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martes, 22 de enero de 2019

Sergei Mikhailovich Eisenstein (Riga, Imperio Ruso, 22-1-1898 / Moscú, Unión Soviética, 11-2-1948): In memoriam)

CINEASTA DE LA REVOLUCIÓN Y PADRE DEL MONTAJE CINEMATOGRÁFICO DE CHOQUE

Hoy es aniversario natal del cineasta soviético Sergei Mikhailovich Eisenstein. Partiendo de la influencia que recibió de las películas de Griffith, fue capaz de plantear un lenguaje alternativo al del cine americano, una propuesta más compleja e intelectual. Encuadrado en el realismo soviético, dirigió un limitado número de películas que extendieron en el mundo no sólo sus vanguardistas teorías del montaje sino también las nuevas ideas revolucionarias. Entendió el montaje cinematográfico como una idea que surge de la colisión dialéctica entre otras dos, independientes la una de la otra. Uno de los directores más influyentes de la historia del cine, muchas de sus aportaciones han penetrado profundamente en el lenguaje fílmico y han inspirado a los grandes creadores posteriores.
Encuadrado en el realismo soviético, produjo un limitado número de películas que extendieron en el mundo no sólo sus vanguardistas teorías del montaje sino también las nuevas ideas revolucionarias.

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Sergei Mikhailovich Eisenstein nació en Riga, capital de la actual Letonia, por aquel entonces perteneciente al Imperio Ruso. Hijo de padre judío y de madre eslava, desde muy pequeño destacó por su interés por la cultura y su facilidad y precisión para el dibujo, don que lo llevó en 1914 a ingresar en la Escuela de Arquitectura e Ingeniería de San Petersburgo. En ella permaneció tres años, ya que en 1917, año de la Revolución de Octubre, el futuro arquitecto dio un giro a su porvenir.
Atraído por la revolución marxista, convencido de sus ideales y de que con el arte podría ser útil a la misma, Eisenstein se alistó en 1918 en el Ejército Rojo, donde entró en contacto con el teatro al trabajar como responsable de decorados y como director e intérprete de pequeños espectáculos para la tropa. Desmovilizado en 1920, se instaló en Moscú con la idea de aplicar su habilidad pictórica a la escenografía teatral.
Fue sin duda su experiencia como director de escena del Teatro Obrero lo que lo impulsó a estudiar dirección teatral en la escuela estatal. Sin embargo, cuando tenía veinticinco años, Eisenstein puso fin a su carrera teatral tras un fracaso en el montaje de la obra "Máscaras de gas", en el que, según sus palabras, «el carro se rompió en pedazos y el conductor se cayó de cabeza». Este incidente lo hizo abandonar el teatro y centrarse en el medio que le daría prestigio internacional, el cine, en el que fue un pionero del uso del montaje, ya que para él, la edición no era un simple método utilizado para enlazar escenas, sino un medio capaz de manipular las emociones de su audiencia. La manera de combinar los planos, el orden y duración de éstos era determinante para el mensaje global que se prendía comunicar.
Su primer contacto con el cine fue el rodaje del cortometraje de cinco minutos El diario de Glumov (1923). Tal fue su interés por el nuevo medio artístico que al año siguiente comenzó a rodar su primer largometraje, La huelga (1925), en el que mostraba la lucha de la clase obrera en los años anteriores a la revolución, concretamente en 1903. Eisenstein rompió con las técnicas por aquel entonces habituales en el montaje de las películas y desarrolló una muy particular visión para enlazar las escenas de una cinta. Casi prescindía de los movimientos de cámara, ya que, a su criterio, el movimiento está determinado por la acción y por un montaje de choque. Otra de sus famosas características cinematográficas es la poca importancia que le daba a los actores en sus películas. Consideraba que, al contrario que en el cine occidental, el verdadero protagonista de sus obras no era el individuo sino el pueblo. Por lo tanto, sus actores eran normalmente personas sin preparación en el campo dramático, tomadas de ámbitos sociales adecuados para cada papel. La planificación altamente expresiva y el uso de metáforas visuales también fueron aspectos novedosos en la estructura narrativa. Con todo, su autor no quedó satisfecho con el resultado y, a pesar de que el film fue premiado en la Exposición de París en 1925, se incautó la única copia que había de la película, por lo que no se pudo volver a distribuir hasta después de su muerte.
