MAESTRO DE LA LUZ Y LA VERDAD FÍLMICA
Hoy es aniversario natal de Carl Theodor Dreyer, cineasta danés considerado uno de los mejores directores del cine europeo, arte que entendía como eminentemente visual, y que, desde la época silente, apostó por la inspiración, desarrollando un depurado estilo propio, fundamentado en la abstracción y franqueando las barreras del naturalismo para reforzar el contenido espiritual de su obra. Para Dreyer, el arte debe describir la vida interior, no la exterior. En sus películas, de gran belleza formal, todo lo que sucede es trascendente y
necesario para la historia, nada está situado al azar y no existe el
descanso para el espectador, quien debe permanecer atento a todo cuanto
acontece ante él en la pantalla. Con minuciosidad y pasión, Dreyer escribió los guiones de sus propios filmes, se encargó de los decorados, creó el ambiente propicio, eligió cuidadosamente a los actores, dirigiéndolos para actuar con naturalidad, estudió la iluminación de las escenas y efectuó (o supervisó) el montaje. Siempre fiel a sí mismo y sus principios éticos y estéticos, se distinguió en la medida de lo posible por utilizar luz natural sobre los rostros de sus intérpretes. Al margen de los resultados comerciales, en una carrera de cuarenta y cinco años, sólo realizó catorce largometrajes de ficción, varios de los cuales son hoy reverenciados como clásicos incontestables. Cineasta irrepetible, nadie ha impregnado de espiritualidad y humanismo sus películas como él. Dreyer ocupa un lugar capital en la cinematografía mundial como el gran dramaturgo de la angustia humana y su influencia recorre el arte del cine moderno posterior. Ingmar Bergman es su más reconocido seguidor.
Carl
Theodor Dreyer nace en Copenhague el 2 de febrero de 1889. De padre
danés y madre sueca, queda huérfano muy pronto y es recogido por una
familia que no le quiere. Su infancia infeliz marcará su actitud vital y
su obra. Será una persona solitaria, tanto en la vida como en su arte, y
un gran rebelde. A los 16 años abandona su hogar y comienza a ganarse
la vida en diversos empleos. De manera autodidacta, comienza estudios
universitarios de historia y arte, y se dedica al periodismo trabajando
para diferentes diarios. Es así como, en 1912 entra en contacto con la
mayor productora cinematográfica danesa, Nordisk Films, para la que
realiza rótulos de películas. Comienza a arreglar argumentos, recomendar
novelas para adaptar y abandona el periodismo por una nueva profesión
que resulta más rentable. Aprende montaje y pronto se convierte en un
verdadero cineasta.
En 1919 dirige su primera película, El presidente, donde establece los rasgos esenciales que definirán toda su obra: importancia de los decorados, abundancia de primeros planos, rigurosidad en la labor interpretativa, importancia de los gestos, gran sentido de la composición y un montaje extraordinariamente preciso.
En 1919 dirige su primera película, El presidente, donde establece los rasgos esenciales que definirán toda su obra: importancia de los decorados, abundancia de primeros planos, rigurosidad en la labor interpretativa, importancia de los gestos, gran sentido de la composición y un montaje extraordinariamente preciso.
Carl
Theodor Dreyer nace en Copenhague el 2 de febrero de 1889. De padre
danés y madre sueca, queda huérfano muy pronto y es recogido por una
familia que no le quiere. Su infancia infeliz marcará su actitud vital y
su obra. Será una persona solitaria, tanto en la vida como en su arte, y
un gran rebelde. A los 16 años abandona su hogar y comienza a ganarse
la vida en diversos empleos. De manera autodidacta, comienza estudios
universitarios de historia y arte, y se dedica al periodismo trabajando
para diferentes diarios. Es así como, en 1912 entra en contacto con la
mayor productora cinematográfica danesa, Nordisk Films, para la que
realiza rótulos de películas. Comienza a arreglar argumentos, recomendar
novelas para adaptar y abandona el periodismo por una nueva profesión
que resulta más rentable. Aprende montaje y pronto se convierte en un
verdadero cineasta. - See more at:
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Hijo ilegítimo de un terrateniente danés y una sirviente sueca, fue repudiado por su padre y abandonado al nacer por su madre, que regresó a Suecia, dejándolo en un orfanato. Acogido por una rígida familia luterana, recibió el nombre de su padre de adopción, Carl Theodor Dreyer. Su infancia infeliz marcará su actitud vital y su obra. Será una persona solitaria, tanto en la vida como en su arte, y un gran rebelde. De formación cultural autodidacta, le influyó la lectura del filósofo Sören Kierkegaard y el escritor Hans Christian Andersen. Pronto se desvinculó de sus padres de adopción y comenzó a trabajar en los Servicios Municipales del Gas y la
Electricidad de Copenhague, pasando a la Gran Compañía de Telégrafos del
Norte, para dedicarse a las tareas periodísticas durante unos años. A la edad de 19, a su pasión por la escritura se sumó la afición por la aeronáutica, llegando a sacarse la licencia de piloto. En 1911 contrae matrimonio con Ebba Larsen, la hija
de un comerciante, su esposa hasta la muerte, que le dio dos hijos. A los 23 escribió su primer artículo sobre cine. Entró entonces de lleno en un mundo que le fascinaba y paulatinamente
fue abandonando su actividad periodística hasta que en 1913 firmó un contrato con la Nordisk Films Kompagni. Su trabajo
consistía en redactar los intertítulos de las películas, silentes en aquella época, y leer los guiones que iban llegando a la productora. Ávido de conocer todo lo que rodeaba a ese magnífico arte, Dreyer se
interesó cada vez más por el montaje, y en 1918, tras haber adquirido
los conocimientos necesarios, pasó, aún dentro de la Nordisk, a la
categoría de director.
