PADRE DE LA LITERATURA DE ANTICIPACIÓN
Hoy es aniversario natal del escritor francés Jules Verne, considerado el fundador de la moderna literatura de ciencia ficción. En sus relatos fantásticos predijo con gran precisión la
aparición de algunos inventos generados por los avances tecnológicos
del siglo XX, como las imágenes en movimiento, los helicópteros, los
submarinos o las naves espaciales. Además de las descripciones casi proféticas de máquinas e ingenios, su obra se caracteriza por la confianza que el autor deposita en la capacidad del hombre para dominar la naturaleza mediante la ciencia. La robustez de sus héroes, expresión de optimismo, hace que sus novelas de aventuras estén inflamadas de una radiante humanidad, de una inmensa fe en el hombre, en su coraje y en su capacidad de aprender; en ellas el corazón y la inteligencia triunfan siempre sobre la maldad y la estupidez. Verne amó sobre todo los barcos, los viajes, los relojes y los libros. Uno de los escritores más importantes de su tiempo, la difusión de sus novelas y su influencia en la literatura posterior es ingente.
Texto procedente (con algún retoque) de la página Biografías y Vidas:
La vida de Julio Verne es aparentemente una sucesión de decisiones
sensatas: estudió derecho siguiendo la tradición familiar,
contrajo matrimonio con una viuda rica, logró una posición
acomodada y sólo cuando su arrollador éxito se lo permitió se
dedicó en exclusiva a la literatura. Esta acomodación burguesa,
sin embargo, no fue fruto espontáneo de un carácter
dócil. A los once años, enamorado de una prima suya, se embarcó
en un barco que partía a las Indias con la romántica
idea de traerle un collar de coral. La aventura fue abortada en
el último segundo por su padre, que le propinó una paliza; ello y
el posterior desdén de la prima alimentó al parecer la misoginia
de Verne y una secreta rebeldía que, incapaz de manifestarse
en la sociedad bienpensante, hallaría un cauce de expresión en
la desbordada fantasía de su literatura.
Pero si bien puede considerarse a Verne un náufrago en la
monotonía de una sociedad prevenida frente a los productos de la
imaginación
y desconfiada hacia el genio, no menos cierto es que, quizás
para burlar tales suspicacias, su aislamiento y sus ensueños literarios
fueron siempre razonables. Tras su primera aventura infantil,
descubierta y sofocada, Verne aprendió la lección y no volvió a
rebelarse salvo en sus libros, pero de un modo críptico y
elusivo. Como si temiera decir demasiado y le aterrorizara lo
explícitamente
inverosímil, heterodoxo o provocador, el autor se apresuraba a
exorcizarlo por medio de demostraciones destinadas a confinar la rareza
en
los límites de la razón humana. Así, lo visionario quedaba
arrinconado en beneficio de lo razonablemente posible considerando
el ritmo de los avances técnicos de la época. Y la fe en el
progreso se hermana en sus héroes con el valor, la inteligencia
y la bondad, siempre triunfantes sobre la ignorancia y la
estrechez de miras.
Tal polaridad definió la etapa de su vida previa a su
consagración literaria, en la que alternó la literatura con el obligado
cumplimiento de sus deberes. A los ocho años ingresó con su
hermano Paul en el seminario Saint-Donatien. Más tarde estudió filosofía
y retórica en el liceo de Nantes y viajó a París para seguir la
carrera de leyes, cumpliendo con ello los deseos de su padre,
el abogado Pierre Verne. En 1848 comenzó a escribir algunos
sonetos y textos de teatro, y dos años más tarde aprobó su
tesis doctoral de derecho y optó por la carrera de letras.
Sus inicios literarios fueron difíciles; sus piezas de teatro no tuvieron una divulgación importante, y recurrió a la docencia
para sobrevivir. Desde 1852 hasta 1854 trabajó como secretario en el Théâtre Lyrique, y publicó algunos
relatos en Le musée des familles, como Martín Paz
(1852). En 1857 se convirtió en agente de bolsa y empezó a
viajar; visitó Inglaterra, Escocia, Noruega y Escandinavia, y
continuó sus escritos. A comienzos de ese mismo año había contraído un matrimonio, que no cabe juzgar
sino como de conveniencia, con Honorine Deviane Morel, una joven viuda de la buena sociedad de Amiens, madre de dos hijas, con la que tendría a su único hijo cuatro años después; Verne mantuvo su misoginia más allá
del mismo, igual que la relación con su padre (opuesto a su
veleidades literarias) fue y seguiría siendo siempre
conflictiva: alcanzada la independencia económica, jamás volvió a
poner los pies en el hogar paterno.
