JULIO ROMERO DE TORRES (Córdoba, España, 9-11-1874 / Ibídem, 10-5-1930): IN MEMORIAM
Hoy es aniversario natal del pintor español Julio Romero de Torres. Abanderado de un romanticismo ciertamente trasnochado en la actualidad pero muy del gusto de su tiempo, en toda su pintura conjugó las influencias modernistas con los aires típicos de su tierra andaluza. Hizo, además, especial hincapié en los sentimientos trágicos y
legendarios propios de la religiosidad y la cultura de sus paisanos, lo
que explica la inmensa popularidad de que gozó tanto en vida como muchos
años después de haber desaparecido. Los hogares más populares de la España rural exhibieron durante mucho
tiempo reproducciones de las principales obras de Romero de Torres, casi
siempre decorando las extensas páginas de unos enormes almanaques. Su
recuerdo quedó vivo, además, en coplas y tonadillas folclóricas, y se
hizo presente durante algún tiempo en las ilustraciones de sellos y
papel moneda. En la actualidad, una buen parte de su obra puede contemplarse en la Casa
Museo que la ciudad de Córdoba ha dedicado a uno de sus artistas más
universales.
Hijo de Rafael Romero Barros, pintor y director-fundador del Museo Provincial de Bellas Artes en Córdoba, quien le inició en el sendero de la pintura desde muy temprana edad, cursó estudios en el Instituto Góngora y en 1884 se matricula en el Conservatorio de Música para estudiar solfeo. Paralelamente inicia clases de dibujo y pintura con su padre, aprendiendo de los maestros Sorolla y Fortuny, de los que tomó la técnica impresionista y la temática costumbrista. De 1890 es su primera obra conocida y fechada, La huerta de Morales. En 1895 pinta ¡Mira qué bonita era! que presenta a la Exposición Nacional de Bellas Artes donde obtiene una Mención Honorífica y en 1897 con Conciencia tranquila opta a una beca para la Academia de España en Roma, que no consigue. En 1899 contrae matrimonio con la corbobesa Francisca Pellicer López con la que tendrá tres hijos. Ese mismo año, obtiene una plaza de auxiliar gratuito de Colorido y Composición en la Escuela Provincial de Bellas Artes de Córdoba. Su integración en la vida cultural de su municipio va consolidándose en torno a la Academia de Ciencias, Nobles Artes y Bellas Letras, al Ateneo y a la Sociedad Económica de Amigos del País, y con la asistencia a las diversas tertulias literarias y artísticas que se celebraban en la ciudad.
En torno a 1900 su paleta alcanza uno de los momentos de más intenso luminismo de toda su producción. La luz y el color, junto a un detallado
estudio de la figura femenina y la vegetación, serán protagonistas
esenciales de pinturas como La siesta, Pereza andaluza, Patio cordobés, Jardín de Córdoba, Mujer a la puerta de un jardín o Mal de amores. En ella se pueden distinguir dos etapas bien diferenciadas, la de juventud. que se prolonga hasta 1907, y la de madurez, desde ese año hasta su fallecimiento. Durante la primera, su obra recibe las influencias de las corrientes pictóricas de finales del siglo XIX, como el realismo social, el impresionismo y el modernismo simbolista. En 1907, con la obra Nuestra Señora de Andalucía inaugura su etapa de madurez y su estilo queda practicamente definido con Musa gitana, su primera medalla en la Exposición Nacional de 1908. A este certamen también presentará Amor sagrado y amor profano. Estos y otros lienzos contienen ya los elementos estéticos que van a caracterizar su obra: el profundo simbolismo y sus argumentos alegóricos, la precisión de las formas, el dominio del dibujo, el deslizamiento de la tenue luz sobre las figuras, la supresión de la dureza del contraste, el artificio poético de los escenarios, el miniaturismo de los fondos idealizados, la morbidez de los cuerpos femeninos, las hábiles veladuras y la ondulación de los pliegues de los ropajes. De sus viajes a Roma en 1906 y 1908 absorbió influencias de la pintura renacentista italiana.
