EL MONTAJE COMO CREACIÓN
Hoy se cumplen tres años de
la muerte del director cinematográfico español Basilio Martín Patino.
De naturaleza rebelde y espíritu anarquista, fue un hombre alentado por
una libertad incontenible y siempre comprometido con el tiempo que le
tocó vivir. Insumiso permanente, todo su cine refleja su preocupación
política y existencial, así como su afán innovador trascendiendo géneros
convencionales y experimentando con distintos soportes. Auténtico
mártir de la censura, desde su debut con la muy notable Nueve cartas a Berta contó con el favor de la critica, pero hubo de sostener una enconada lucha con el aparato tardofranquista, que le impidió estrenar en su momento su trilogía documental formada por Canciones para después de una guerra, Queridísimos verdugos y Caudillo,
cintas sólo comercializadas tras la muerte del dictador. Son éstas
obras capitales en las que, de forma artesanal y con medios precarios,
desarrolló su talento para el trabajo con la moviola y el montaje, y
utilizó su escrutadora mirada retrospectiva con la intención de
desenmascarar el verdadero significado y trascendencia de la simbología
de un régimen autoritario y opresivo que atenazó la libertad y la vida
de varias generaciones de españoles. Las secuelas del franquismo y su
impacto en la España de la democracia también fueron puestas en tela de
juicio en obras posteriores de este sobrio, austero y humilde
castellano, nunca dispuesto a contemporizar con los poderes establecidos
o los valores de la burguesía. En 2005 recibió la Medalla de Oro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España y en 2007 fue nombrado Doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca.
Basilio
Martín Patino nació en el seno de una modesta y católica familia de
derechas que se trasladó a Salamanca en 1940. Sus padres eran maestros
nacionales y sus hermanos se hicieron religiosos. Tras pasar por el seminario de Comillas (Santander), regresó a Salamanca, ciudad en la que estudió Filosofía y Letras. Pronto sintió la llamada del cine y participó en la promoción del Cine Club Universitario del SEU, en la edición de la revista Cinema Universitario y en la organización de las 'Conversaciones sobre el Cine Español' (1955), conocidas como las 'Conversacines de Salamanca', donde estuvieron presentes directores como Fernando Fernán Gómez, Luis García Berlanga, Juan Antonio Bardem o Carlos Saura, además de críticos e intelectuales de la época, clamando (en el desierto) por una renovación de la industria cinematográfica. Aunque en principio estas jornadas resultaron ineficaces frente a las directrices del régimen franquista, terminaron calando en ambientes universitarios y sus peticiones fueron apoyadas por la crítica extranjera.
Ya en Madrid, pasó por el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, después Escuela Oficial de Cine, donde se graduó en 1959 tras realizar tres cortometrajes, ejerciendo después como profesor de montaje y como publicitario. Con más ilusión que medios rodó varios cortos documentales antes de debutar en el largometraje con una obra fundamental del llamado Nuevo Cine Español: Nueve cartas a Berta (1966), drama con Emilio Gutiérrez Caba y Elsa Baeza cuyo guión se basaba en experiencias personales de Patino en sus años de universitario. Esta atrevida propuesta, concomitante a la nouvelle vague francesa, se formula como un preciso retrato de la represión social franquista y de las dudas, inquietudes e incertidumbres de las nuevas generaciones; bajo su fachada de reflexión existencial denuncia las rancias costumbres e imposiciones de la familia, la
dictadura y la Iglesia del régimen. Sorprendentemente sorteó la censura y
en el Festival de San Sebastián consiguió la Concha de Plata a la mejor
ópera prima, lo que contribuyó a su distribución y apreciación por la
crítica. No le fue tan bien a Del amor y otras soledades (1969),
drama con Lucia Bosè y Carlos Estrada que intenta analizar la crisis
conyugal de una pareja de la alta burguesía y su vacío existencial.
Ya apartado de los circuitos comerciales, realiza de forma libre tres excelentes documentales de contenido político: Canciones para después de una guerra (1971), Queridísimos verdugos (1973) y Caudillo
(1974). Los tres tuvieron graves problemas con la censura y no pudieron
estrenarse hasta después de la muerte del dictador, el primero en 1976 y
los otros dos en 1977.
