IT'S DELIGHTFUL, IT'S DELICIOUS, IT'S DE-LOVELY
Aniversario natal de Cole Porter, célebre compositor y letrista de música popular estadounidense, autor de más de mil canciones, muchas de ellas consideradas clásicas, realizadas principalmente para comedias musicales, operetas y películas musicales tales como Wake up and dream, Fifty million Frenchmen, Jubilee, Leave it to me, DuBarry was a Lady, Can-can o Silk stockings. Su producción Kiss me, Kate (1948) fue la primera en ganar el premio Tony de teatro. Entre su asombrosa colección de canciones, que solía escribir utilizando un diccionario de rimas, están Let's do it, What is this thing called love?, You do something to me, Love for sale, Night and day, I get a kick out of you, You're the top, Begin the beguine, It's de-lovely, Just one of those things, Easy to love, I've got you under my skin, In the still of the night, You never know, My heart belongs to Daddy, Every time we say goodbye, Be a clown, Too darn hot, I love Paris, C'est magnifique, It's allright with me o All of you. Muchas de ellas fueron compuestas para Fred Astaire y Ethel Merman, pero han sido versionadas por infinidad de artistas de primera magnitud.
Extracto biográfico procedente del artículo "Cole Porter, el dandy homosexual más exquisito" de Antonio Pomet en El Mundo Magazine (con alguna corrección):
“No lo digas, cántalo”. Éste es el legado de Cole
Porter, quizá el escritor de canciones más importante del siglo XX, un
hombre que gracias a la cultura y la inteligencia –y también al dinero–
supo hacer de una existencia abocada al sufrimiento una de las más
hermosas biografías. Nacido en 1891, su homosexualidad le habría
condenado a un ostracismo vital y moral de no haber sido culto y rico.
Jugó las mismas cartas de Oscar Wilde, pero tuvo más fortuna que el
irlandés: Nunca fue a la cárcel. Se casó con una millonaria. Tuvo éxito
en vida. Ganó un Oscar. Reinventó Broadway. Tuvo muchos efebos. Y una
piscina, siempre llena. Pero jamás dijo nada, prefirió cantarlo. Ése fue
su secreto.
Cole Porter nació el 9 de junio de 1891 en Peru,
Indiana, y fue el único hijo que sobrevivió de la pareja formada por
Samuel Fenwick Porter, un droguero, y Kate Cole, de familia rica e
influyente. El padre de Kate, el abuelo O.J., quería para su hija un
marido a la altura de su hacienda, pero la madre de Cole se casó con el
tímido dependiente de una droguería. A pesar de todo, el abuelo ayudó
con su dinero al matrimonio y después a su nieto, que tomó su nombre del
apellido materno. A los seis años, el joven músico comenzó a tocar el
piano y el violín, aunque acabaría decantándose por el primero por
considerar demasiado estridente el instrumento de cuerda. Su madre le
hacía practicar dos horas diarias de piano. Para suavizar la disciplina,
madre e hijo hacían versiones de canciones tradicionales, lo que
irritaba al abuelo. Kate se volcó en la educación de su hijo y hasta
corre el rumor de que en una ocasión llegó a falsificar su expediente
para mejorarlo.
En 1905 entró en la Academia Worchester de
Massachusetts, donde profesores y alumnos apreciaron con rapidez su
carácter alegre y festivo, que a aquellas alturas ya había aprendido de
su profesor de música la gran cita de su vida: “La letra y la música
deben estar tan unidas que parezcan una sola”. En Yale se hizo más
popular aún que en la escuela. Sus canciones de ánimo para el equipo de
fútbol se convertirían en clásicos.
El abuelo O. J. Cole vio con frustración cómo su
nieto malgastaba su dinero en una carrera dirigida a las artes y no a
las leyes, como él deseaba. Porter se matriculó en Harvard, que pronto
dejaría para ir a Broadway. Algunos amigos de Yale le ayudaron a
producir su primer espectáculo, See America first, que tras 15
representaciones fue cancelado por un estrepitoso fracaso de crítica y
taquilla. Los periódicos fueron implacables con el joven Porter, del que
llegaron a decir que mejor haría en marcharse de la ciudad.
Y así lo hizo: en 1917 se marchó a Francia para
enrolarse en la Legión Extranjera. Aunque contó a la prensa sus
heroicidades en el campo de batalla, se sabía que se había convertido
por aquel entonces en un personaje famoso y querido de la vida social
parisina. Su homosexualidad, iniciada poco después de Yale, vio el
camino abierto en la vieja Europa. Aunque se presentó ante los
periodistas como un pequeño héroe norteamericano, parece que el músico
estaba haciendo referencia a sus escarceos amorosos por medio de la
metáfora. Porque al parecer no estuvo en ninguna Legión Extranjera, sino
en cientos de alocadas fiestas.