En sus estancias en Madrid se relaciona con artistas e intelectuales y en 1910 participa en las Exposiciones Internacionales de Pintura Española
que se celebran en Buenos Aires y en Santiago de Chile. Ramón del Valle
Inclán pronuncia una serie de conferencias en la capital argentina en las que
presenta a Julio Romero de Torres como primer pintor español. Aupado por los cánones modernistas vigentes en su tiempo, logró éxitos
-no exentos de la controversia crítica que siempre acompañó
al enjuiciamiento artístico de su pintura- en varias exposiciones
nacionales e internacionales, como las realizadas en Barcelona (1911), Madrid (1912) y Munich (1913). Pero lo cierto es que en su tiempo
fue aclamado por pintores, escritores y contempladores de su obra,
quienes celebraban la exaltación de los tópicos nacionales difundidos
por la obra de Romero de Torres. Baste con recordar que
las monografías de su pintura y los catálogos de sus exposiciones venían
autorizados por comentarios elogiosos de autores como Jacinto
Benavente, Ramón María del Valle Inclán, Gregorio Martínez Sierra o
Santiago Rusiñol.
En 1914, con motivo del estallido de la Guerra Europea, firma el
manifiesto de los intelectuales españoles en pro de la defensa de los
valores espirituales y a favor de la causa aliada. Nombrado catedrático de Ropaje en la Escuela de Bellas Artes de Madrid, en 1916 se instala definitivamente en la capital. En lo sucesivo, representó al arte español en diversas exposiciones internacionales en ciudades como París y Londres. Nocturno, La consagración de la copla, La saeta o Cante hondo son obras representativas de este periodo que nos permiten conocer la personalidad del pintor. Sus pinturas se caracterizan por la exaltación de valores tipicamente andaluces y sus tradiciones populares, como el flamenco, la copla o el toreo. Pero, sobre todo, se interesa por los prototipos humanos, siendo la mujer cordobesa la principal protagonista de sus cuadros. Se ha dicho de él que fue el pintor del alma de Andalucía. El artista cordobés pintó numerosas figuras femeninas, mujeres morenas de misteriosa y profunda mirada, envueltas en un halo ensimismado de pasión y sensualidad, en muchas ocasiones alegórico de lánguidas melancolías y perturbadores deseos ocultos. Así ocurre en Retablo del amor, Contrariedad, La niña de la jarra, Naranjas y limones, La nieta de la Trini o La chiquita piconera, su última obra acabada y la más emblemática, resumen de la concepción que el artista tenía de la pintura. Algunos de sus desnudos causaron escándalo en su época.
El Ayuntamiento de Córdoba le nombró Hijo Predilecto de la ciudad en 1922. Romero de Torres participó también de la corriente del cartel como medio de comunicación y realizó una serie de obras en las que se integra en la nueva tendencia (las etiquetas del Anís 'La Cordobesa', carteles de corridas de toros, calendarios de Explosivos Riotinto).
Durante los años 20, su estudio madriñeño fue centro de reuniones y tertulias, visitado incluso por la realeza. En 1928 pinta Viva el pelo, uno de sus lienzos más aclamados, y La Virgen de los Faroles,
que es colocada en el retablo de la fachada norte de la Mezquita
Catedral. Poco después comienza a sentir los primeros síntomas de una enfermedad que
achaca al cansancio, dejando de pintar durante una temporada. Al no
mejorar, consulta a los médicos que le diagnostican una grave dolencia
hepática y pulmonar y vuelve a Córdoba para residir en la vivienda del Museo de Bellas Artes donde continuaba viviendo su familia. Los últimos homenajes y reconocimientos que recibió no impidieron el progresivo empeoramiento de su enfermedad, que le llevó a la muerte en su casa de la Plaza del Potro el 10 de mayo de 1930 cuando contaba 55 años. Su viuda e hijos donaron al pueblo de Córdoba los lienzos del artista
que habían participado en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de
1929, para crear un Museo en su memoria.
Tiene elementos simbolistas y mucho de la esencia misma de una España que ha quedado atrás.
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