Con una sola película realizada, el joven director recibió enseguida el encargo de rodar la conmemoración de la revolución de 1905, y la que se convertiría en la obra más célebre de su carrera y una de las mejores de la historia del cine: El acorazado Potemkin (1925). Para entonces la expectación ya era grande porque había dotado de cobertura intelectual al recién nacido espectáculo de masas que era el cine. En la película, la impactante secuencia del amotinamiento de los marineros en el barco y la vertiginosa secuencia de acción de la escalinata de Odessa constituyen hitos del lenguaje cinematográfico y uno de los mayores logros del cine silente. Magistralmente rodado en planos cortos ritmicamente montados, con apenas algunos travellings, El acorazado Potemkin dio a conocer el nombre de Eisenstein en todo el mundo y, aunque en su día fue prohibida en muchos países por su contenido revolucionario, posiblemente sea la película sobre la que más se ha escrito en toda la historia del cine.
El componente político de sus películas, realizadas para la propaganda oficial bolchevique, demuestra la importancia que concedieron al cine, por primera vez en la historia, los mandatarios de un régimen. En una época en la que la mayor parte de la población era analfabeta, las autoridades soviéticas querían difundir una filmografía nacional que generase una conciencia colectiva acorde con sus planteamientos. A tal efecto, las siguientes películas de Eisenstein fueron Octubre (1927), en la que narra los sucesos del asalto al Palacio de Invierno durante la revolución rusa de 1917, reconstrucción basada en la obra "Los diez días que conmovieron al mundo" del periodista estadounidense John Reed que no se libró de la censura (favorito hasta entonces del régimen, Eisenstein se vio obligado a suprimir todas las escenas en que aparecía el personaje de Trotsky, caído en desgracia) y La línea general (también conocida como Lo viejo y lo nuevo), sobre las ventajas de la colectivización agraria, aunque por los cambios políticos en la Unión Soviética tuvo que modificar su guion en varias ocasiones. En estas dos cintas Eisenstein volvió a experimentar con un nuevo lenguaje a través de las imágenes, pero por su complejidad no llegaron a ser muy bien comprendidas en su época. 
En todo caso, Eisenstein empezó a tener serios problemas con la censura soviética, que lo llevaron a viajar a Europa en 1930 para investigar sobre el cine sonoro, a la sazón todavía inexistente en la Unión Soviética. Estuvo en Berlín y en París. En la capital francesa se codeó con personajes como Gertrude Stein, Albert Einstein, Jean Cocteau o James Joyce. Un ejecutivo de Paramount le ofreció un sustancioso contrato para trabajar en Hollywood. En esa compañía estaban maravillados de que hubiera realizado El acorazado Potemkin gastando cincuenta veces menos que Fritz Lang en "Metrópolis" o Griffith en "El nacimiento de una nación" y querían que les hiciera lo mismo, pero con estrellas famosas en los roles protagónicos. Eisenstein dijo que aceptaba si podía llevar a su guionista Grigori Alexandrov y a su cameraman, Eduard Tisse. Así pues el cineasta se trasladó a Estados Unidos para rodar en Hollywood. Allí conoció a Douglas Fairbanks, Joseph von Sternberg, Walt Disney o Robert Flaherty y llegó a congeniar especialmente con Charles Chaplin, pero el estudio no aceptó ningunos de sus proyectos. Entretanto el anticomunismo imperante en el país fue un lastre demasiado pesado para Eisenstein. Finalmente Paramount canceló su contrato y ofreció fletarlo a su país en barco vía Japón. En el puerto de San Francisco permanecieron varados el cineasta y sus acompañantes por el retraso del buque y allí se les ocurrió ir a conocer México. Volviendo a Los Angeles, Eisenstein, a través de Chaplin, logró convencer a Upton Sinclair, escritor socialista americano que se carteaba con Stalin, para que le diera 25 mil dólares con los cuales hacer en pocos meses una película en México, antes de volver a Moscú. Ambos firmaron un contrato que cedía a Sinclair los derechos mundiales menos en la URSS (donde se exhibiría gratuitamente).