En 1919 conoció a Linda Lee, con quien contrajo
matrimonio. A principios de los años 20, la pareja se dedicó a viajar
con una cohorte de mayordomos y una vajilla de plata a cuestas,
recorriendo toda Europa y pasando largas temporadas en sus dos
residencias fijas de París y Venecia. Conoció a Picasso, Rubinstein,
Stravinski, Hemingway, Scott Fitzgerald, Coco Chanel y Elsa Maxwell, la
gran anfitriona de París que le reveló su gran secreto: para que una
fiesta tuviera éxito debía mezclar, como en un cóctel, a la alta
sociedad con una pizca de bohemia.
Por aquel tiempo, a Porter se le reprochaba aquella
imagen de ocioso rico que de vez en cuando escribía alguna canción para
alegrar a sus amigos, pero lo cierto es que se tomaba la música mucho
más en serio de lo que parecía. De vuelta a Nueva York, en 1924,
encontraría su primer éxito en Broadway con Greenwich Village Follies of 1924. Ese mismo año murió el abuelo O.J. y su madre le dio una herencia
de dos millones de dólares que, sumados al millón que Linda obtuvo con
su divorcio, lo convirtieron en extraordinariamente rico: “Mucha gente
dice que el dinero puede destrozarte la vida. Para mí la hace
sencillamente maravillosa”. En 1927 llegará Revue des ambassadeurs,
protagonizada por Irving Aaronson, que haría una de las primeras
grabaciones del famoso Let’s misbehave. Los años 30 fueron su década
dorada. Obtuvo grandes aplausos con The New Yorkers, The gay divorce,
Anything goes o Red, hot and blue, donde se incluye la canción que da
título a la película de Irving Winkler, De-lovely.
Pero aquellos maravillosos años se vieron truncados
en 1937, cuando cayó de un caballo y quedó prácticamente paralítico. Los
médicos decidieron que era más prudente amputarle las piernas, pero su
madre y su esposa se negaron. Sabían que la amputación acabaría con él.
Después de más de 30 operaciones, siguió con sus piernas, pero sufrió un
continuo dolor que no desapareció hasta su muerte. No obstante, nunca
se quejaría: “Un caballero nunca deprime a sus amigos con sus
desgracias”, sentenciaba sonriendo el mago de las apariencias.
En los años 40 verían la luz éxitos como Panama
hattie o Let’s face it. Vivía ya en Hollywood. Su mujer, a la que no le
gustaba el cine, seguía en Nueva York. Asume el rol de viejo rico que
acoge a jóvenes en su casa con piscina.
En 1946, Michael Curtiz decide hacer una película
sobre su vida, obviando su homosexualidad. Cary Grant, a quien Porter
consideraba uno de los hombres más atractivos del mundo, encarnó al
músico. Por entonces se pensaba que el dandy de
Indiana estaba acabado, pero en 1948 apareció Kiss me Kate, espectáculo
basado en "La fierecilla domada" de Shakespeare que llegó a representarse
más de 1.000 veces. Poco tiempo después mueren su madre y su mujer, y
Porter cae en una profunda depresión.
En 1956 obtiene su cuarta y última candidatura al Oscar a la mejor canción por True love, de Alta
Sociedad, una película en la que colaboraron Louis Armstrong y Frank
Sinatra, sus cantantes favoritos. Dos años después le sería amputada una
de sus piernas. Hasta su muerte, en 1964, vivió recluido, alcoholizado y
solo en su casa de Hollywood.
Porter, bajito y de ojos saltones, poseía una boca
grande e insulsa que al sonreír convertía su rostro en atractivo y lleno
de encanto. Esta metamorfosis resume el carácter de este maestro que
legó al mundo lo que quizá fue el primer germen de liberación
homosexual: unas letras llenas de ingenio y malicia envueltas en
poderosas melodías. Si en algo creyó durante toda su vida fue en la
palabra, pero cantada. Es decir, en la metáfora. A los seis años
aprendió a satirizar canciones populares para lidiar el tedio de las dos
horas de piano. Quizá ahí aprendió la clave de su éxito: que las cosas
tienen siempre un envés y que todo puede ser contado y cantado de
diferente forma, de modo que cualquier historia pueda seducir a
cualquiera.
La música permitió que el sueño entrara a formar
parte de su realidad. Por eso siempre nos aconsejó: “No lo digas,
cántalo”. Para embaucar a nuestro propio destino con una sonrisa. Al
parecer, a veces, se consigue.
Esta es, en mi consideración, una de las mejores publicaciones de Javi, haciéndole honor al gran Cole Porter!
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