Su primera película fue El presidente (1919), de notables connotaciones autobiográficas. Por aquel entonces, otra compañía de Suecia empezaba a
hacerle sombra a la productora danesa, la Svensk Filmindustri, en la que Dreyer, cansado de los
problemas de censura que le planteaba su compañía, rodó su siguiente título, La viuda del párroco (1920), ambientado en la Edad Media, donde otorga una importancia fundamental al rostro humano. Vuelve a Nordisk para dirigir Las páginas del libro de Satán (1921), influído por Intolerancia (1916) de Griffith y considerado su primer gran film, donde aborda los grandes temas de tipo religioso y humano desde una perspectiva cristiana de tradición medieval dentro de la línea en la que se mantiene el cine nórdico hasta Bergman, pero con un acentuado espíritu crítico. Además de Griffith y Eisenstein, sus primeras películas acusan la influencia de los dos más importantes directores nórdicos, Mauritz Stiller y Victor Sjöström; en ellas se hace patente su interés por experimentar con las posibilidades expresivas del cine. En Alemania rueda Los estigmatizados (1922), en Dinamarca Érase una vez (1922) y, de nuevo en Alemania, Michael (1924), film con guión de Thea von Harbou, que se aleja de la tendencia expresionista predominante en la época y más próximo al Kammerspiel, estilo naturalista creado por Max Reinhardt, que busca una mayor proximidad con el público, intentando captar los gestos más sutiles de los actores. Este título, de gran calidad visual y psicológica, basado en una novela de Herman Bang, marca un hito en el cine silente por su temática gay. Lamentablemente, ninguna de estas películas tuvo éxito.
Con la producción danesa El amo de la casa (1925), una sobria, compasiva y astuta sátira social, formulada como avanzada defensa del papel de la mujer frente al machismo autoritario rampante, le llega un cierto reconocimiento. A continuación filma en Noruega el drama rural La novia de Glomdal (1926), antes de trasladarse a Francia para dirigir La pasión de Juana de Arco (1928), la primera de sus indiscutibles obras maestras. Esta se ha considerado después, no sólo la mejor película sobre la doncella de Orleáns, sino una cumbre del cine mudo y uno de los títulos más influyentes de la historia del séptimo arte, con unos soberbios y espirituales primeros planos de la actriz Renée Jeanne (Maria) Falconetti -plenamente identificada con su papel y esmeradamente dirigida por el cineasta- y un enfoque de riguroso ascetismo, que despoja a la narración de cualquier artificio. Adjetivada como una 'sinfonía de primeros planos', la historia del
juicio a Juana de Arco le sirve al director para hacer uno de sus modélicos ejercicios sobre las pasiones humanas y la actitud ante el
sufrimiento. Sus imágenes, frecuentemente estáticas, se convierten en símbolos de una verdad metafísica y poética. El film, en el que Dreyer no permitió maquillarse a los actores, contó con una sobresaliente fotografía de Rudolph Maté. Debido a la censura eclesial, se estrenó con cortes y, a pesar de la buena acogida de parte de la crítica, resultó un fracaso en taquilla. El público nunca conectó con las historias del cineasta danés.
Deprimido, agotado y en condiciones económicas difíciles, vuelve al periodismo y no rueda hasta cuatro años después Vampyr, la bruja vampiro (1932), su primer film sonoro, basado en la novela Carmilla de Sheridan Le Fanu, una coproducción franco-alemana también con fotografía de Maté que, en un denso ambiente de pesadilla, refleja un universo fantasmagórico, sugerente y terrorífico, lleno de sombras, contrastes y juegos ópticos, suponiendo una meditación surrealista sobre el miedo. Una vez más incomprendido y sin hacer jamás concesiones al público, se aleja del cine durante una década. Tras rodar en Dinamarca el corto documental educativo Ayuda a las madres (1942), su siguiente largometraje fue Dies irae (1943), otra gran obra y un nuevo impresionante alegato contra la intolerancia, centrado en la caza de brujas del siglo XVII danés, en quienes muchos vieron un paralelo con la persecución de los judíos durante la ocupación nazi. Nuevamente en Suecia, dirige Dos personas (1944) con actores impuestos, que si bien es una historia de interés dramático, su autor consideró una película fallida.
