ANTHONY BURGESS: "PODERES TERRENALES" (fragmento)
«En el principio creó Dios el cielo y la tierra. Y las luminarias del cielo y el mar atronador y los animales de la tierra y del aire y del agua. Y creó un hombre al que llamó Adán y le puso en un maravilloso jardín y le dijo: "Adán, tú eres la corona de mi creación. Tienes para conmigo un deber, el de ser feliz, pero has de trabajar por tu felicidad. Tu trabajo será un trabajo deleitoso, habrás de cuidar este jardín donde hay toda suerte de frutos gustosos y raices por mi mano divina plantados para tu satisfacción y tu sustento. Y cuidarás de la vida de los animales, de que ninguno devore a otro a su antojo. Pues la muerte no debe entrar en el jardín, ya que es un jardín en el que ha de florecer como una rosa la inmortalidad". Y Adán dijo: "No conozco esas palabras, muerte, inmortalidad. ¿Qué significan?". Y respondió Dios: "Inmortalidad significa que los días se sucedan unos a otros sin que ello tenga fin. Y muerte significa que ya no podrás decir: esto lo haré mañana; pues la existencia de la muerte significa la duda sobre la existencia de mañana. ¿Comprendes?". Adán, en su inocencia, dijo que no entendía; y Dios dijo que no importaba, que cuanto menos entendiese, mejor. "He plantado un árbol en medio del jardín -dijo Dios- y ese árbol se llama Árbol del Conocimiento. Comer de ese árbol es el medio más seguro de entender lo que significa muerte, pues su fruto da muerte. No lo toques. Tú sabes ya que está prohibido tocarlo, pero los animales no lo saben y no puedo hacerles comprender de ningún modo que comer de su fruto caído es cortejar a la muerte y a los instrumentos de la muerte. Tendrás también por trabajo impedir que los animales se acerquen al fruto del árbol; mas no tendrás en ello éxito completo, pues hay animales más astutos que Adán, y el más astuto de ellos es la serpiente, que se arrastra en el prado. Ninguna valla le impedirá llegar al árbol y a su fruto, pero yo, tu Dios y tu Hacedor, nada puedo hacer, pues yo mismo implanté la astucia en su cerebro. A trabajar, pues, que llega el día y cuando lleguen las tinieblas habrás de dejar tu tarea y comer del fruto no prohibido y beber del agua del cristalino arroyo que cruza el jardín, y entregarte luego al dulce reposo".
Así, pues, trabajó Adán y comió y bebió y durmió luego, y al día siguió la noche y a la noche el día y Adán estaba contento, salvo por una cosa: su soledad. Pues el Señor Dios le había otorgado el don bendito del habla, don del que carecían los animales. Aunque, a veces, la serpiente, que se enroscaba al cuerpo de Adán en un gesto como de amor, parecía comprender sus palabras, aunque no podía contestarlas. Una noche, cuando se refrescaba Dios paseando por el jardín, Adán osó hablar y decirle: "Señor, me siento solo". Y dijo el Señor: "¿Solo? Cómo puedes sentirte solo tú que tienes mi amor, que fuiste creado para aliviar mi propia soledad, pues veo en tí mis propios rasgos y en tu voz oigo algo de mi propia voz". Y dijo Adán: "Señor, desearía que creaseis otro como yo, dotado como yo del habla, uno que cuidara conmigo el jardín. Y poder, al fin de la jornada, comer y beber y descansar en compañía, dos de la misma especie, el uno igual al otro". Y díjole Dios: "Obré bien creándote, Adán, pues concibes cosas que yo no concibo, y te conviertes así en un brazo mío, del Señor que todo lo concibe y todo lo crea. Sea como pides. Come, bebe, retírate y descansa y cuando despiertes con el sol, hallarás a tu lado tendido uno como tú que será para tí compañero y será su nombre Yedid, que significa amigo".