Posteriormente conoció al editor Hetzel, quien se interesó por sus textos y le publicó Cinco
semanas en globo (1863),
obra que lo lanzó al éxito y lo estimuló a proseguir con la temática de la novela de aventuras y fantasía. El
mismo editor le encargó una colaboración regular para la revista Magazine d'éducation et de récréation,
y en poco tiempo alcanzó una gran celebridad. Aprovechando sus
conocimientos geográficos, adquiridos a través de numerosos
viajes por Europa, África y América del Norte, y su entusiasmo
por la revolución tecnológica e industrial, Verne se
convirtió en un especialista de los relatos de viajes y
aventuras de corte científico. Su dominio de la tensión dramática
le permitió combinar extravagantes situaciones y momentos
poéticos en una prosa ligera y amena.
Inmediatamente se enfrascó en la redacción de Viaje al centro de la Tierra
(1864),
para lo cual se aplicó a
la geología, la mineralogía y la paleontología. Las detalladas
descripciones de animales antediluvianos maravillaron a los
expertos, poniendo de manifiesto su extraordinaria intuición
científica. Su tercer gran libro fue De
la Tierra a la Luna (1865),
cuya publicación despertó tal entusiasmo por los viajes
espaciales que su despacho se inundó de cartas solicitando reservas
para el próximo viaje lunar. La novela se ocupaba tan sólo de
los preparativos del viaje, y su extraordinaria acogida indujo al autor
a completar la historia con su segunda parte,
Alrededor de la Luna (1870), que relata el viaje propiamente dicho.
A estas obras iniciales siguieron pronto muchos libros memorables. Las aventuras del
capitán Hatteras (1866)
narra la desventurada expedición de este tenaz y singular
personaje al Polo Norte, en cuyo transcurso encuentra al capitán
Altmont,
superviviente de una expedición americana con el mismo objetivo.
Los hijos del capitán
Grant (1868) emprenden
un dilatado viaje que los lleva hasta Australia en busca de su
padre, cuyo paradero sólo conocen parcialmente por un mensaje suyo
hallado
en una botella.
Veinte mil leguas de viaje submarino (1870) es,
entre su extensísima producción, uno de los libros que conserva más
íntegro
su encanto. La peripecia se inicia cuando una fragata americana
parte en busca de un monstruo marino de extraordinarias proporciones al
que se
atribuyen múltiples naufragios. El monstruo aparece, se
precipita sobre el barco expedicionario y lo echa a pique, llevándose en
su espinazo al naturalista Aronnax, a su fiel criado Conseil y
al arponero Ned Land. El monstruo resulta ser un enorme submarino, el Nautilus,
en el cual los tres hombres pasarán cerca de diez meses hospedados por el enigmático capitán Nemo, artífice del invento.
Visitarán los tesoros sumergidos de la Atlántida, lucharán contra caníbales y pulpos gigantes y asistirán a
un entierro en un maravilloso cementerio de coral. Nemo, hostil e iracundo, no tardará en revelarse como un proscrito, un
sublevado solitario cuyo manto de misterio esconde una identidad
principesca y una pesadumbre tenebrosa. Se ha señalado que Nemo
es un trasunto del propio Verne. Ambos viven encerrados, solos e
incomprendidos,
el primero en su coraza de acero, el segundo en la burbuja de su
gabinete, ambos refugiados tras el disimulo y el secreto. Del mismo
modo que Verne
dejó estupefactos a propios y extraños presentándose a unas
elecciones municipales en Amiens por una lista de izquierdas,
el capitán Nemo, que lucha por la liberación de los pueblos
oprimidos, detesta a la convencional y adocenada colectividad que lo
persigue y enarbola dos veces el estandarte negro del nihilismo.
La isla misteriosa (1874), otra de sus más destacadas novelas, representa el cierre de la trilogía que
forma junto con Los hijos del capitán Grant y Veinte mil leguas de viaje submarino al retomar y relatar el destino de
dos de sus personajes: Ayrton y el capitán Nemo. Deudora del Robinson Crusoe
de Defoe, tiene como protagonista al ingeniero Cyrus
Smith, cuyos saberes técnicos y prácticos permiten la
supervivencia del grupo de personajes que llega accidentalmente a la
isla.
