cuando no en hospitales) en su apartamento en París. Su marido Rudolf Sieber murió de cáncer en 1976. La última y breve aparición en pantalla (dos medias jornadas de trabajo) de Dietrich tuvo lugar en Gigoló (1979) de David Hemmings, junto a David Bowie. En 1982 accedió a participar en un documental sobre su vida, Marlene (1984), pero rehusó ser filmada y a su director Maximilian Schell sólo le permitió grabar su voz en off. En 1979, Dietrich anunció al personal que la cuidaba: "Me voy a la cama" y ya no volvió a levantarse en sus últimos trece años de vida, sin permitir a su amigos que la visitasen y aceptando sólo recibir de tarde en tarde la presencia esporádica de su hija. Sola, recluída y rodeada de sus recuerdos, leía libros o periódicos y gastaba una fortuna en facturas de teléfono, manteniendo largas conversaciones con conocidos en Londres, Nueva York o Los Angeles. Un fallo renal precipitó su muerte a los 90 años. Pocos meses, después, a fines de 1992, se publicó Marlene Dietrich por su hija Maria Riva, una documentadísima (y también bastante malévola) biografía sobre la estrella.