Y fue como Dios dijo. Pues mientras dormía Adán, Dios tomó polvo de la tierra y le infundió vida, y cuando Adán despertó yacía a su lado uno como él, que hablaba su lengua y respondía al nombre de Yedid. Y Adán, loco de gozo, abrazó a su compañero con amor y besóle con beso de su boca. Y al ver esto Dios se asombró, pues Adán había aprendido aquella plenitud del corazón de alguien que no era él, el Señor Dios, aquella plenitud que sentía él por Adán pero que Adán, que percibía sin duda que su amor por Dios había de ser siempre el de la criatura por su creador, no podía concebir plenamente. Mas, pensó Dios, mediante el amor de Adán por Yedid y de Yedid por Adán, ambos podrían ser conducidos a un amor mayor por su Hacedor. Así pues, Dios se sentía contento. Les veía enlazarse en amor al fin de la jornada o al principio del día y les otorgaba todo el gozo posible en sus abrazos. Pues de la intimidad de su afecto encerrado, brotaba de los cuerpos de ambos una sustancia jubilosa, con borboteo de fuente, del color del ópalo, y allí donde caía nacían flores. Y también la serpiente había presenciado todo esto, y lo miraba con envidia, ella estaba sola y no tenía ningún otro de su especie para conversar o para el goce del amor. Y así, por esta envidia, la serpiente usó una mañana por primera vez de palabras, mientras Yedid yacía aún dormido pero Adán acababa de despertar. Y Adán oyó maravillado sus palabras.
Y sus palabras fueron éstas: "No podrías mantenerme de ningún modo alejada del fruto del árbol prohibido, caído o aún en la rama, pues soy astuta y ágil y no hay modo de impedirme el paso. Así que he comido del fruto y su sabor es deleitoso, pero lo más deleitoso es el fruto del fruto, pues es el fruto del conocimiento. Ve que hablo como tú, y recibí este don del primer mordisco del fruto, y el último dióme un sabor muy amargo pero muy gustoso, pues vi que en otra boca el gusto sería sublime y me regocijé imaginando ese éxtasis. Y ese amargor era el gusto de mí misma, que puedo ver pero no hacer, que puedo concebir pero no crear, que puedo soñar con el poder pero no asirlo. El poder es para tí y para tu compañero Yedid, ¿por qué habéis de ser en este jardín simples jornaleros, que han de contentarse con comer y dormir y con los abrazos del amor, mientras Dios que os creó goza de infinito poder y de conocimiento? Ahí tenéis el conocimiento, podéis gustarlo, y con él, el poder y ¿qué amor es el de Dios que os niega un fruto que tenéis al alcance de la mano o que se mece al nivel tentador de vuestros labios? Veis una cosa y, sin embargo, esa cosa se os niega. ¿Qué amor es ése? Yo he comido del fruto y estoy tranformada y, aunque era astuta ya, lo soy mucho más. Come, pues, desayuna con ese fruto e invita a Yedid a hacer otro tanto". Luego, la serpiente se alejó reptando y dejó a Adán con sus pensamientos, y, cuando Yedid despertó, se apresuró a compartirlos con él.
Y ambos tomaron así del fruto del árbol y lo comieron, y empezaron a tener de inmediato pensamientos, y medios de expresarlos, de modo que pudieron ver a Dios como una idea y, en consecuencia, como algo que no era Dios ya, sino su negación o su enemigo. Esto rebajó a sus ojos a su Señor y Creador y dudaron de su poder. Pero este poder les abatió. Dios, que todo lo sabe, supo de su desobediencia y se encolerizó, y fue terrible soportar y sentir y escuchar la expresión de su cólera. Pues se estremeció la Tierra, y las bestias de la Tierra corrieron desmandadas con gruñidos y alaridos de pánico, y estalló el cielo en relámpagos y truenos y torrentes de lluvia, de suerte que Adán y Yedid quedaron paralizados del terror, pero Yedid gritó, pues los truenos y temblores eran ensordecedores, en el oído de Adán y le dijo: "¿Se ha convertido Él en el otro? ¿Se ha convertido Él en aquel que es su opuesto? ¿Se ha transformado Él en el enemigo?".
Pero luego, apaciguóse el terror de cielo y tierra y aparecióse Dios envuelto en una tenue luz a Adán y a su amigo, con la apariencia de un anciano, y pronunció, aunque con el tono vacilante de un anciano, las palabras terribles: "Malditos seáis los dos -dijo-. Me arrepiento de haber creado al hombre". Pero Adán, con la audacia que le otorgaba haber comido del fruto del árbol del conocimiento, replicó: "El Creador no puede arrepentirse de su creación. El Creador no puede desear ser destructor". Y dijo Dios: "Cierto, pero puedo destruir al mismo tiempo que mantengo mi creación, pero de un modo que no pueda seros revelado ni siquiera comiendo del fruto del Árbol, pues aún eres un hombre y eres por tanto menos que Dios. A Adán y a Yedid les quitaré el don de la inmortalidad, pues ambos moriréis cuando lleguéis a tener esta apariencia que tengo yo ahora. Os haréis viejos y quedaréis tendidos en tierra sin vida, presas de las bestias feroces y de las aves del cielo, que aprenderán a alimentarse de carroña. Pero aunque Adán y Yedid hayan de morir, la raza del hombre pervivirá, y pervivirá a través del apareamiento de Adán y Yedid". Y Yedid preguntó curioso: "¿Cómo será eso, Señor?".