Canciones para después de una guerra
fue elaborado por cuenta propia a partir de imágenes de los archivos
del NO-DO y de la Filmoteca Nacional, además de fotografías, carteles,
recortes de periódicos, tebeos, anuncios, etc. Con un hábil montaje a
modo de collage, sus imágenes recorrían la posguerra española desde el
fin de la guerra civil en 1939 hasta 1954. La banda sonora, además de
puntuales voces en off o sonido de películas, recurrió a un amplio y
variado catálogo de canciones populares o folclóricas e himnos de
trinchera o militares. La insólita película empieza con el triunfalista
"Cara al sol" y termina con el burlesco "Se va el caimán". El material
de archivo es usado con una finalidad distinta a la original para la que
fue concebida y su carácter propagandístico (siguiendo las directrices
ideológicas del franquismo), es sutilmente subvertido por la irónica
yuxtaposición de imágenes (en ocasiones coloreadas) y canciones. Se
muestra la miseria y el hambre de la posguerra en amargo y satírico
contraste con la omnipresencia de las altas jerarquías militares y
eclesiásticas; la grandilocuente iconografía del autoritario régimen
nacional-católico, acaba (por exceso y acumulación) siendo desmontada y
resultando grotesca, ridícula e incluso hilarante. En todo caso el film,
lúcido y valioso documento de la infrahistoria española, no renuncia a
una fuerte carga sentimental que muchos de los compases musicales
utilizados se encargan de acentuar y, albergando momentos de nostalgia y
melancolía emocionalmente desgarradores, posee un indiscutible carácter
de memoria colectiva. Tras superar en primera instancia los filtros de
la censura, estaba previsto su estreno en el Festival de San Sebastián,
pero sus reponsables la rechazaron indignados. El periódico El Alcázar
publicó un agresivo alegato contra la película y finalmente el
Almirante Carrero Blanco, a la sazón Vicepresidente del Gobierno, la vió
en pase privado y abominó de su contenido, arguyendo que "en ella se
socavan los cimientos mismos de la Patria", por lo que ordenó su
destrucción. Cuentan que comentó sobre Patino: "A este tío habría que
fusilarle". Por fortuna el director salmantino guardaba la copia
original y, tras la muerte de Franco, la cinta se estrenó en Barcelona
en septiembre de 1976. Aclamada por críticos e intelectuales, la acogida
popular fue enormemente entusiasta y millones de españoles acudieron en
masa a verla. Todavía hoy se la considera una de las grandes películas
del cine español y, desde luego, el mejor documental.
Queridísimos verdugos (1973) es un intenso
documento en torno a los últimos verdugos españoles y las ejecuciones
por garrote vil. En él se entrevista a tres 'ejecutores de sentencias'
de la primera mitad de los años 70, así como a familiares de reos
ajusticiados por ellos, a lo que se suman aportaciones de profesionales
expertos en el tema, construyendo una reflexión implacable sobre el poder dictatorial. El film no se pudo estrenar hasta abril de 1977. Caudillo (1974),
su personal ajuste de cuentas con el General Franco, constituyó otra
nueva muestra de montaje excelente. Al tratarse de un rodaje
clandestino, Patino no pudo usar material español similar al de Canciones...,
por lo que recurrió a archivos y fondos extranjeros, consiguiendo
algunas imágenes inéditas en España. En todo caso la manipulación del
material se asemeja a la desarrollada en aquel título anterior, con el
objetivo de analizar el personaje y proponer al espectador una reflexión
desde su libertad. En España se estrenó en octubre de 1977.
Sus siguientes trabajos, realizados en la incipiente democracia, como, por ejemplo, el documental Retablo de la Guerra Civil Española (1980), no se estrenaron comercialmente. Su retorno al cine de ficción se produjo con Los paraísos perdidos (1985), drama con Charo López, Alfredo Landa y Francisco Rabal que reflexiona sobre el exilio y el desarraigo, y Madrid (1987), drama donde utiliza como alter ego al actor Rüdiger Vogler, que interpreta a un documentalista alemán filmando en la capital española e indagando en el pasado mientras se interroga acerca del sentido y la naturaleza de su trabajo.
A partir de entonces se dedicó a trabajar con el formato video, con destino a la televisión. Para realizar el telefilm La seducción del caos (1990) drama experimental que protagonizó Adolfo Marsillach, se inspiró en "El retablo de Maese Pedro” de Manuel de Falla. Su última película de ficción estrenada en salas de cine fue Octavia (2002), drama político con Miguel Ángel Solá, Margarita Lozano, Antonia San Juan y Blanca Oteyza.
Ya
practicamente retirado y octogenario, simpatizó con el movimiento del
15M, surgido en 2011 en la Puerta del Sol de Madrid, ciudad que siempre
amó y donde residió la mayor parte de su vida. Animado por aquella
eclosión de protesta popular juvenil, volvió a ponerse tras la cámara
para dirigir Libre te quiero
(2012), documental donde reaparece su idiosincrasia libertaria y deja
constancia de su interés por los rituales populares en aquella famosa
acampada. Dejando que las imágenes hablen por sí mismas, el film acaba describiendo el final de la experiencia.
Basilio Martín Patino estuvo casado con Pilar Doblado, quien fue la primera presidenta de la
Fundación Basilio Martín Patino, que alberga importantes fondos sobre el
cineasta. Una larga enfermedad acabó con su vida a los 86 años.
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