BUSBY BERKELEY (Los Angeles, California, US, 29-11-1895 / Palm Desert, California, 14-3-1976): IN MEMORIAM
Tal día como hoy hace 120 años nació el director de cine y coreógrafo estadounidense Busby Berkeley. Su nombre es hoy leyenda por sus personalísimas aportaciones visuales al género del musical cinematográfico. Sus deslumbrantes coreografías se caracterizan por una unidad de estilo, ya que él mismo intervenía en la puesta en escena, desde la posición y movimientos de la cámara hasta el montaje, que creaban un tiempo y un espacio absolutamente independientes. Obsesionado por la idea de la multiplicación, sus números musicales, con movimientos perfectamente sincronizados de sus participantes, eran como fascinantes visiones caleidoscópicas que sorprendían y maravillaban al público por su espectacularidad. A ello colaboraban escaleras, plataformas giratorias, desniveles en el escenario, juegos de luces y sombras u otros complejos mecanismos como la filmación panorámica o cenital con grúas, que ofrecían un aditivo extraordinario a la música y al baile.
Semblanza procedente (con modificaciones) de la página mcnbiografías:
Nacido William Berkeley Enos en el seno de una familia dedicada al teatro, con un padre director y una madre actriz, tuvo que luchar contra la resistencia de sus progenitores a que se dedicase profesionalmente a un mundo tan inestable, donde el trabajo a veces escasea y la falta de salarios regulares era un auténtico problema para la subsistencia. Así las cosas, se enroló voluntario en el ejército durante la Primera Guerra Mundial, pero al licenciarse decidió seguir buscando trabajo en el teatro aún con más ahínco como actor cómico de variados espectáculos musicales.
El salto al campo de la coreografía no tardaría mucho en llegar, aunque su formación específica en este terreno era inexistente y su experiencia como aprendiz escasa. Sin embargo, pronto llamó la atención de los especialistas por su eficaz manejo de los ritmos del jazz y sus espectaculares movimientos de masas en escena en espectáculos de Broadway, lo que le valdría ser llamado por la industria cinematográfica de Hollywood para coreografiar a gran escala los números musicales de una película que pretendía romper con los esquemas un tanto estáticos del cine sonoro, que apenas estaba comenzando su andadura y, por tanto, evidenciaba las dificultades para desligarse de las ataduras que imponía el poco manejable registro de sonido. Whoopee! (1930), una producción de Samuel Goldwyn y Florenz Ziegfeld dirigida por Thornton Freeland, le abriría de par en par las puertas del cine, con un vehículo a la mayor gloria de Eddie Cantor en el que Busby Berkeley exigió incluso ocasionalmente dirigir algunos movimientos de cámara.
Las secuencias organizadas a base de un plano general captado desde las alturas y que permitía ver el trenzado coreográfico de los bailarines para sugerir determinadas formas geométricas, junto con tomas más cercanas pero plenas de dinamismo, provocaron de inmediato una reacción negativa entre los puristas del musical y una entusiasta acogida por parte de los espectadores e incluso de personalidades de la vanguardia intelectual, fascinados por los ritmos internos que podían generarse a partir de la simple puesta en relación de infinidad de elementos moviéndose al mismo tiempo.
Curiosamente fue la Warner, cuya dedicación al género musical era a la sazón muy moderada, la productora que le ofreció las mejores oportunidades iniciales a Busby Berkeley como coreógrafo, con films como La calle 42 (1933) de Lloyd Bacon, Vampiresas de 1933 (1933) de Mervyn LeRoy, Desfile de candilejas (1933) de Lloyd Bacon, Escándalos romanos (1933) de Frank Tuttle, El altar de la moda (1934) de William Dieterle, Wonder Bar (1934) de Lloyd Bacon, o Música y mujeres (1934) de Ray Enright. Pero no sería hasta Vampiresas de 1935 (1935) que pudo debutar como director en solitario, además de proseguir como coreógrafo, iniciando una trayectoria que tuvo continuidad a lo largo de esta década y de la siguiente, con títulos como Stage struck (1936) o Hollywood Hotel (1937) y esporádicas incursiones fuera del género que lo haría ilustre, como en el melodrama Han hecho de mí un criminal (1939).
