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sábado, 8 de diciembre de 2018

Georges Méliès (Paris, France, 8-12-1861 / Ibid., 21-1-1938): In memoriam

PRIMER MAGO DEL CINE

Hoy es aniversario natal del cineasta e ilusionista francés Georges Méliès. A su genio visionario se debe la preclara intuición de que el cinematógrafo inventado por los hermanos Lumière podía sobrepasar su utilidad testimonial y su atractivo circense. Aunque comenzó también filmando escenas cotidianas, Méliès fue, en efecto, el primero que utilizó la cámara para narrar historias ficticias, es decir, el inventor o al menos un pionero de lo que hoy llamamos el cine. Participó en todos y cada uno de los aspectos de producción de sus obras: desde diseñar la escenografía hasta dirigir al reparto, actuando él mismo en muchas de sus películas. Cada una de ellas era una oportunidad para sorprender al espectador con su imaginación e ingenio. Entre 1896 y 1912 realizó más de quinientas, consideradas como precursoras importantes de nuevos desarrollos en el cine narrativo moderno; la gran mayoría de las cuales lamentablemente se han perdido. Inventor de numerosos trucos y técnicas cinematográficas e innovador en el uso de efectos especiales o el coloreado manual de imágenes, se retiró en 1913, ante la imposibilidad de competir comercialmente con las grandes productoras que habían nacido pocos años antes. A su muerte se encontraba en la más absoluta miseria. Hoy es una de las figuras más respetadas y admiradas de la historia del cine.
Marie Georges Jean Méliès fue uno de los tres hijos de un próspero empresario del calzado francés y una holandesa. El pequeño Georges recibió una educación esmerada y pronto mostró interés y habilidad en el dibujo, hasta el punto de tener problemas en el colegio al llenar sus cuadernos de caricaturas de los profesores. Otra de sus pasiones eran las marionetas, lo que le llevó a construir sus propios decorados para pequeños espectáculos que montó a partir de los diez años. Más o menos a esa edad recibió otro empujón en la dirección de una carrera artística: fue al teatro por primera vez y vio una actuación de Jean Eugène Robert-Houdin, uno de los grandes magos de la época. Con los años fue desarrollando una pasión por la magia escénica que duraría toda su vida.
Después de cumplir en Blois tres años de servicio militar obligatorio, Méliès viajó a Londres, ya que su padre quería abrir allí una nueva sucursal del negocio de calzado y el objetivo era que el joven aprendiera a hablar bien inglés. Trabajando en una tienda de ropa e incómodo en su nuevo entorno, sobre todo por el idioma, Méliès buscó espectáculos nocturnos que no dependieran de la lengua de Shakespeare y así es como, en la sala de variedades Egyptian Hall, dio con las actuaciones de Maskelyne y Cooke, los llamados Ilusionistas Reales. Decidido a convertirse en ilusionista, aprendió trucos de los mejores prestidigitadores ingleses y, sobre todo, estudió las técnicas mecánicas que empleaban en sus montajes. De regreso en París se vio obligado a participar en el negocio familiar del calzado, al que aportó innovaciones técnicas. En 1885 se casó con Eugènie Gènin, joven que aportó al matrimonio  una importante suma monetaria en concepto de dote. Con ella tuvo dos hijos, Georgette y André, conviviendo la pareja hasta fallecer Eugènie en 1913.
Los esqueletos móviles y otras ilusiones de los espectáculos londinenses habían ejercido un poderoso efecto sobre Méliès y en 1888 tuvo la oportunidad de poner sus ideas teatrales en acción. Todo fue más sencillo de como él lo hubiera planeado: Su padre se retiró del negocio y se lo dejó a él y a sus hermanos, así que el joven artista vendió su parte y utilizó lo que ganó para comprar el teatro que visitó de niño por primera vez y donde percibió toda su magia: el Teatro Robert-Houdin. En él daría rienda suelta a su desbordante imaginación, haciendo las delicias de grandes y pequeños.
Con la capacidad de trabajo que caracterizó toda su vida, entre los años 1889 y 1890 Georges Méliès combinó sus labores de director del teatro con las de reportero y dibujante en el periódico satírico La Griffe, donde un primo suyo ejercía como redactor jefe. Durante los años siguientes se escenificaron en el teatro espectáculos de ilusionismo cuyos decorados, trucos y maquinaria fueron en su mayoría creados por el propio Méliès. Con él como propietario-gerente, el local presentó una gran variedad de actuaciones en vivo, aunque fueron las sombras chinescas, la linterna mágica y otros artificios -grandes presentaciones de diapositivas de escenas exóticas proyectadas en una pared o pantalla- las que resultaron más populares. Empleando trucos de iluminación, eran especialmente del gusto de Méliès las fantasmagorías terroríficas que creaban la ilusión escénica de presencias sobrenaturales.