Con el mismo interés fueron recibidas novelas de aventuras con una menor carga de ciencia y de fantasía, como La vuelta al
mundo en ochenta días (1873). El protagonista de la
historia es Phileas Fogg, un imperturbable aristócrata británico
que apuesta con sus compañeros de club que es capaz de dar la
vuelta al mundo en ochenta días; el monto de la apuesta asciende a
veinte mil libras, la mitad de su fortuna. En compañía de su
criado Passepartout, recién incorporado al trabajo, el fabuloso
viaje le depara toda clase de aventuras a lo largo del mundo y
multitud de obstáculos a los que enfrentarse. Entre ellos se incluye el
Sr.
Fix, un celoso inspector de policía que quiere encarcelarlo por
creerle culpable de un monumental robo a un banco. Lo heroico y lo cómico se alternan en el libro: son cómicas
las aventuras con el policía que le sigue y la figura de su
criado Passepartout; heroicas las aventuras y las hazañas para
superar los dificultades que se interponen en su propósito final.
Paradójicamente, esta carrera prodigiosa alrededor de la tierra,
victoriosa conquista del espacio y del tiempo, es efectuada por el
caballero
inglés más flemático y acompasado que pueda imaginarse.
Publicada por entregas, el éxito de la novela fue tal que se
llegaron a cruzar apuestas sobre si Phileas Fogg, "el hombre
menos apresurado del mundo", lograría llegar a la meta en tan breve
tiempo.
También se alejan de la anticipación científica otras obras de gran éxito como Miguel Strogoff (1876)
o Un capitán de quince años (1878). El título de Miguel Strogoff
es el nombre de su protagonista, un capitán
de los correos del Zar: Strogoff recibe el encargo de llevar un
importante mensaje a la lejana ciudad de Irkutsk, cuya guarnición está
amenazada
por una revuelta de hordas tártaras soliviantadas por un tal
Iván Ogareff, ex oficial del Zar, que quiere de ese modo vengarse de
la degradación que ha sufrido. Domina toda la aventura la figura
del correo imperial, personificación del valor más temerario
y de la devoción más absoluta. La historia es narrada con gran
habilidad y un singular efectismo que, hasta la feliz conclusión,
conserva todo el interés, avivado por la sugestión del ambiente
casi bárbaro. Un capitán de quince años (1878) arranca en un
puerto de Nueva Zelanda: la señora Weldon se embarca con su hijo
Jack en un velero que habrá de llevarla a San Francisco, donde
le espera su marido, armador. Durante la travesía, el capitán
y toda la tripulación perece en el intento de dar caza a una
ballena, y el joven Dick Sand, de quince años de edad, se hace cargo
del barco con la ayuda de unos negros a los que habían salvado
de un naufragio. Pese a las infernales maquinaciones del cocinero de a
bordo,
Negoro, que hace anclar adrede el velero en un país salvaje con
la intención de vender como esclavos a la tripulación y a
los pasajeros, el capitán de quince años consigue conducir a su
patria a la señora Weldon y a su hijo.
Autor sumamente prolífico desde que se instaló profesionalmente en la escritura, es inevitable dejar de reseñar destacados
libros suyos, como Las tribulaciones de un chino en China (1879), El faro del fin del mundo (1881), Dos años de vacaciones (1888)
y Los viajes del capitán Cook (1896), entre muchos
otros; su producción novelística supera el medio centenar de títulos.
Julio Verne se radicó en Amiens en 1872, y a partir de 1886 se
comprometió con las actividades municipales de dicha ciudad. Junto
con una serie de entusiásticas aprobaciones, la extraordinaria
fama le procuró detractores encarnizados; en 1886 un sobrino suyo
disparó contra él frente a la puerta de su casa un pistoletazo
que le dejó cojo. Tres años después fue nombrado
representante del consejo municipal, y en 1892 fue condecorado
con la Legión de Honor.
Muchos textos de Verne, popularizados ya con rapidez en vida del autor, quedarían entre los grandes clásicos de la literatura
infantil y juvenil del siglo XX. De su obra póstuma destacan El eterno Adán (1910) o La extraordinaria aventura de la
misión Barsac (1920), en las que un crítico tan poco
convencional como Michel Butor ha querido ver un Verne más profundo
y escéptico de lo habitual, que tendía a desconfiar de las
consecuencias que podía acarrear para los seres humanos el progreso
incesante de la tecnología y de la ciencia.
Verne tuvo mala salud durante toda su vida, sufrió ataques de parálisis, era diabético y acabó por perder vista y oído. Gravemente enfermo falleció a los 77 años en su casa de Amiens.
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