Tras barajar diversos proyectos que nunca se realizaron y filmar varios cortos y documentales, hubieron de pasar otros diez años para que Dreyer volviese a situarse tras la cámara para dirigir un largometraje de ficción. La palabra (Ordet, 1955), el proyecto finalmente elegido, pospuesto durante largo tiempo, se basaba en una obra del pastor luterano y dramaturgo danés Kaj Munk, resistente a la ocupación alemana y asesinado por la Gestapo en 1944. Con elaborados movimientos de cámara, travellings y grúas, panorámicas y planos generales como elementos básicos para señalar la duración y resaltar el plano como entidad espaciotemporal con sentido propio, además de captar la atención mediante el uso del espacio fuera de campo, haciendo a los actores salir y entrar del encuadre, a fin de limitar el montaje a su mínima expresión, Dreyer consiguió su mayor obra maestra y el único éxito de su carrera. En ella, una familia de granjeros con diferentes grados de fé acaban por reconciliarse con sus vecinos gracias a un milagro. Temáticamente, combina en ella una historia de amor pasional con un examen del destino, indagando en las relaciones entre credo religioso y ciencia. Venerada aun por los no creyentes, esta película obtuvo el León de Oro en el Festival de Venecia y el Globo de Oro a la mejor película extranjera. A partir de entonces, su autor alcanzó sucesiva aclamación crítica internacional. Su último film fue Gertrud (1964), admirable y elegante retrato femenino estructurado a través de planos secuencia muy sostenidos, magistral manejo del espacio escénico, frases cargadas de contenido, cierto hieratismo y recurso a elementos visualmente significativos como espejos, puertas, etc. La opción por la soledad de su protagonista, una mujer madura e idealista en fracasada búsqueda del amor absoluto, que nunca se arrepiente de las elecciones tomadas, resulta una especie de testamento cinematográfico del cineasta y dejó un poso de tristeza a una filmografía de la que el público común se desentendió habitualmente.
Dreyer falleció de una neumonía a los 79 años. Con el tiempo, muchas de sus obras dadas por desaparecidas, fueron siendo encontradas en fondos de diversas filmotecas. Gracias a todos estos hallazgos, el genial cineasta danés ocupa hoy el lugar que merece en la Historia del Cine.
Dreyer falleció de una neumonía a los 79 años. Con el tiempo, muchas de sus obras dadas por desaparecidas, fueron siendo encontradas en fondos de diversas filmotecas. Gracias a todos estos hallazgos, el genial cineasta danés ocupa hoy el lugar que merece en la Historia del Cine.
Carl
Theodor Dreyer es uno de esos grandes cineastas que actúa
indirectamente a través de sus seguidores y públicos minoritarios. Fue
un gran artesano del cine, que lo realizaba todo con minuciosidad y
pasión: escribe sus propios guiones, se encarga de los decorados, crea
el ambiente propicio, elige cuidadosamente a los actores, los dirige
para que actúen con naturalidad, estudia la iluminación de las escenas y
hace el montaje. Sus maestros son Griffith y Eisenstein, así como los
grandes maestros del cine nórdico, Sjöström y Stiller. - See more at:
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Carl
Theodor Dreyer nace en Copenhague el 2 de febrero de 1889. De padre
danés y madre sueca, queda huérfano muy pronto y es recogido por una
familia que no le quiere. Su infancia infeliz marcará su actitud vital y
su obra. Será una persona solitaria, tanto en la vida como en su arte, y
un gran rebelde. A los 16 años abandona su hogar y comienza a ganarse
la vida en diversos empleos. De manera autodidacta, comienza estudios
universitarios de historia y arte, y se dedica al periodismo trabajando
para diferentes diarios. Es así como, en 1912 entra en contacto con la
mayor productora cinematográfica danesa, Nordisk Films, para la que
realiza rótulos de películas. Comienza a arreglar argumentos, recomendar
novelas para adaptar y abandona el periodismo por una nueva profesión
que resulta más rentable. Aprende montaje y pronto se convierte en un
verdadero cineasta.
En 1919 dirige su primera película, El presidente,
donde establece los rasgos esenciales que definirán toda su obra:
importancia de los decorados, abundancia de primeros planos, rigurosidad
en la labor interpretativa, importancia de los gestos, gran sentido de
la composición y un montaje extraordinariamente preciso.
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Una clase magistral de técnica y estilos cinematográficos es esta reseña, encantadora, instructiva, motivadora, se convierte en lectura imprescindible!
ResponderEliminarGran reseña Javi
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