A finales de 1895 asistió invitado por los hermanos Lumière a la primera representación del cinematógrafo. Inmediatamente se dio cuenta de la importancia de la invención y quiso comprar uno de los proyectores al padre de los Lumière, quien rechazó la oferta, pero pronto adquirió una cámara rival ofrecida por el inventor británico Robert William Paul y compró otras cámaras de cine. Méliès importó cortometrajes realizados en Estados Unidos por Thomas Alva Edison para proyectar en su teatro a partir de 1896. Incluso las simples tomas de trabajadores de fábricas que se iban a casa eran fascinantes para el público en ese momento. Al principio, las películas consistían en un solo carrete corto, pero Méliès avanzó rápidamente e hizo ochenta películas sólo en ese año 1896, ampliando su alcance desde tomas individuales que duraron alrededor de un minuto hasta tres carretes y nueve minutos. Desde el comienzo trató una variedad de temas más amplia que la de sus primeros competidores, ya que incluyó pequeños dramas, comedias, noticieros, anuncios de productos, etc. En ellos el propio Méliès era productor, director, guionista, escenógrafo y actor. Invirtiendo grandes sumas de dinero, construyó el primer estudio de la historia del cine para que el mal tiempo no ralentizara el rodaje, y para ello usó paredes de vidrio a fin de aprovechar la luz natural (en 1907 levantaría un segundo estudio). A finales de 1896 formó la compañía Star Film. En ella coordinaba personalmente el equipo de carpinteros y decoradores que elaboraban las escenografías, hizo construir fosos y plataformas, además de dirigir a todo el equipo artístico y supervisar maquillajes y vestuarios. Llegaría incluso a contratar bailarinas del Teatro de la Opera.
Pionero de los efectos especiales, los incorporó a sus películas a partir de 1897. En una época en la que el cine empezaba a dar sus primeros pasos y prácticamente solo tenía fines documentales, Méliès abrió las puertas del sueño, de la magia y de la ficción combinando los universos de Robert-Houdin con la cronofotografía y la cinematografía de los hermanos Lumière. Todo el conjunto de obras de Méliès brilla por su fantasía dinámica, su imaginación sin límites y su alegría irresistibles. Los mundos que creó eran intensos, una mezcla única de fantasmagoría, perversidad, trampantojos, ilusiones, llamas, humo y vapor. El stop action, la doble sobreimpresión y el fundido a negro fueron algunos de sus efectos más recurrentes. Entre sus cientos de películas, generalmente de tono burlesco y desenfadado, destacan Cristo andando sobre las aguas (1899), El hombre de la cabeza de goma (1901), la célebre Viaje a la luna (1902), El reino de las hadas (1903), El viaje a través de lo imposible (1904), El dirigible fantástico o la pesadilla de un inventor (1905), Los enredos del diablo (1906), Satanás en prisión (1907) El inquilino diabólico (1909) o Las alucinaciones del barón de Münchausen (1911).
También demostró ser un auténtico visionario. Así, por ejemplo, preludió el cine de terror al resucitar a la momia de la reina egipcia en Cleopatra (1899). Su película Viaje a la luna es una simpática predicción de la llegada del hombre a la Luna, que acabó teniendo lugar sesenta y siete años después. Del mismo modo, con El túnel bajo el canal de la Mancha (1907), anticipó la perforación del túnel del canal mucho antes de que se hiciera realidad en 1994. También imaginó y dio forma a varias innovaciones científicas de su época: construyó su propio eclipse solar con la maquinaria del estudio en El eclipse: el cortejo entre el sol y la luna (1907), imaginó la televisión del futuro muchos años antes en Fotografía eléctrica a distancia (1908), se burló de la medicina moderna en El secreto del doctor (1909) y montó una planta de energía eléctrica para la escenografía de A la conquista del polo (1912). 