El Señor no contestó con palabras sino por obra de su mano, pues tocó a Yedid y Yedid se transformó. Dejó de ser semejante a Adán, su compañero, se le henchieron los pechos y se le ensancharon el vientre y las caderas, y el cetro orgulloso se redujo a la nada, así como las dos esferas gemelas de su virilidad, y gritó Yedid y se cubrió los lomos y exclamó: "He sido destruído, me han hendido en dos", y Adán oyó su voz medrosa, y no era ya la voz que él conocía, era una voz más aguda, más parecida a los gorjeos de las aves del cielo que a los rugidos de las bestias del bosque. Y dijo el Señor Dios: "A partir de este instante, no eres ya hombre sino mujer, y tu nombre ya no será Yedid sino Hawwah, que significa vida, pues de tus lomos surgirá la vida y así pervivirá la progenie del hombre. Pues allá donde mi mano te ha tocado, brotará leche de pasión, y donde mi mano te hendió, surgirá nueva vida, pues la leche de tus abrazos sustentará la semilla de la generación, y de tus pechos manarán las aguas que sustentan, mas no consideres milagro esta transformación sino un castigo. Pues tu amor será maldición, y con dolor parirás. Y ahora, salid ambos de aquí y tomad la carga de la vida que se convierte en muerte y abandonad el jardín de la inmortalidad. Y sabed que a los animales de la tierra y las aves del cielo y los peces de las profundidades de las aguas les tocará también vuestra maldición, pues la inmortalidad será a partir de ahora atributo del cielo, del espíritu, y el cuerpo se corromperá y volverá al polvo con el que fue formado".
Y así, Adán y Hawwah se fueron afligidos y la maldición pesa aún sobre las generaciones del hombre, salvo para los elegidos. Pues los elegidos reproducen en sus vidas la inocencia de Adán y de Yedid, y sus abrazos renuevan los gozos del Edén.»
«En el principio creó Dios el cielo y la tierra. Y las luminarias del cielo y el mar atronador y los animales de la tierra y del aire y del agua. Y creó un hombre al que llamó Adán y le puso en un maravilloso jardín y le dijo: "Adán, tú eres la corona de mi creación. Tienes para conmigo un deber, el de ser feliz, pero has de trabajar por tu felicidad. Tu trabajo será un trabajo deleitoso, habrás de cuidar este jardín donde hay toda suerte de frutos gustosos y raices por mi mano divina plantados para tu satisfacción y tu sustento. Y cuidarás de la vida de los animales, de que ninguno devore a otro a su antojo. Pues la muerte no debe entrar en el jardín, ya que es un jardín en el que ha de florecer como una rosa la inmortalidad". Y Adán dijo: "No conozco esas palabras, muerte, inmortalidad. ¿Qué significan?". Y respondió Dios: "Inmortalidad significa que los días se sucedan unos a otros sin que ello tenga fin. Y muerte significa que ya no podrás decir: esto lo haré mañana; pues la existencia de la muerte significa la duda sobre la existencia de mañana. ¿Comprendes?". Adán, en su inocencia, dijo que no entendía; y Dios dijo que no importaba, que cuanto menos entendiese, mejor. "He plantado un árbol en medio del jardín -dijo Dios- y ese árbol se llama Árbol del Conocimiento. Comer de ese árbol es el medio más seguro de entender lo que significa muerte, pues su fruto da muerte. No lo toques. Tú sabes ya que está prohibido tocarlo, pero los animales no lo saben y no puedo hacerles comprender de ningún modo que comer de su fruto caído es cortejar a la muerte y a los instrumentos de la muerte. Tendrás también por trabajo impedir que los animales se acerquen al fruto del árbol; mas no tendrás en ello éxito completo, pues hay animales más astutos que Adán, y el más astuto de ellos es la serpiente, que se arrastra en el prado. Ninguna valla le impedirá llegar al árbol y a su fruto, pero yo, tu Dios y tu Hacedor, nada puedo hacer, pues yo mismo implanté la astucia en su cerebro. A trabajar, pues, que llega el día y cuando lleguen las tinieblas habrás de dejar tu tarea y comer del fruto no prohibido y beber del agua del cristalino arroyo que cruza el jardín, y entregarte luego al dulce reposo".