A fnales de 1930, los tres rusos entraron con mal pie en México. Nada más llegar fueron momentáneamente detenidos, pero gracias a la intervención de un amigo español el panorama cambió hasta el punto de que en el país convirtieron a Eisenstein en huésped de honor. El cineasta quedó fascinado con el paisaje y sus gentes y se propuso rodar un film que mostrara las costumbres, leyendas y modo de vida del país. Trató con la élite cultural (Diego Rivera, Frida Kahlo), recorrió diversas regiones y, lo más importante: se sintió libre por primera vez. Filmó febrilmente setenta mil metros de película (unas cuarenta horas de duración), gastó los 25 mil dólares de Sinclair y siguió gastando a cuenta. El material se enviaba a un laboratorio de Los Angeles para su revelado, así que Eisenstein no podía ver nada de lo que iba filmando. Cuentan que en esos días, el cineasta tuvo una imponente experiencia homosexual descubriendo los placeres de la sodomía con su guía mexicano, el antropólogo Palomino Cañedo, un hombre casado. En una carta a la que se acabaría convirtiendo en su esposa, Pera Atasheva, escribió Eisenstein: «Acabo de estar locamente enamorado durante diez días en los que tuve todo aquello que deseaba. Esto probablemente tendrá enormes consecuencias psicológicas». Pero los hados se aliaron en su contra: por un lado, Upton Sinclair y su esposa se cansaron de financiar un proyecto que parecía no acabar nunca; por otro, Stalin comenzó a temer que el cineasta, uno de los valores más visibles de la revolución, estuviera pensando en desertar. A comienzos de 1932, el dictador soviético lo llamó de vuelta a Moscú y Stalin era un tipo al que no se le podían dar largas. Con el film inacabado, su visado agotado y la promesa de Sinclair de que le enviaría a la Unión Soviética el material rodado de ¡Que viva México!, cosa que su patrocinador nunca cumplió, Eisenstein regresó a Moscú con las manos vacías. Su calvario no había hecho sino comenzar. El cineasta nunca pudo ver el fruto de más de un año de trabajo en México y ello le supuso la mayor tragedia personal de su vida. Las imágenes filmadas se utilizaron en varias películas de mediocres directores y en 1956, Sinclair depositó el material fílmico en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Finalmente, con una versión montada por su colaborador Grigori Alexandrov, la película se estrenó en 1979, aproximadamente una década después de que el material fuera enviado por el Museo de Arte Moderno a la Unión Soviética. Eisenstein había muerto más de treinta años atrás. Hasta su último día de vida en el hospital, esperó que llegara milagrosamente a sus manos al menos una lata del material de ¡Que viva México!.
En la Unión Soviética continuaron las dificultades para desarrollar su trabajo. Stalin le señaló como sospechoso, ya que en EEUU tuvo que jurar respeto a la Constitución estadounidense. Eisenstein jamás pudo quitarse la espina de ser un posible traidor a la patria. Decidió entonces dedicarse a la redacción de textos teóricos y a la enseñanza, mientras desde el poder se atacaba tanto su obra como su persona. En 1934 se casó con su confidente Pera Atasheva, probablemente un matrimonio tapadera, pues Stalin había prohibido la sodomía y ser descubierto, ser sospechoso siquiera de su práctica, podía significar acabar en el gulag. La unión, que no tuvo hijos, se mantuvo hasta la muerte de él, pese a sus muchos affairs con hombres. Entre 1935 y 1937 Eisenstein estuvo ocupado en la filmación de El prado de Bezhin, que continuamente vigilada e interferida por las autoridades soviéticas, acabó por ser interrumpida y desechada por considerarla 'bíblica, formalista y difamatoria'. Pese a ello, rodó a continuación Alexander Nevski (1938), su primera película sonora estrenada, una epopeya con música de Sergei Prokofiev y actores profesionales sobre el príncipe ruso que se opuso a la invasión de las tropas teutonas en el siglo XIII, considerado un héroe nacional. Su éxito determinó que Eisenstein y sus colaboradores ganasen el Premio Stalin en 1941.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial y la ruptura del pacto inicial entre Hitler y Stalin, llevó la contienda en 1941 hasta la proximidades de Moscú. Eisenstein fue evacuado a Kazajistán. Allí proyectó una trilogía sobre el zar Iván IV de Rusia y rodó la primera parte de Iván el Terrible (1944), cuyo éxito propició el rodaje de una segunda parte, La conjura de los boyardos (1946), que no pudo ser estrenada hasta 1958 debido a la censura política del gobierno de Stalin. Antes de terminar el rodaje de la tercera y última parte, Eisenstein sufrió dos infartos cardiacos, el segundo de los cuales acabó con su vida a la edad de 50 años.


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