LA FUERZA DE LAS VÍCTIMAS
Hoy se cumplen 115 años del nacimiento de la actriz estadounidense de cine teatro y televisión Sylvia Sidney. No sólo fue una de las grandes estrellas del Hollywood de los años 30, sino una de sus actrices más delicadas y sensibles. Su gran talento fue aprovechado por directores de la talla de Rouben Mamoulian, Josef von Sternberg, King Vidor, Mitchell Leisen, Henry Hathaway, Fritz Lang, Alfred Hitchcock o William Wyler. Varias de sus películas son clásicos del séptimo arte. Nunca premiada con un Oscar, ganó un Globo de Oro ya en edad provecta por un trabajo televisivo. Su carrera artística abarcó más de setenta años.
Sophia Kosow (su nombre natal) era hija de emigrantes judíos procedentes de Rusia, que se divorciaron cuando ella apenas tenía cinco años. Sidney permaneció con su madre, que era modista, y como medio para superar su timidez se inició en el teatro a los quince años. Estudió arte dramático y durante los años 20 actuó en escenarios neoyorquinos recibiendo alabanzas de la crítica. Descubierta por Hollywood, fue contratada por la Paramount para convertirse, en los años de la Gran Depresión, en una de las estrellas más representativas del periodo.
Con su aire inocente y vulnerable, sus grandes ojos claros y tristes y sus labios temblorosos, Sylvia Sidney sugería perfectamente la joven desamparada, de origen humilde, una tipología heredada del cine mudo. Solía interpretar tanto heroínas urbanas como rurales, por lo común víctimas enfrentadas a la injusticia y la desgracia o relacionadas con el mundo del gangsterismo. En Las calles de la ciudad (1931) de Rouben Mamoulian, oscuro melodrama inspirado en una novela de Dashiell Hammett ambientada en tiempos de la Ley Seca, fue pareja de Gary Cooper; en Una tragedia humana (1931) de Josef von Sternberg, drama romántico basado en una novela de Theodore Dreiser, tuvo como oponente a Phillips Holmes; La calle (1931) de King Vidor, adaptaba una realista obra teatral de Elmer Rice premiada con el Pulitzer; Tuya para siempre (1932) de Dorothy Arzner era una comedia dramática coprotagonizada por Fredric March; en Madame Butterfly (1932) de Marion Gering, con Cary Grant y Charlie Ruggles, era la geisha que atraía fuertemente a un oficial norteamericano; en Sola con su amor (1933) de Marion Gering, adaptación de otra novela de Dreiser, era una madre soltera de humilde extracción social; la comedia romántica Princesa por un mes (1934) de Marion Gering la emparejó de nuevo a Cary Grant; en el melodrama Os presento a mi esposa (1934) de Mitchell Leisen interpretaba a una india que por amor a su marido (Gene Raymond) se autoinculpa en falso de un asesinato; en la comedia Ímpetus de juventud (1935) de Wesley Ruggles, con Herbert Marshall, era una secretaria enamorada de su jefe; El camino del pino solitario (1936) de Henry Hathaway fue una drama rural en el que la secundaban en el reparto Fred MacMurray y Henry Fonda. Bajo la dirección de Fritz Lang reveló toda su fuerza emocional: En Furia (1936), drama con Spencer Tracy, interpretó a una muchacha sencilla progresivamente aterrorizada por la violencia, y en la obra maestra Sólo se vive una vez (1937), drama criminal con Henry Fonda, era una figura salvadora que la fatalidad lleva al umbral de la muerte. La pareja que formó con Fonda en esa película es una de las más patéticas de todo el cine americano; la mirada limpia y la vulnerabilidad de los dos intérpretes se correspondian con extraña intensidad. Entre ambas fue requerida por un Alfred Hitchcock todavía en Inglaterra para rodar Sabotaje (1936), thriller de intriga donde su director sacó también excelente partido del talento de Sidney convirtiéndola en la esposa insatisfecha de Oscar Homolka, angustiada por la sospecha de que su marido sea un espía que va a cometer un acto terrible. Callejón sin salida (1937) de William Wyler, drama social con Joel McCrea, Humphrey Bogart, Wendy Barrie, Claire Trevor y Allen Jenkins, fue también otro de sus más memorables títulos.
En los años 40 su carrera en la pantalla inició su declive. Ni El circo sangriento (1941) de Ray Enright, con Humphrey Bogart, ni Sangre sobre el sol (1945) de Frank Lloyd, con James Cagney, o los siguientes escasos films que protagonizó, estuvieron a la altura de sus logros en el decenio anterior. Cansada de interpretar papeles demasiado estereotipados, probó suerte, sin éxito, en la comedia, y regresó al teatro, donde ya no dejó de trabajar. En los años 50 apareció en El inspector de hierro (1952) de Lewis Milestone, adaptación de "Los miserables" de Victor Hugo en la que fue Fantine, o Sábado trágico (1955) de Richard Fleischer, drama criminal donde interpretó a una solterona amargada. Tras dieciocho años ausente de la gran pantalla, reapareció en Deseos de verano, sueños de invierno (1973) de Gilbert Cates, drama con Joanne Woodward y Martin Balsam, por el que obtuvo su única nominación al Oscar en el apartado de mejor actriz secundaria. Otras colaboraciones esporádicas la recuperaron en films como La maldición de Damien: La profecía 2 (1978) de Don Taylor, El hombre de Chinatown (1982) de Wim Wenders, Bitelchús (1988) de Tim Burton, Romance otoñal (1992) de Beeban Kidron, o Mars attacks! (1996) de Tim Burton. Entre 1952 y 1998 también trabajó a menudo en televisión.
Sylvia Sidney se casó y divorció tres veces. Ssus maridos fueron el publicista Bennett Cerf, con quien sólo convivió seis meses entre 1935 y 1936; el actor y pedagogo teatral Luther Adler (1938-1947), con quien tuvo a su único hijo; y el productor radiofónico Carlton Alsop (1947-1951). La actriz falleció a los 88 años a consecuencia de un cáncer de esófago.
Probablemente la haya apreciado en "Callejón sin salida".
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