COMEDIANTE INCLASIFICABLE
Hoy es aniversario natal del actor español Luis Ciges. De figura enteca y huesuda, era, según recordaron algunos de sus mejores amigos, un hombre que logró convertir su profunda tristeza y fragilidad en un arma de humor. Una especie de Buster Keaton a la española que vivió tocado toda su vida por un drama íntimo: la muerte a balazos -al parecer, delante suyo- de su padre, el escritor y político republicano Manuel Ciges, a manos de un grupo de militares fascistas. Sobrino del escritor Azorín, hermano de su madre, Luis Ciges intervino, ya a partir de rozar la cincuentena, en casi 130 películas, especializándose en personajes pintorescos, excéntricos o marginales, a los que aportaba su aspecto imposible con entrañable desparpajo. La fama le llegó tarde y sin haberla buscado. A los 73 años fue ganador de un Goya al mejor actor de reparto. Según palabras propias fue un "ácrata por libre" que vivió instalado en la bohemia hasta (casi) su final en una residencia de ancianos, falleciendo a los 81 años.
Luis Ciges, el genio descreído
Por Joan Ripollés Iranzo
Imposible transitar el cine español de la segunda mitad del siglo pasado sin cruzarse, una y otra vez, con la figura sobria, enjuta y reticente de Luis Ciges, extraordinario actor de reparto que inyectó su sereno escepticismo —trufado de hallazgos cómicos— a la inmensa mayoría de sus personajes, hasta el punto de que algunos cineastas llegaron a ingeniarle papeles que no eran sino remedos de él mismo, tributos sinceros a su desbordante naturalidad interpretativa.
Hoy es aniversario natal del actor español Luis Ciges. De figura enteca y huesuda, era, según recordaron algunos de sus mejores amigos, un hombre que logró convertir su profunda tristeza y fragilidad en un arma de humor. Una especie de Buster Keaton a la española que vivió tocado toda su vida por un drama íntimo: la muerte a balazos -al parecer, delante suyo- de su padre, el escritor y político republicano Manuel Ciges, a manos de un grupo de militares fascistas. Sobrino del escritor Azorín, hermano de su madre, Luis Ciges intervino, ya a partir de rozar la cincuentena, en casi 130 películas, especializándose en personajes pintorescos, excéntricos o marginales, a los que aportaba su aspecto imposible con entrañable desparpajo. La fama le llegó tarde y sin haberla buscado. A los 73 años fue ganador de un Goya al mejor actor de reparto. Según palabras propias fue un "ácrata por libre" que vivió instalado en la bohemia hasta (casi) su final en una residencia de ancianos, falleciendo a los 81 años.
Luis Ciges, el genio descreído
Por Joan Ripollés Iranzo
Imposible transitar el cine español de la segunda mitad del siglo pasado sin cruzarse, una y otra vez, con la figura sobria, enjuta y reticente de Luis Ciges, extraordinario actor de reparto que inyectó su sereno escepticismo —trufado de hallazgos cómicos— a la inmensa mayoría de sus personajes, hasta el punto de que algunos cineastas llegaron a ingeniarle papeles que no eran sino remedos de él mismo, tributos sinceros a su desbordante naturalidad interpretativa.
Había nacido en Madrid en mayo de 1921. Su padre, Manuel Ciges
Aparicio, era un escritor de izquierdas —represaliado por sus escritos
de denuncia durante las guerras coloniales— que, tras ser gobernador
civil en Baleares y Santander al servicio de la Segunda República,
pasa a ocupar el cargo en Ávila, donde es fusilado por las tropas
desleales que acaban instaurando la dictadura.
De ahí, quizá, el poso fatalista que vislumbraremos en las
maneras del futuro actor que, en 1941, evita nuevos castigos y confiscaciones
alistándose en la División Azul, donde coincide con Luis
García Berlanga, con quien traba amistad hasta el final de su vida,
relatando su experiencia conjunta en el documental Extranjeros
de sí mismos (José Luis López-Linares y Javier
Rioyo, 2000).
A su vuelta del frente soviético, enfrenta estudios de Medicina,
desempeñando su tarea en un hospital abulense para tuberculosos.
Pero sus inquietudes son otras y, a comienzos de los cincuenta, lo encontramos
en Madrid, matriculado en el Instituto de Investigaciones y Experiencias
Cinematográficas, donde obtiene el título de director, que
sólo pone en práctica en un puñado de documentales.
