ESTETA INNOVADOR Y REBELDE
Hoy es aniversario natal del cineasta de origen armenio Rouben Mamoulian (nacionalizado estadounidense en 1930). Las películas dirigidas por él muestran a las claras el
espíritu inquieto que siempre le caracterizó como individuo, al mezclar
su culto bagaje intelectual con un enorme entusiasmo por las nuevas
tecnologías, sin que se resintiera por ello la voluntad de conectar con
el público mayoritario. Muchos de sus populares largometrajes se han
convertido de hecho en auténticos clásicos insuperables del cine de
aventuras, el melodrama y el musical, además de referentes a la hora de
abordar aspectos industriales como la fotografía en color o el sonido.
La esmerada
educación recibida durante su adolescencia resultó en ese sentido
crucial para configurar su personalidad: un padre banquero y una madre
entusiasta del teatro (llegaría de hecho a presidir la Sociedad
Dramática de Tiflis) le formaron en el rigor disciplinario y la
creatividad desbordante. Por eso, tras estudiar el bachillerato en París
y cursar la carrera de Derecho en la Universidad de Londres, no resultó
extraño que dejara a un lado la voluntad paterna de verle convertido en
juez para ingresar en la prestigiosa Escuela de Arte Dramático de
Moscú, que tenía como principal cabeza visible al mítico Konstantin
Stanislavski.
En 1920 dio el salto a Inglaterra,
donde comenzó a dirigir diversos montajes de éxito que a su vez le
abrirían tres años después las puertas de los Estados Unidos al ser
contratado por el presidente de la casa Kodak, George Eastman, para
dirigir su compañía de teatro en Rochester. Su actividad escénica a partir de
1923, con desbordantes éxitos incluso en Broadway (como el que en 1929 le
proporcionó "Porgy", obra de DuBose Heyward a la que George Gershwin daría tratamiento operístico en "Porgy and Bess", a su vez estrenada en 1935 con dirección de Mamoulian), llamó la atención de la Paramount, que
andaba reclutando directores con indudables aptitudes para el diálogo y
dispuestos a afrontar la delicada transición del cine mudo al sonoro.
Rouben
Mamoulian destacó pronto, desde su mismo debut, como un realizador
moderno y poco dado a contemporizar con el orden establecido. Así,
aunque sus conocimientos de técnica eran muy limitados todavía, en Aplauso
(1929), musical con Helen Morgan, intuyó que la cámara debía recuperar su antigua movilidad
(perdida durante los primeros años del sonoro por las limitaciones
técnicas) mediante la disociación radical entre el registro sonoro y la
toma de imágenes. A ello le sumará la mezcla de sonidos (por ejemplo,
música y diálogo) procedentes de dos pistas, a fin de mejorar la calidad
acústica del conjunto y lograr sorprendentes efectos que serían muy
bien recibidos por los espectadores.
Las calles de la ciudad (1931), según la obra
literaria de Dashiell Hammett, protagonizada por Gary Cooper y Sylvia Sidney, acabará siendo por su parte una inusual
película de gangsters donde Mamoulian jugó con el recurso teatral del
monólogo interior, algo insólito en cine pero que pronto fue aceptado
como recurso narrativo. Lanzado a la cumbre del estrellato como director,
puso entonces en marcha El hombre y el monstruo (1931), donde
desarrolló los filtros de color como elemento para lograr efectos
especiales en la fotografía de blanco y negro, caso de la conversión en
un plano fijo del Doctor Jekyll en el malvado Hyde. La intensa emoción y
sensualidad de sus imágenes, así como las magníficas interpretaciones
de Fredric March y Miriam Hopkins, contribuyeron también poderosamente a
hacer de esta película una obra maestra del cine de terror.
