MAESTRO DEL MELODRAMA
Hoy es aniversario natal del director alemán Douglas Sirk, que aunque filmó películas de diversos géneros, ha pasado a la historia del cine como hábil, elegante y sofisticado artífice de melodramas de gran fuerza emocional.
Hans Detlef Sierck (su nombre real) era hijo de un matrimonio danés instalado en Hamburgo, donde su padre trabajó de reportero periodístico. Pasó varios años de su infancia en Dinamarca hasta que sus padres regresaron a Alemania y se convirtieron en ciudadanos de ese país. El adolescente Sierck se aficionó al teatro (particularmente a las obras de Shakespeare) y al cine, entonces incipiente (su favorita de la pantalla era la actriz danesa Asta Nielsen). Al término de la I Guerra Mundial se matriculó en Derecho en la Universidad de Munich y después pasó a
estudiar Filosofía e Historia del Arte en la de Jena y en su ciudad natal. Cuando
terminó la carrera empezó a trabajar escribiendo artículos en los
periódicos, siguiendo los pasos de su progenitor. Poco después se introdujo en el mundillo teatral, primero
como ayudante de reputados directores, y más adelante como director
artístico. Residió en Bremen (1923-1929) y Leipzig (1929-1933), ciudades en las que puso en escena obras de autores clásicos como Shakespeare, Molière, Schiller, o modernos como Strindberg, Ibsen, Pirandello, Wilde o Shaw, con las que adquirió notoria reputación. Desde comienzos de los años 30, los estudios UFA andaban necesitados de directores con experiencia teatral para competir con Hollywood y Sierck fue atraído a Berlín y contratado en 1934. Tras codirigir con Jacques Van Pool No empieces nada en abril (1935), realizó sus primeros largometrajes: La chica del cenagal (1935) y Los pilares de la sociedad (1935), sendas adaptaciones de Selma Lagerlöf y Henrik Ibsen, y Concierto en la corte (1936), opereta musical con Mártha Eggerth. Su estilo se consolida con tres melodramas de éxito creciente que trataban de la oposición del Nuevo Mundo y del Viejo: La novena sinfonía (1936), con Willy Birgel y Lil Dagover, La golondrina cautiva (1937), con Zarah Leander y Willy Birgel, y Habanera (1937), con Zarah Leander, cantante sueca a la que el enorme triunfo de esta película convirtió en una gran estrella del cine alemán. La interferencia en su trabajo del partido nazi en el poder le hicieron abandonar Alemania en 1937, y deambular por diversos países, rodando finalmente la producción holandesa Boefje (1939). Divorciado de Lydia Brinken, con la que en 1925 había tenido a su único hijo, Klaus Detlef Sierck, el cineasta se emparejó con la actriz teatral Hilde Jary, que se convertiría en su segunda esposa. Ésta tuvo que escapar a
Roma por su origen judío, mientras que la ex esposa del director
–ferviente seguidora de Hitler– le denunció por mantener una relación
con una judía. Consecuentemente Sierck optó por reunirse con Hilde Jary en Roma, y posteriormente ambos se mudaron a los Estados Unidos, aceptando una oferta de Warner Brothers para un remake de uno de sus exitosos films alemanes, proyecto que no se llegaría a concretar. Desgraciadamente, el realizador jamás volvió a ver a su hijo, que quedó en Alemania y murió durante la guerra en 1944 en una población ucraniana.
Al llegar a los Estados Unidos pronto cambió su nombre alemán Detlef Sierck, con el que había firmado su películas, por el de Douglas Sirk. Sus comienzos en Hollywood fueron duros hasta que consiguió dirigir Hitler's madman (1943), producción de bajo presupuesto, pero un proyecto personal sobre el atentado, preparado por la Resistencia, en que muere Reinhard Heydrich, jefe del gobierno nazi de ocupación en Praga. Su siguiente film fue Extraña confesión (1944), adaptación de un relato de Chejov, con George Sanders y Linda Darnell. Concluída la II Guerra Mundial, Sirk regresó brevemente a Alemania, pero la terrible situación en que encuentra a su país de origen le hace volver a Hollywood. Continúa su carrera con Escándalo en París (1946), irónica biografía de Eugène François Vidocq, reformado delincuente francés (interpretado por George Sanders) que llegó a ser prefecto de policía durante la era napoleónica, El asesino poeta (1947), noir con George Sanders, Lucille Ball, Charles Coburn y Boris Karloff, Pacto tenebroso (1948), thriller psicológico con Claudette Colbert, Robert Cummings y Don Ameche, Más fuerte que la ley (1949), noir con Cornel Wilde y Patricia Knight, Con acento francés (1949), comedia musical con Dorothy Lamour y Don Ameche, y La primera legión (1951), drama religioso con Charles Boyer.
En 1950 había firmado contrato con Universal, estudio para el que rodó veintún títulos y que propiciaría sus trabajos más destacados respetando, dentro de ciertos límites, su libertad creativa. Empezó con obras menores entre las que se encuentran El submarino fantasma (1950), thriller bélico con Macdonald Carey, Marta Toren y Robert Douglas, Tempestad en la cumbre (1951), dramática historia de monjas, con Claudette Colbert y Ann Blyth, ¿Alguien ha visto a mi chica? (1952), comedia familiar con Piper Laurie y Rock Hudson (destinado a ser su actor fetiche en seis películas), Raza de violencia (1954), western rodado en 3-D con Rock Hudson y Barbara Rush, o Atila, rey de los hunos (1954), que narraba la invasión de Roma por el jefe bárbaro, con Jeff Chandler y Jack Palance como protagonistas.