Sin prosperar tras la cámara, la inercia le lleva a estrenarse
como figurante, formando parte del tapiz urbano de Historias de Madrid (Ramón
Comas, 1958) y ejerciendo de leproso en Molokai, la isla maldita (Luis
Lucia, 1959). Berlanga le facilita entonces la entrada a una de las constelaciones
más lúcidas y mordaces de nuestro cine, asignándole
un papel diminuto en Se vende un tranvía (Juan Estelrich,
1959), mediometraje escrito por el maestro valenciano y Rafael Azcona para
la serie Los pícaros.
Ciges aparecerá en el reparto de las tres producciones dirigidas
por Estelrich, en diez largometrajes de Berlanga y en otras tantas historias
escritas por Azcona para cineastas de la talla de Pedro Olea, Francesc
Betriu o José Luis García Sánchez, destacando como
uno de los rostros más representativos de esa España íntima
y coral, trágica y jocosa, que late entre la negrura, el esperpento
y la concupiscencia, hasta regalarnos a Segundo, el criado avispado y marrano
de los Leguineche en la trilogía nacional.
Se traslada a Barcelona para trabajar en los Estudios de Televisión
Española en Miramar, de los que es expulsado por actos subversivos.
Pero ya ha establecido contacto con la bohemia y la gauche divine barcelonesas,
convertido en uno de los actores fetiche de la Escuela de Barcelona desde
su aparición en Dante no es únicamente severo (Jacinto
Esteva y Joaquim Jordà, 1967). Interviene en films de Vicente Aranda,
Pere Portabella y, sobre todo, de su amigo Gonzalo Suárez, con quien
colabora en cuatro largometrajes. Años después se pondrá también
en manos de su hermano, enredándose en los misterios de El jardín
secreto (Carlos Suárez, 1984).
En la Ciudad Condal trabaja además con Jaime Camino y se implica
en proyectos tan atípicos como Cabezas cortadas (1970) —alegoría
contra la dictadura realizada por Glauber Rocha— y Fin de verano (1970),
cortometraje dirigido por el escritor Enrique Vila-Matas. Con la película
de episodios Pastel de sangre (1971), inaugura un nuevo filón
profesional que le lleva a formar parte del elenco de numerosos títulos
del cine fantástico del momento, poniéndose al servicio de
realizadores como Carlos Aured, León Klimovsky, Jacinto Molina o
Narciso Ibáñez Serrador, que le mete en la piel del cartero
de la mítica ¿Quién puede matar a un niño? (1976).
A finales de los setenta, se ha instalado de nuevo en Madrid, donde ya
había iniciado su fructífera colaboración con Mario
Camus en la década anterior, dos años antes de su puntual
intervención en Campanadas a medianoche (1965) de Orson
Welles. Maduro y curtido, está llamado a convertirse en ineludible
existente del cine de la Transición y la Movida madrileña,
apoderándose de la pantalla por encima de la brevedad de sus intervenciones.
El desternillante parroquiano abducido de ¿Qué hace una
chica como tú en un sitio como éste? (Fernando Colomo,
1978), el portero parlanchín de Arrebato (Iván Zulueta,
1980) o el trastornado lavandero incestuoso de Laberinto de pasiones (Pedro
Almodóvar, 1982) constituyen sólo tres de las numerosas composiciones
que aborda con brillantez en este tramo de vida.
Se deja ver en cine y televisión, colaborando con todo tipo de
realizadores y tocando diversos géneros, pero el gran público
le recuerda, ante todo, manejándose en la comedia, que lleva interpretando
desde sus primeras inmersiones. José Luis Cuerda lo eleva al grado
de icono en su trilogía del absurdo cósmico, otorgándole
enorme popularidad como el padre misógino y desconfiado de Amanece,
que no es poco (1989) y brindándole el Premio Goya —como
actor de reparto— por su papel de Matacanes en Así en
el cielo como en la tierra (1995), el mismo año en que Javier
Fesser lo llama para filmar su primer cortometraje.
Junto a tan singular realizador madrileño interpretará el único
papel protagónico de su larga carrera, en la atolondrada El
milagro de P. Tinto (1998), y rodará su última escena,
recogida en el metraje de La gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003),
que ya no alcanza a ver estrenada. Hace meses que los achaques le han obligado
a dejar atrás su modesto piso, situado en la duodécima planta
de un inmueble del distrito madrileño de Villaverde, para vivir
su crepúsculo en una residencia.
Su corazón se detiene el 11 de diciembre de 2002. Antes se ha preocupado
de donar su biblioteca personal —que incluye volúmenes legados
por el célebre Azorín, su tío materno— al Festival
de Cine de Islantilla (Huelva), que entrega, desde 2009, un premio con
su nombre.
(Informe biográfico procedente de la página Centro Virtual Cervantes)
(Informe biográfico procedente de la página Centro Virtual Cervantes)
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