Amame esta noche
(1932), musical con Maurice Chevalier y Jeanette MacDonald, cerró la primera parte de su carrera con un nuevo experimento
audiovisual: el intento de sincronizar imagen y sonido de acuerdo a
ritmos musicales predeterminados. Sin embargo, al año siguiente, decidió otorgarse
un leve respiro en sus experimentaciones formales para dirigir a
Marlene Dietrich en El cantar de los cantares (1933) y a Greta Garbo en La Reina Cristina de Suecia (1933). Las
dos divas más grandes del firmamento cinematográfico encontraron en
Mamoulian al realizador idóneo para sacar de ellas excelentes
interpretaciones, especialmente en lo que respecta a la contención de
los gestos y a cierta inexpresividad ambigua que encuentra su máxima
expresión en el plano final de La Reina Cristina de Suecia, con Greta Garbo encarando dignamente y sin aspavientos una tragedia sentimental. Después adaptó la novela "Resurreccción" de Tolstoi en Vivamos de nuevo (1934), protagonizada por Anna Sten y Fredric March, que no obtuvo la repercusión esperada.
La feria de la vanidad
(1935), melodrama con Miriam Hopkins, fue también un nuevo reto, ya que se trataba de la primera
experiencia de Mamoulian con el Technicolor. El director se convirtió a
raíz de dicha experiencia en uno de los más notables teóricos sobre el
uso expresivo del color. Después rodó El alegre bandolero (1936), agradable film de aventuras construido a la medida del entonces popular cantante Nino Martini, La furia del oro negro (1937), western musical con Irene Dunne y Randolph Scott, Sueño dorado (1939), adaptación de una obra de Clifford Odets, con Barbara Stanwyck, Adolphe Menjou y un debutante William Holden, y El signo del Zorro (1940), popular film de capa y espada ambientado en la Baja California de comienzos del siglo XIX, acentuando el lado romántico del personaje por encima de su faceta atlética, y con el protagonismo de Tyrone Power y Linda Darnell.
Las indagaciones coloristas de Mamoulian continuaron en Sangre y arena
(1941), según la novela de Vicente Blasco Ibáñez, con Tyrone Power, Linda Darnell y Rita Hayworth, con decorados inspirados en pinturas de El Greco, Goya y Velázquez. Su incursión en el terreno de la comedia excéntrica con Anillos en sus dedos (1942), protagonizada por Henry Fonda y Gene Tierney, resultó también exitosa. No obstante, el teatro volvió a reclamarle como uno de sus
grandes directores, por lo que, tras ser despedido del rodaje de "Laura" en 1944 por discrepancias con el productor Otto Preminger, quien finalmente acabó dirigiéndola, se decantó por Broadway, donde se encargó con éxito de los montajes de musicales como "Oklahoma!" (1943), "Carousel" (1945), "St. Louis woman" (1946) y "Lost in the stars" (1949). En el resto de la década de los 40 sólo dirigió una película más, Summer holiday (1948), musical con Mickey Rooney y Gloria DeHaven, que no funcionó en taquilla. Su pertenencia a la Sociedad de Directores de America, a la que estaba adscrito desde 1936, y su intransigencia a las interferencias creativas de los estudios le supusieron su inclusión en las listas negras de Hollywood durante los años 50.
De ahí que La bella de Moscú
(1957), remake musical de "Ninotchka" de Lubitsch protagonizado por Cyd Charisse y Fred Astaire, cerrase
de manera magistral su relación con el cine: al uso del sonido
estereofónico y del color le añadió la utilización de la danza para
mostrar el avance en la historia de amor de los protagonistas. Instalado
en su posición irreductible de primar en sus films el aspecto visual y poético sobre el narrativo, no titubeó posteriormente en abandonar los posteriores rodajes de "Porgy and Bess" (terminada por Otto Preminger en 1959) y de la superproducción "Cleopatra" (Joseph L. Mankiewicz, 1963), por fuertes desavenencias con los productores. La incapacidad de Hollywood para comprender la valía de este hombre culto e inventivo representó una triste pérdida para el séptimo arte. Alejado ya de la vida cinematográfica, se dedicó a la dirección teatral hasta su retirada a principios de los años 70.
Rouben Mamoulian estuvo casado con Azadia Newman desde 1945 hasta 1987, año de su fallecimiento a los 90 años por causas naturales.
(Informe procedente, con modificaciones, de la página Biografías y Vidas)
(Informe procedente, con modificaciones, de la página Biografías y Vidas)
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