EUGÈNE DELACROIX (Charenton-Saint-Maurice, France, 26-4-1798 / Paris, France, 13-8-1863): IN MEMORIAM
Hoy se cumplen 155 años del fallecimiento del pintor romántico francés Eugène Delacroix, quizá el artista más emblemático del movimiento aparecido en el primer tercio del XIX. Adelantado a su tiempo, la huella de su estilo se observa en el posterior impresionismo, sobre todo por su audacia y maestría en la utilización compositiva del color. Cuando comenzó a pintar, el neoclasicismo, con su solemnidad y serenidad, era el modelo a seguir, pero Delacroix se sintió fascinado por las ruinas medievales, la libertad de la obra de Goya, los clásicos barrocos como Rubens, Velázquez o Rembrandt y los renacentistas venecianos. En su interior estimó que el arte no tenía por qué ser tan racional y se encendió en él un deseo de hallar la realidad tras las apariencias. Sus viajes también fueron una influencia: el primero a Inglaterra, donde conoció al paisajista Constable y descubrió que técnica y color pueden provocar efectos psíquicos en el espectador; el segundo al norte de África,
a Marruecos y Argelia, quedando deslumbrado por la luz y también el
exotismo de sus gentes, con toda su sensualidad y misterio. En su obra se mezcla la fantasía, lo macabro y lo erótico. Delacroix parece valorar más los sentimientos y emociones
que los ideales, algo que junto a sus temáticas y el exotismo que desprenden muchos de sus cuadros lo convierten en el paradigma de pintor romántico, al menos en Francia, influyendo notablemente en todo el movimiento a nivel europeo e internacional. Fue uno de los personajes más ilustres de su tiempo, distinguido sucesivamente con tres rangos de la Legión de Honor: Caballero (1831), Oficial (1946) y Comandante (1855). Delacroix falleció de hemoptisis a los 65 años. A su lado, tomándole de la mano, se encontraba su gobernanta desde 1835, Jenny Le Guillou, a quien dejó 50.000 francos y algunas de sus posesiones. Ella murió seis años después y, por voluntad del pintor, fue enterrada a su lado en el cementerio Père-Lachaise.
Nacido en Charenton-Saint Maurice, es oficialmente hijo del un ex ministro del Exterior del Directorio y luego prefecto del Imperio, y de la hija del ebanista de Luis XVI, de la cual se dice quedó embarazada del príncipe Talleyrand, posiblemente verdadero padre de Eugène, a quien protegerá en los primeros años de su carrera.
En 1806 muere
su padre y toda la familia debe trasladarse a París
donde son acogidos por una de las hermanas de Eugéne.
Ese mismo año ingresa en el Liceo Imperial donde comienza
sus estudios artísticos, desarrollados durante años.
En 1817 conoce
a Théodore Géricault y posa como uno de los náufragos
de su espléndida obra La balsa de la medusa. Aquí
comienza la relación de admiración y respeto que
tendrá el joven pintor por el ya famoso Géricault.
En estos años
de estudiante Delacroix visita constantemente el museo del Louvre
donde estudia y reproduce los cuadros de los grandes maestros de
la pintura, a los que, de una forma u otra, copiará y servirán
de inspiración para sus propias obras. Fuera del mundo pictórico Eugène conocerá a los grandes escritores y músicos
del momento como Victor Hugo, Stendhal, Baudelaire, Chopin o Paganini; algunos
de ellos serán, posteriormente, representados en sus cuadros,
demostrando el profundo aprecio que les profesaba.
Dentro de su
afán de conocimiento por los grandes artistas, viaja a Inglaterra
donde entra en contacto con la pintura colorista y paisajista que
luego verá consolidada con su viaje al norte de África,
territorio que por su luminosidad llamó su atención
y determinó las futuras obras del pintor.
Muere en París
en el año 1863 dejando tras de sí una de las más
prolíficas carreras pictóricas, llenas de centenas
de cuadros que sirvieron de inspiración a otros tantos pintores.