En 1939 sería contratado por la Metro Goldwyn Mayer, donde dirigió a la pareja formada por Mickey Rooney y Judy Garland en Los hijos de la farándula (1939), Armonías de juventud (1940) y Chicos de Broadway (1941). También se encargó de los números musicales de Ziegfeld girl (1941) de Robert Z. Leonard, o Lady be good (1941) de Norman Z. McLeod, volviendo a dirigir en solitario Por mi chica y por mí (1942), con Judy Garland y un debutante Gene Kelly, Toda la banda está aquí (1943), musical Fox con Alice Faye y Carmen Miranda, o Llévame a ver el partido (1949), con Frank Sinatra, Esther Williams y Gene Kelly, su última película como director para MGM.
Las secuencias oníricas, basadas en el sueño de alguno de los protagonistas que desembocaba en las más alocadas fantasías, sirvieron como excusa eficaz para la creación de números cada vez más complejos y que requerían de técnicas especiales de rodaje. No obstante, a finales de los años 40 su antiguo brillo comenzó a declinar en función de los gustos de unos espectadores que parecían decantarse con claridad hacia otras formas más modernas de concebir el género. Así pues, Berkeley acabaría regresando a su antigua ocupación específica de coreógrafo para diseñar determinados números concretos de algunas películas que podían incluir de forma excepcional alguna secuencia aislada de estas características. El musical comenzaba a cambiar dando paso a la integración de canciones como hilo argumental de la historia y bailes engarzados con el desarrollo de la trama narrativa. Frente a ese nuevo orden de cosas, ejemplificado por películas de esta misma productora como "Un día en Nueva York" (1949) o "Cantando bajo la lluvia", Busby Berkeley intentó adecuar su recargado estilo a las exigencias de los tiempos, aunque al final optaría por aferrarse a él como inconfundible imagen de marca. Las películas que coreografió pasaron por lo tanto a convertirse en monumentos a la espectacularidad que buscaban no tanto tener grandes éxitos de taquilla sino convertirse en una seña distintiva de la grandeza del musical producido por Metro Goldwyn Mayer y de las posibilidades que todavía quedaban por explorar. Así, por ejemplo, La reina del Oeste (1950) de George Sidney, Luces de Broadway (1951) de Roy Rowland, La primera sirena (1952) de Mervyn LeRoy, Small town girl (1953) de László Kardos, Easy to love (1953) de Charles Walters, Rose Marie (1954) de Mervyn LeRoy y, tras un paréntesis de ocho años, Jumbo (1962) de Charles Walters, que señalaría el definitivo adiós de uno de los mayores talentos del cine musical a lo largo de su historia.
Si algún coreógrafo ha tenido un estilo inconfundible para millones de espectadores a lo largo de la historia, éste ha sido sin ningún género de dudas Busby Berkeley. Ciertamente las acrobacias de Gene Kelly o el elegante movimiento de Fred Astaire le deben mucho a creadores como Nick Castle, Gower Champion, Michael Kidd, Eugene Loring o Stanley Donen, pero no lo es menos que tan sólo el último de éstos acabó dando el salto a la dirección y que, en cualquier caso, sus respectivos estilos visuales sólo pueden ser reconocidos por auténticos especialistas en la materia. Todo lo contrario de Berkeley, cuyas fastuosas coreografías de formas geométricas ejecutadas al unísono por decenas de bailarines perduran en la memoria colectiva de generaciones y han influido de forma determinante en posteriores filmaciones.
Busby Berkeley estuvo casado seis veces y falleció a los 80 años.
La calle 42, musical con canciones de Harry Warren (música) y Al Dubin (letra) fue un enorme éxito que estableció las bases de la posterior reputación de Busby Berkeley como coreógrafo con un estilo único. Véase su extraordinario sentido del espectáculo en esta multitudinaria e imaginativa secuencia final encabezada por Ruby Keeler y Dick Powell.
Todo un gran espectáculo!
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