EL DRAMATURGO MÁS ENVIDIADO
Hoy es aniversario natal del escritor español Jacinto Benavente. En su época fue un importante dramaturgo cuyos comienzos permitieron vislumbrar una profunda renovación del teatro en castellano.
No obstante, la situación de la escena española le aconsejó inclinarse
por obras de gran éxito en lugar de comprometerse con una producción
exigente, pero minoritaria e incomprendida. Su prolífica producción comprende ciento setenta y dos obras. Fue un discutido ganador del Premio Nobel en 1922.
Jacinto Benavente Martínez fue el menor de los tres hijos de un reconocido pediatra. Estuvo estudiando Derecho hasta que falleció su padre, momento en que
abandonó los estudios para emplear su herencia en vivir la vida a su
gusto, viajar y orientarse hacia la creación literaria, en especial el teatro,
en el que participó también como actor, empresario y crítico
periodístico.
Su primera obra fue Teatro fantástico (1892), a la que en 1893 siguieron otros textos: el libro de poemas Versos, el libro de cuentos Villanos, y la recopilación de sus obras de crítica Cartas a mujeres. Un año después consiguió estrenar su primera obra teatral, El nido ajeno (1894), que fue muy mal acogida por parte de la crítica periodística pero que, en cambio, sí gustó al joven crítico Azorín, coetáneo suyo y de Valle-Inclán en la Generación del 98.
El valor de su extenso trabajo radica en la introducción de referentes
europeos y modernos en el teatro español. Benavente, quien conocía muy
bien la producción escénica que se desarrollaba más allá de los
Pirineos, entre autores tales como Gabriele D'Annunzio, Oscar Wilde, Maurice
Maeterlinck, Henrik Ibsen y George Bernard Shaw, supo incorporar con acierto influencias
que resaltaron notablemente muchas de las cualidades de su teatro,
tales como la variedad y perfección de los recursos que introdujo en la
escena, una gracia inteligente que recorre la sátira social que
despliega, y unos diálogos vivos, chispeantes, muy dinámicos. Sin embargo, la preeminencia de los aspectos escénicos sobre lo
dramático puro, así como un espíritu burlón y frívolo, le restan
profundidad y alcance a muchas de sus piezas. Esa tendencia se puso de manifiesto en sus siguientes obras, Gente conocida (1896) y La comida de las fieras (1898) así como en las que le sucedieron.
Inspirado en el Teatro Libre de París, en 1899 fundó en Madrid el Teatro Artístico,
un proyecto empresarial enfocado a un público minoritario, preparado
para apreciar textos de contenidos regeneracionistas así como la
calidad de los diálogos y de la puesta en escena. Su concienzuda aplicación de los recursos escénicos le convirtió en un
renovador del panorama dramático español. En este proyecto contó con la
colaboración de Valle-Inclán, aunque acabarían peleándose.
En los primeros años del siglo XX comenzó a conseguir grandes éxitos de crítica y público; el primero fue La noche del sábado (1903), seguido de Rosas de otoño
(1905). Se trataba de tramas sencillas abordadas con gran imaginación,
que resultaron muy entretenidas para un público poco acostumbrado a los
diálogos atrevidos. En ellas puede comprobarse cómo el autor amortigua de forma
significativa el tono de su crítica, centrada en las clases
aristocráticas y acomodadas de la sociedad, para sustituirla por una
reprobación simpática, amable, casi paternal, que no por casualidad
obtuvo los favores del público.
Su obra más importante, Los intereses creados (1907), sobre unos
pícaros españoles que tratan de engañar a un rico italiano, resulta particularmente atractiva, desde un punto de vista técnico, por la sabia combinación de elementos procedentes de la 'commedia dell'arte' con otros que brotan del teatro clásico español. El
extraordinario éxito de la obra motivó que se adaptase al cine en la
temprana fecha de 1911, proyecto en el que también participó Benavente.
Otra vertiente cultivada por el autor fue la del drama rural, en obras que, como Señora Ama (1908) o La malquerida
(1913), contrastan frontalmente con el grueso de su producción. Esta
faceta de su trabajo proyecta tal intensidad trágica que sus trazos
sombríos parecen hablar de otro hombre, rastro de un primer
Benavente que, tal vez, pretendía un teatro más en consonancia con los
valores de la Generación del 98. Son dramas de grandes pasiones que se
desarrollan en un medio aldeano asfixiante y brutal, primario, y en los
que palpita un clima de carácter naturalista. Pero Benavente, cuya obra mantiene evidentes puntos de contacto con el
modernismo y con la Generación del 98, no pertenece a ninguno de los dos
movimientos. No posee la gravedad de Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Azorín o
Ramiro de Maeztu; ni tampoco las cualidades necesarias para acercarse al
exquisito mundo poético de los discípulos de Rubén Darío. Le sobró ironía,
le faltó quietud y aliento poéticos. Fue un eminente continuador de la
mejor comedia del siglo XIX, de la cual elimina todo vestigio romántico
para enriquecerla con su espíritu culto e inteligente, y sus formidables
recursos técnicos.
La ciudad alegre y confiada (1916) fue una pieza menos conseguida, continuación de Los intereses creados, y que, a juicio de muchos críticos, fracasó. El punto de vista que adopta Benavente en esta franja de su producción
es el de un escéptico que desconfía profundamente de la naturaleza
humana y de la sociedad en la que aquella se manifiesta con frívola
hipocresía cuando no simple crueldad.
Miembro de la Real Academia de la Lengua Española desde 1912, fue elegido diputado a Cortes por Madrid (en la lista del Partido Liberal-Conservador) en 1918. Sus obras se fueron traduciendo a las principales lenguas europeas y fueron representadas en los escenarios de numerosos países. En 1922, después de una gira por Estados Unidos, cuando se encontraba en
Chile con su compañía, le llegó la noticia de que había sido
galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Tal concesión ha estado siempre rodeada de polémica, pues para algunos
críticos, la de Benavente no deja de ser una obra menor comparada con la
que dejó el modernismo o la Generación del 98. En 1924 se le concedió La Gran Cruz de Alfonso XII y el Ayuntamiento de Madrid le nombró hijo predilecto. Otro título importante de su producción durante este período es Pepa Doncel (1928).
Con el paso de los años fue volviéndose cada vez más liberal en sus opiniones y manifestando abiertamente su homosexualidad. En 1933, fue uno de los co-fundadores de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética. El estallido de la Guerra Civil en 1936 le sorprendió en Madrid, siendo uno de los escasos intelectuales de las generaciones del 98 y el 14
que permaneció toda la guerra en la zona republicana, circunstancia que
el Gobierno empleó propagandísticamente. Este hecho motivó que, al
finalizar la contienda, debiera de soportar varios años de ostracismo
hasta que consiguió recuperar el favor del régimen franquista, que
también pasó a utilizarlo como referente legitimador de sus políticas. Continuó escribiendo y estrenando obras teatrales, así como produciendo algunas películas hasta su muerte en Madrid a los 87 años.
Sí, pude ver obras suyas, incluida La Malquerida. No sabía de sus inclinaciones políticas prosoviéticas en una etapa de su vida.
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