Su obra
Su obra
La pintura Romántica
francesa posee particularidades que la alejan de la realizada en
Inglaterra y Alemania. Así lo demuestran las obras de Delacroix,
quien, considerado como el continuador de Géricault y el máximo
representante del Romanticismo, coloca en primer plano el gusto
por el color y las imágenes exóticas, fruto de sus
ya citados viajes por África y del profundo conocimiento
de la obra de Constable y Turner, cuyas pinturas le sugieren el uso
de barnices gracias a los cuales se obtienen nuevos tonos más
vibrantes que aportan una magnífica luminosidad a las composiciones.
Será, sin lugar a dudas, el conocimiento de otras tierras
y culturas, lo que contribuya a la configuración definitiva
del uso de la pincelada y el color del pintor, teorías que
verá reflejadas en los estudios que sobre el color haga John
Burnet, quien aseguraba que cuanto más construido esté
un cuadro mediante el color, más ligero aparece el efecto
y más realistas las figuras. Así el color será
el centro de toda la obra de Delacroix.
Las figuras
humanas que aparecen en sus composiciones poseen una clara influencia
de los modelos pictóricos y escultóricos de Miguel
Ángel, atribuyendo al cuerpo humano unas proporciones cuasi
perfectas en las que resalta cada músculo del cuerpo masculino
y los atributos femeninos. Lo que, por el contrario, introduce Delacroix,
son las expresiones de sus personajes, quienes conservan ojos llenos
de sentimiento, expresiones de dolor y rabia, así como miedo
y valentía. Une por tanto en sus personajes realismo y clasicismo,
obteniendo armoniosas representaciones de temas históricos
y literarios que destacan sobre todo por los detalles y las texturas
que podemos casi tocar y oler.
Así la
temática elegida por el autor ayuda a la grandeza de sus
estructuras: los argumentos elegidos por este gran artista son principalmente
dos: los históricos y los ambientados en el mundo oriental
representando la realidad, evitada hasta entonces.
Fueron las composiciones
históricas las que le aportaron la fama y llevaron a su consagración
como pintor.
He aquí algunas de sus obras más célebres:
La barca de Dante (1822) |
En esta obra, con Dante y Virgilio en el infierno sobre la barca de Flegias, buscando la ciudad de Dite, destaca la potencia del dibujo y la fuerza plástica de las figuras. La verdadera novedad del cuadro es el uso del color. Con pequeños detalles como las gotas de agua sobre las figuras en primer término, se advierte la atención a los fenómenos naturales, constante en el artista.
La matanza de Quíos (1824) |
Este cuadro denuncia la desmesurada violencia ejercida por los turcos contra los griegos. Podemos sentir el dolor que transmiten las figuras sedentes y la altivez del soldado a caballo, satisfecho por la victoria.
La muerte de Sardanápalo (1827) |
Duramente criticado en su momento, este cuadro de suicidio colectivo, inspirado en un drama de Lord Byron sobre el antiguo rey asirio, hace gala de una de las más espléndidas combinaciones del color y asímismo llama la atención por la perfección en los detalles en las telas, los objetos, los adornos de los personajes, etc.
La Libertad guiando al pueblo (1830) |
La más conocida de sus obras reproduce un momento de la Revolución de París del 1830. En él la Libertad es representada por una mujer con gorro frigio alzando la bandera tricolor republicana, mientras que dirige a una muy variada muchedumbre, situada en segundo plano. El primero de los valientes es el mismo Delacroix, quien, como hicieron pintores anteriores, se autorretrató en su obra. El tercero de los focos de atención en la composición son los cuerpos inertes de los guerreros muertos, que, tendidos en el suelo, aportan el contraste junto con aquellos alzados. Gracias a este dualismo, Delacroix consigue una gran sensación de movimiento y dinamismo.
Mujeres de Argel en su habitación (1834) |
A los acordes del Allegro del concierto nº 2 de J. S. Bach, podemos admirar en el video un resumen de las pinturas de Delacroix, que dejó a la posteridad un legado de más de 900 obras.
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