Así, pues, trabajó Adán y comió y bebió y durmió luego, y al día siguió la noche y a la noche el día y Adán estaba contento, salvo por una cosa: su soledad. Pues el Señor Dios le había otorgado el don bendito del habla, don del que carecían los animales. Aunque, a veces, la serpiente, que se enroscaba al cuerpo de Adán en un gesto como de amor, parecía comprender sus palabras, aunque no podía contestarlas. Una noche, cuando se refrescaba Dios paseando por el jardín, Adán osó hablar y decirle: "Señor, me siento solo". Y dijo el Señor: "¿Solo? Cómo puedes sentirte solo tú que tienes mi amor, que fuiste creado para aliviar mi propia soledad, pues veo en tí mis propios rasgos y en tu voz oigo algo de mi propia voz". Y dijo Adán: "Señor, desearía que creaseis otro como yo, dotado como yo del habla, uno que cuidara conmigo el jardín. Y poder, al fin de la jornada, comer y beber y descansar en compañía, dos de la misma especie, el uno igual al otro". Y díjole Dios: "Obré bien creándote, Adán, pues concibes cosas que yo no concibo, y te conviertes así en un brazo mío, del Señor que todo lo concibe y todo lo crea. Sea como pides. Come, bebe, retírate y descansa y cuando despiertes con el sol, hallarás a tu lado tendido uno como tú que será para tí compañero y será su nombre Yedid, que significa amigo".
Y fue como Dios dijo. Pues mientras dormía Adán, Dios tomó polvo de la tierra y le infundió vida, y cuando Adán despertó yacía a su lado uno como él, que hablaba su lengua y respondía al nombre de Yedid. Y Adán, loco de gozo, abrazó a su compañero con amor y besóle con beso de su boca. Y al ver esto Dios se asombró, pues Adán había aprendido aquella plenitud del corazón de alguien que no era él, el Señor Dios, aquella plenitud que sentía él por Adán pero que Adán, que percibía sin duda que su amor por Dios había de ser siempre el de la criatura por su creador, no podía concebir plenamente. Mas, pensó Dios, mediante el amor de Adán por Yedid y de Yedid por Adán, ambos podrían ser conducidos a un amor mayor por su Hacedor. Así pues, Dios se sentía contento. Les veía enlazarse en amor al fin de la jornada o al principio del día y les otorgaba todo el gozo posible en sus abrazos. Pues de la intimidad de su afecto encerrado, brotaba de los cuerpos de ambos una sustancia jubilosa, con borboteo de fuente, del color del ópalo, y allí donde caía nacían flores. Y también la serpiente había presenciado todo esto, y lo miraba con envidia, ella estaba sola y no tenía ningún otro de su especie para conversar o para el goce del amor. Y así, por esta envidia, la serpiente usó una mañana por primera vez de palabras, mientras Yedid yacía aún dormido pero Adán acababa de despertar. Y Adán oyó maravillado sus palabras.
Y sus palabras fueron éstas: "No podrías mantenerme de ningún modo alejada del fruto del árbol prohibido, caído o aún en la rama, pues soy astuta y ágil y no hay modo de impedirme el paso. Así que he comido del fruto y su sabor es deleitoso, pero lo más deleitoso es el fruto del fruto, pues es el fruto del conocimiento. Ve que hablo como tú, y recibí este don del primer mordisco del fruto, y el último dióme un sabor muy amargo pero muy gustoso, pues vi que en otra boca el gusto sería sublime y me regocijé imaginando ese éxtasis. Y ese amargor era el gusto de mí misma, que puedo ver pero no hacer, que puedo concebir pero no crear, que puedo soñar con el poder pero no asirlo. El poder es para tí y para tu compañero Yedid, ¿por qué habéis de ser en este jardín simples jornaleros, que han de contentarse con comer y dormir y con los abrazos del amor, mientras Dios que os creó goza de infinito poder y de conocimiento? Ahí tenéis el conocimiento, podéis gustarlo, y con él, el poder y ¿qué amor es el de Dios que os niega un fruto que tenéis al alcance de la mano o que se mece al nivel tentador de vuestros labios? Veis una cosa y, sin embargo, esa cosa se os niega. ¿Qué amor es ése? Yo he comido del fruto y estoy tranformada y, aunque era astuta ya, lo soy mucho más. Come, pues, desayuna con ese fruto e invita a Yedid a hacer otro tanto". Luego, la serpiente se alejó reptando y dejó a Adán con sus pensamientos, y, cuando Yedid despertó, se apresuró a compartirlos con él.