Méliès intentó distribuir comercialmente Viaje a la luna en Estados Unidos. Técnicos que trabajaban para Thomas Edison lograron hacer copias de la película y las distribuyeron por toda Norteamérica. A pesar de que fue un éxito, Méliès nunca recibió dinero por su explotación. En la medida de sus posibilidades, controló el sistema de distribución de sus películas hasta que, en 1908, empezó a sufrir la competencia de poderosas compañías como Pathé y Gaumount y su negocio fue declinando sin remedio. Como se demostraría pronto, el cine de Méliès no estaba hecho para ser producido en cadena. Trabajó entonces para Pathé en 1912, pero poco después sufrió una gran crisis económica cuando el teatro Robert-Houdin fue cerrado, acosado por las deudas. En 1913 se retiró de todo contacto con el cine tras arruinarse y verse obligado a vender sus propiedades, uno de sus estudios o sus muchos autómatas. Muchos negativos de sus películas fueron fundidos por un acreedor, ya que contenían plata. El propio Méliès, en un ataque de desesperación, encendió una cerilla y con ella destruyó su propia colección de centenares de negativos. Ese mismo año enviudó de su esposa Eugènie.
De 1915 a 1923, Méliès montó, junto con su hija y su yerno, numerosos espectáculos en el único estudio cinematográfico que le quedaba, transformado ahora en teatro de variedades. Había dicho adiós al cine y sin embargo siguió empeñado en continuar en el mundo del espectáculo, que era lo que le insuflaba vida. Volvió a emplear sus viejos trucos de ilusionismo, mientras que su hija Georgette trataba de animar cantando las representaciones de música, danza y magia. Pero los tiempos cambian, y también lo hacen las modas. Méliès, que antes era sinónimo de constante novedad, ya no atrae a un público que, tras la Gran Guerra, parece haber perdido la ingenuidad y ya no se divierte con relatos de hadas y princesas encantadas. Así pues, acabó fracasando una vez más. En 1923, cuando contaba sesenta y cuatro años, se casó en segundas nupcias con Jeanne D'Alcy, su musa y actriz en películas de años atrás. Ella acababa de heredar un quiosco de juguetes y golosinas en la Estación de Montparnasse y ambos lo regentaron juntos. El gran genio de la escena pasó a convertirse así en un humilde vendedor de caramelos.
Casualmente, en 1928, el intelectual Léon Druhot acude a la tienda y descubre en el rostro del comerciante a uno de los padres del cine francés y lo rescata del olvido. Aquel encuentro fortuito supuso su redescubrimiento público, que culminó en una gala en su honor celebrada en 1929 en la sala Pleyel, donde pudieron proyectarse ocho de sus películas, milagrosamente recuperadas. Después de que René Clair y otros vanguardistas, así como los surrealistas, lo revalorizasen, Méliès fue recompensado con la Legión de Honor  en 1931 y se convirtió en un objeto de culto de minorías, pero a pesar de los esfuerzos de sus nuevos protectores, jamás reingresó en los medios de producción cinematográfica.
Su situación es algo mejor en los últimos años. La Mutualidad del Cine Francés se ocupa de su bienestar a partir de 1932. Vive con su esposa Jeanne en el Castillo de Orly, donde redacta sus emotivas memorias y recibe a los jóvenes cineastas, que van a visitarlo como una reliquia de tiempos pasados. A pesar de todo, Méliès conserva la jovialidad, pues sabe que sólo los recuerdos dan sentido a su vida. En 1938 se le diagnostica un cáncer que recomienda su hospitalización. Su final está lleno de patetismo, soporta terribles dolores y unas curas que apenas logran retrasar unos días el momento de su muerte, acaecida a los 76 años. Para entonces, los espectadores le han olvidado y acuden en masa a ver películas sonoras. Sus restos descansan en el cementerio de Pére-Lachaise. En su lápida puede leerse « Georges Méliès, creador del espectáculo cinematográfico ».
Poco antes de su fallecimiento, Henri Langlois, fundador de la Cinemateca francesa, recuperó y restauró parte de sus películas. Sólo el paso del tiempo lograría que los historiadores del cine reivindicasen su nombre como uno de los cineastas más importantes de la historia. Desde 1946, el premio Méliès otorga anualmente el reconocimiento a la mejor película francesa.
En 1952 el cineasta francés Georges Franju dirigió "Le grand Méliès", cortometraje documental de media hora donde André Méliès interpretaba a su padre, Georgette Méliès hacía de narradora y Jeanne D'Alcy aparecía interpretándose a sí misma. "La invención de Hugo" (2010), primera película de Martin Scorsese filmada en 3D (candidata a once Oscars y ganadora de cinco), rindió un sentido homenaje a Georges Méliès.

(Fuentes principales de este texto: Artículo de El País (4-5-2018) firmado por Alberto López, y páginas virtuales educomunicación y mcnbiografías)


 


Georges Méliès in his toy shop at the Station Montparnasse

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