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domingo, 10 de mayo de 2015

Luis Ciges (Madrid, España, 10-5-1921 / Ibid, 11-12-2002): In memoriam

COMEDIANTE INCLASIFICABLE

Hoy es aniversario natal del actor español Luis Ciges. De figura enteca y huesuda, era, según recordaron algunos de sus mejores amigos, un hombre que logró convertir su profunda tristeza y fragilidad en un arma de humor. Una especie de Buster Keaton a la española que vivió tocado toda su vida por un drama íntimo: la muerte a balazos -al parecer, delante suyo- de su padre, el escritor y político republicano Manuel Ciges, a manos de un grupo de militares fascistas. Sobrino del escritor Azorín, hermano de su madre, Luis Ciges intervino, ya a partir de rozar la cincuentena, en casi 130 películas, especializándose en personajes pintorescos, excéntricos o marginales, a los que aportaba su aspecto imposible con entrañable desparpajo. La fama le llegó tarde y sin haberla buscado. A los 73 años fue ganador de un Goya al mejor actor de reparto. Según palabras propias fue un "ácrata por libre" que vivió instalado en la bohemia hasta (casi) su final en una residencia de ancianos, falleciendo a los 81 años.

Luis Ciges, el genio descreído

Por Joan Ripollés Iranzo

Imposible transitar el cine español de la segunda mitad del siglo pasado sin cruzarse, una y otra vez, con la figura sobria, enjuta y reticente de Luis Ciges, extraordinario actor de reparto que inyectó su sereno escepticismo —trufado de hallazgos cómicos— a la inmensa mayoría de sus personajes, hasta el punto de que algunos cineastas llegaron a ingeniarle papeles que no eran sino remedos de él mismo, tributos sinceros a su desbordante naturalidad interpretativa.
Había nacido en Madrid en mayo de 1921. Su padre, Manuel Ciges Aparicio, era un escritor de izquierdas —represaliado por sus escritos de denuncia durante las guerras coloniales— que, tras ser gobernador civil en Baleares y Santander al servicio de la Segunda República, pasa a ocupar el cargo en Ávila, donde es fusilado por las tropas desleales que acaban instaurando la dictadura.
De ahí, quizá, el poso fatalista que vislumbraremos en las maneras del futuro actor que, en 1941, evita nuevos castigos y confiscaciones alistándose en la División Azul, donde coincide con Luis García Berlanga, con quien traba amistad hasta el final de su vida, relatando su experiencia conjunta en el documental Extranjeros de sí mismos (José Luis López-Linares y Javier Rioyo, 2000).
A su vuelta del frente soviético, enfrenta estudios de Medicina, desempeñando su tarea en un hospital abulense para tuberculosos. Pero sus inquietudes son otras y, a comienzos de los cincuenta, lo encontramos en Madrid, matriculado en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, donde obtiene el título de director, que sólo pone en práctica en un puñado de documentales.
Sin prosperar tras la cámara, la inercia le lleva a estrenarse como figurante, formando parte del tapiz urbano de Historias de Madrid (Ramón Comas, 1958) y ejerciendo de leproso en Molokai, la isla maldita (Luis Lucia, 1959). Berlanga le facilita entonces la entrada a una de las constelaciones más lúcidas y mordaces de nuestro cine, asignándole un papel diminuto en Se vende un tranvía (Juan Estelrich, 1959), mediometraje escrito por el maestro valenciano y Rafael Azcona para la serie Los pícaros.
Ciges aparecerá en el reparto de las tres producciones dirigidas por Estelrich, en diez largometrajes de Berlanga y en otras tantas historias escritas por Azcona para cineastas de la talla de Pedro Olea, Francesc Betriu o José Luis García Sánchez, destacando como uno de los rostros más representativos de esa España íntima y coral, trágica y jocosa, que late entre la negrura, el esperpento y la concupiscencia, hasta regalarnos a Segundo, el criado avispado y marrano de los Leguineche en la trilogía nacional.
Se traslada a Barcelona para trabajar en los Estudios de Televisión Española en Miramar, de los que es expulsado por actos subversivos. Pero ya ha establecido contacto con la bohemia y la gauche divine barcelonesas, convertido en uno de los actores fetiche de la Escuela de Barcelona desde su aparición en Dante no es únicamente severo (Jacinto Esteva y Joaquim Jordà, 1967). Interviene en films de Vicente Aranda, Pere Portabella y, sobre todo, de su amigo Gonzalo Suárez, con quien colabora en cuatro largometrajes. Años después se pondrá también en manos de su hermano, enredándose en los misterios de El jardín secreto (Carlos Suárez, 1984).
En la Ciudad Condal trabaja además con Jaime Camino y se implica en proyectos tan atípicos como Cabezas cortadas (1970) —alegoría contra la dictadura realizada por Glauber Rocha— y Fin de verano (1970), cortometraje dirigido por el escritor Enrique Vila-Matas. Con la película de episodios Pastel de sangre (1971), inaugura un nuevo filón profesional que le lleva a formar parte del elenco de numerosos títulos del cine fantástico del momento, poniéndose al servicio de realizadores como Carlos Aured, León Klimovsky, Jacinto Molina o Narciso Ibáñez Serrador, que le mete en la piel del cartero de la mítica ¿Quién puede matar a un niño? (1976).
A finales de los setenta, se ha instalado de nuevo en Madrid, donde ya había iniciado su fructífera colaboración con Mario Camus en la década anterior, dos años antes de su puntual intervención en Campanadas a medianoche (1965) de Orson Welles. Maduro y curtido, está llamado a convertirse en ineludible existente del cine de la Transición y la Movida madrileña, apoderándose de la pantalla por encima de la brevedad de sus intervenciones. El desternillante parroquiano abducido de ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste? (Fernando Colomo, 1978), el portero parlanchín de Arrebato (Iván Zulueta, 1980) o el trastornado lavandero incestuoso de Laberinto de pasiones (Pedro Almodóvar, 1982) constituyen sólo tres de las numerosas composiciones que aborda con brillantez en este tramo de vida.
Se deja ver en cine y televisión, colaborando con todo tipo de realizadores y tocando diversos géneros, pero el gran público le recuerda, ante todo, manejándose en la comedia, que lleva interpretando desde sus primeras inmersiones. José Luis Cuerda lo eleva al grado de icono en su trilogía del absurdo cósmico, otorgándole enorme popularidad como el padre misógino y desconfiado de Amanece, que no es poco (1989) y brindándole el Premio Goya —como actor de reparto— por su papel de Matacanes en Así en el cielo como en la tierra (1995), el mismo año en que Javier Fesser lo llama para filmar su primer cortometraje.
Junto a tan singular realizador madrileño interpretará el único papel protagónico de su larga carrera, en la atolondrada El milagro de P. Tinto (1998), y rodará su última escena, recogida en el metraje de La gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003), que ya no alcanza a ver estrenada. Hace meses que los achaques le han obligado a dejar atrás su modesto piso, situado en la duodécima planta de un inmueble del distrito madrileño de Villaverde, para vivir su crepúsculo en una residencia.
Su corazón se detiene el 11 de diciembre de 2002. Antes se ha preocupado de donar su biblioteca personal —que incluye volúmenes legados por el célebre Azorín, su tío materno— al Festival de Cine de Islantilla (Huelva), que entrega, desde 2009, un premio con su nombre.

(Informe biográfico procedente de la página Centro Virtual Cervantes)



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