Su asociación con el productor Ross Hunter daría lugar a una serie de ocho títulos, la mayoría de ellos muy populares: Su gran deseo (1953), melodrama de época donde Barbara Stanwyck era una mujer que
vuelve a su hogar en busca del perdón de sus hijos, Obsesión (1954), remake de un melodrama de John M. Stahl de 1935, sobre un millonario enamorado de la viuda del doctor que le salvó la vida, con Jane Wyman, Rock Hudson y Barbara Rush, Orgullo de raza (1955), aventuras en la Irlanda de 1815 con Rock Hudson y Barbara Rush, Sólo el cielo lo sabe (1955), otro sólido melodrama repitiendo con la exitosa pareja formada por Jane Wyman y Rock Hudson, donde ella era una viuda adinerada que se enamora de su jardinero, más joven y humilde, desatando así el chismorreo a su alrededor y la oposición de sus hijos, Siempre hay un mañana (1956), otro melodrama remake de un film de 1934 y uno de sus trabajos de mayor elegancia y sobriedad, con Barbara Stanwyck, Fred MacMurray y Joan Bennett, Himno de batalla (1957), melodrama bélico con Rock Hudson, Martha Hyer y Dan Duryea, Interludio de amor (1957), melodrama que cuenta la historia de una americana (June Allyson) que se enamora de un director de orquesta europeo (Rossano Brazzi) sin saber que está casado con una mujer que padece una enfermedad mental incurable, e Imitación a la vida (1959), su obra capital, también remake de un melodrama de Stahl de 1934, suntuosa adaptación de una novela de Fannie Hurst que narra la difícil convivencia de dos madres y sus respectivas hijas en un trasfondo de ambición y discriminación racial, con un reparto que incluía a Lana Turner, John Gavin, Sandra Dee, Susan Kohner y Juanita Moore. Este último fue su título más exitoso y el más emblemático y revisitado de su filmografía. Rodado con todo lujo de detalles (se cuenta que el vestuario de Lana Turner costó un millón de dólares, uno de los más caros de la historia del cine de su época) es considerado como el melodrama quintaesencial sirkiano, por la elegancia de su puesta en escena, su dominio en el tono dramático, la dirección de actores, la utilización de símbolos (esos espejos que, una vez más, funcionan como metáfora de una sociedad que hace de la doble moral su sustento y de unos personajes que no saben a qué agarrarse) y su indescriptible carga emotiva.
Entre sus obras más valoradas por la crítica se encuentran dos títulos producidos por Albert Zugsmith: Escrito sobre el viento (1956), melodramático retrato de la decadencia de una rica familia tejana, con Rock Hudson, Lauren Bacall, Robert Stack y Dorothy Malone, y Ángeles sin brillo (1957), adaptación de una novela de Faulkner, ambientada en la época de la Depresión, sobre el mundo de los pilotos dedicados a exhibiciones acrobáticas aéreas, con Rock Hudson, Robert Stack, Dorothy Malone y Jack Carson, y asímismo una producción de Robert Arthur: el drama bélico Tiempo de amar, tiempo de morir (1958), basado en una novela de Erich Maria Remarque, con John Gavin y Liselotte Pulver viviendo un desgarrador idilio en medio de la debacle de la Alemania nazi.
A pesar del gran éxito obtenido con Imitación a la vida, Douglas Sirk abandonó con problemas de salud un Hollywood en el que no se sentía cómodo y no rodó más películas allí. Tampoco lo hizo a su vuelta a Alemania, donde, instalado en Münich, dirigió algunas producciones teatrales, dedicándose con posterioridad a dar clases en la Escuela de Cine, realizando sólo tres cortometrajes en colaboración con sus alumnos durante la segunda mitad de los años 70. Finalmente fijó su residencia en Lugano (Suiza).
Aunque en su tiempo Sirk no obtuvo la apreciación crítica que merecía, la revisión de su obra a partir de su redescubrimiento en 1967 por los críticos franceses de Cahiers du cinéma, le ha venido revelando como distinguido autor de memorables títulos (especialmente varios de los melodramas de sus últimos cinco años en Hollywood). La iluminación, la música, el uso del color y decorados (muchas veces barrocos) e incluso el vestuario, cargados de simbolismo y estilizadamente puestos al servicio de su concepción del género: combinación de poderosa emotividad, situaciones extremas, perspectiva distanciada, ironía implícita y oblicuo criticismo sobre los valores establecidos en la sociedad norteanericana, al revelar, cubierta con máscara de hipocresía, su banalidad y represión sexual ocultas.
Douglas Sirk falleció en Lugano a los 89 años. Su influencia se ha hecho visible en directores posteriores como Rainer Werner Fassbinder, John Waters, Pedro Almodóvar, Todd Haynes, Wong Kar-wai y Lars von Trier.
No recuerdo haber visto sus películas. Habrá que buscarlas gracias a esta detallada reseña.
ResponderEliminar