Y ambos tomaron así del fruto del árbol y lo comieron, y empezaron a tener de inmediato pensamientos, y medios de expresarlos, de modo que pudieron ver a Dios como una idea y, en consecuencia, como algo que no era Dios ya, sino su negación o su enemigo. Esto rebajó a sus ojos a su Señor y Creador y dudaron de su poder. Pero este poder les abatió. Dios, que todo lo sabe, supo de su desobediencia y se encolerizó, y fue terrible soportar y sentir y escuchar la expresión de su cólera. Pues se estremeció la Tierra, y las bestias de la Tierra corrieron desmandadas con gruñidos y alaridos de pánico, y estalló el cielo en relámpagos y truenos y torrentes de lluvia, de suerte que Adán y Yedid quedaron paralizados del terror, pero Yedid gritó, pues los truenos y temblores eran ensordecedores, en el oído de Adán y le dijo: "¿Se ha convertido Él en el otro? ¿Se ha convertido Él en aquel que es su opuesto? ¿Se ha transformado Él en el enemigo?".
Pero luego, apaciguóse el terror de cielo y tierra y aparecióse Dios envuelto en una tenue luz a Adán y a su amigo, con la apariencia de un anciano, y pronunció, aunque con el tono vacilante de un anciano, las palabras terribles: "Malditos seáis los dos -dijo-. Me arrepiento de haber creado al hombre". Pero Adán, con la audacia que le otorgaba haber comido del fruto del árbol del conocimiento, replicó: "El Creador no puede arrepentirse de su creación. El Creador no puede desear ser destructor". Y dijo Dios: "Cierto, pero puedo destruir al mismo tiempo que mantengo mi creación, pero de un modo que no pueda seros revelado ni siquiera comiendo del fruto del Árbol, pues aún eres un hombre y eres por tanto menos que Dios. A Adán y a Yedid les quitaré el don de la inmortalidad, pues ambos moriréis cuando lleguéis a tener esta apariencia que tengo yo ahora. Os haréis viejos y quedaréis tendidos en tierra sin vida, presas de las bestias feroces y de las aves del cielo, que aprenderán a alimentarse de carroña. Pero aunque Adán y Yedid hayan de morir, la raza del hombre pervivirá, y pervivirá a través del apareamiento de Adán y Yedid". Y Yedid preguntó curioso: "¿Cómo será eso, Señor?".
El Señor no contestó con palabras sino por obra de su mano, pues tocó a Yedid y Yedid se transformó. Dejó de ser semejante a Adán, su compañero, se le henchieron los pechos y se le ensancharon el vientre y las caderas, y el cetro orgulloso se redujo a la nada, así como las dos esferas gemelas de su virilidad, y gritó Yedid y se cubrió los lomos y exclamó: "He sido destruído, me han hendido en dos", y Adán oyó su voz medrosa, y no era ya la voz que él conocía, era una voz más aguda, más parecida a los gorjeos de las aves del cielo que a los rugidos de las bestias del bosque. Y dijo el Señor Dios: "A partir de este instante, no eres ya hombre sino mujer, y tu nombre ya no será Yedid sino Hawwah, que significa vida, pues de tus lomos surgirá la vida y así pervivirá la progenie del hombre. Pues allá donde mi mano te ha tocado, brotará leche de pasión, y donde mi mano te hendió, surgirá nueva vida, pues la leche de tus abrazos sustentará la semilla de la generación, y de tus pechos manarán las aguas que sustentan, mas no consideres milagro esta transformación sino un castigo. Pues tu amor será maldición, y con dolor parirás. Y ahora, salid ambos de aquí y tomad la carga de la vida que se convierte en muerte y abandonad el jardín de la inmortalidad. Y sabed que a los animales de la tierra y las aves del cielo y los peces de las profundidades de las aguas les tocará también vuestra maldición, pues la inmortalidad será a partir de ahora atributo del cielo, del espíritu, y el cuerpo se corromperá y volverá al polvo con el que fue formado".
Y así, Adán y Hawwah se fueron afligidos y la maldición pesa aún sobre las generaciones del hombre, salvo para los elegidos. Pues los elegidos reproducen en sus vidas la inocencia de Adán y de Yedid, y sus abrazos renuevan los gozos del Edén.»
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