EL GRAN PIONERO DEL SÉPTIMO ARTE
Hoy es aniversario natal del director, guionista y productor cinematográfico estadounidense David Wark Griffith, conocido como D. W. Griffith. Pionero de las modernas técnicas de filmación, no sólo es uno de los cineastas más prolíficos de la historia del séptimo arte (532 películas), sino que de él proviene la gran mayoría de los recursos artísticos de los que se vale el cine. Si a Méliès se le atribuye la paternidad de los primeros efectos especiales, al realizador norteamericano se le debe la sistematización del lenguaje narrativo cinematográfico. Sus innovaciones técnicas, tales como el primer plano, el fundido encadenado, el flash back, el plano corto y largo, el montaje paralelo o la continuidad dramática, persiguen crear un lenguaje narrativo (deudor de la novela) plenamente desarrollado. Para Griffith el plano es poseedor de la carga dramática por excelencia y, en consecuencia, privilegia el uso del primer plano -que hasta entonces era un simple recurso de presentación de los personajes- como parte fundamental de la narración fílmica y alternándolo dentro de los planos que constituyen el hilo narrativo. De la misma manera introdujo el efecto de mostrar el pensamiento de los protagonistas por medio del corte directo tras un primer plano y pasar a la imagen que se supone pensada. Todos estos recursos los logra poner en escena gracias a la técnica del montaje, con la que conseguirá acrecentar las sensaciones que pretende transmitir, recurriendo a las acciones paralelas como elemento de máximo dramatismo. Su carrera como cineasta comenzó en Nueva York en 1908 hasta que se estableció en Hollywood dos años después, sembrando en aquel lugar la simiente de lo que habría de convertirse en la meca del cine. Su película El nacimiento de una nación (1915), un gran espectáculo visual, revolucionó el incipiente arte de la cinematografía. Sus técnicas
innovadoras suscitaron la admiración del público, que acudió en masa a
las salas que la exhibían, de modo que se convirtió en el film más
taquillero hasta entonces; pero también sus planteamientos racistas le valieron numerosas condenas, así como la
censura en muchas ciudades, entre ellas Nueva York. Después, Griffith nunca volvió a lograr un éxito semejante. Su nombre ha pasado a la historia del cine como "el padre de la técnica cinematográfica", "el hombre que inventó Hollywood" o "el Shakespeare de la pantalla".
La infancia de David Wark Griffith estuvo influida por las historias de guerra que su padre, granjero y antiguo coronel del ejército confederado que había participado en la Guerra de Secesión, le contaba. Tras la muerte de éste cuando David tenía diez años, la familia se vio sumida en la pobreza. Cuatro años después su madre abandonó la granja y se trasladó con los suyos a Louisville, donde abrió una casa de huéspedes que no funcionó. Griffith tuvo que abandonar la escuela y ponerse a trabajar para ayudar a mantener a su familia en oficios como almacenista o vendedor de liibros. Con una adolescencia de ávido lector, quiso primero ser dramaturgo, pero acabó enrolándose como actor en compañías ambulantes. Sólo una de sus obras teatrales tuvo alguna aceptación, así que decidió actuar como extra en el negocio de las películas. En 1907 viajó a Nueva York con la intención de vender un guión suyo al productor Edwin S. Porter de Edison Studios, que lo rechazó pero le dio un papel en un cortometraje.
A partir de 1908 empezó a realizar cortos, el primero Las aventuras de Dollie, para la Biograph, compañía en la que filmó cuarenta y ocho más aquel año. Miembros de la Biograph y Griffith viajaron dos años después a Los Angeles con el propósito de filmar en escenarios auténticos el cortometraje Ramona (1910), protagonizado por Mary Pickford. Una vez allí se desplazaron a un pequeño pueblo al norte de la ciudad llamado Hollywood. El lugar les encantó y decidieron antes filmar allí el corto In old California (1910), la primera película de la historia rodada en Hollywood. Griffith y su equipo hicieron otros cortos en varias localizaciones próximas antes de volver a Nueva York. Poco después, la comunidad cinematográfica de la costa este oyó hablar de Hollywood y otras compañías comenzaron a emigrar a aquel lugar. Un pequeño corto de 17 minutos de la Biograph y D. W. Griffith, su principal director, supusieron el origen de la futura capital mundial del cine.
En 1911 la Biograph inauguró su propio estudio en Hollywood, donde permaneció hasta 1916. Griffith siguió rodando para esta compañía hasta 1913, año en que dirigió Judith de Betulia (1914), drama bíblico con
Blanche Sweet, Lillian Gish, Robert Harron,
Henry B. Walthall,
Mae Marsh y
Dorothy Gish, que supuso el primer largometraje producido por la Biograph, aunque el segundo en estrenarse. Griffith, que había filmado más de cuatrocientas cincuenta películas de un rollo tratando diferentes géneros, dejó la compañía descontento porque ésta se resistía a invertir mayores presupuestos, a producir más largometrajes (por considerarlos inviables al creer que su duración dañaría la vista de los espectadores) o a acreditarle a él y su reparto en las producciones. Con él se fueron la mayoría de los actores, el cameraman y el equipo de producción. Como desaire final, la Biograph retrasó el estreno de Judith de Betulia hasta marzo de 1914 para evitar el compromiso adquirido con Griffith de compartir los beneficios.
Griffith y su troupe se unieron a la Mutual Film Corporation, para la que rodó El nacimiento de una nación (1915), su primer gran clásico, drama épico-histórico basado en la novela "The clansman" de Thomas Dixon, con
Lillian Gish,
Mae Marsh,
Henry B. Walthall,
Miriam Cooper,
Ralph Lewis,
George Siegmann y
Walter Long. Con una duración insólita de 190 minutos, narraba los acontecimientos más importantes de la creación de los Estados
Unidos de América: la guerra civil, el asesinato de Lincoln, etc. Obtuvo un enorme éxito en su tiempo pero también provocó todo tipo de reacciones: Por un lado logró que, por primera vez, se reconociera al cine como arte, pero al mismo tiempo fue criticado dada su abierta y franca visión racista, llegando a provocar disturbios en ciudades del norte del país. La obra maestra de Giffith es, en gran medida, el origen del lenguaje cinematográfico apenas veinte años después de la invención del cine. En ella su director utiliza con una sabiduría de experto el primer plano, el montaje
paralelo, el flash back y la profundidad de campo, y, por si fuera poco,
sienta las bases de la narrativa y la tensión dramática del cine
clásico de Hollywood. La historia de los Estados Unidos durante y después de la guerra civil
americana está soberbiamente contada a partir de la relación entre dos
familias del Norte y del Sur, con escenas memorables que van del
intimismo de un paseo de enamorados a la grandiosidad de una batalla a
campo abierto. Lamentablemente, la película es también de un racismo
sangrante. No sólo se hace apología del Ku Klux Klan a lo largo de todo
su último tercio, sino que los negros (muchos de ellos, actores blancos con la cara pintada) son retratados de forma absolutamente atroz (poco inteligentes y sexualmente agresivos hacia las mujeres blancas), en un discurso marcadamente retrógrado, consecuencia de la mentalidad ultraconservadora de un Griffith educado en maniqueos principios sureños por una familia arruinada por la guerra. Con todo, El nacimiento de una nación fue la primera película en ser proyectada en la Casa Blanca para el Presidente Woodrow Wilson. Entre quienes sacaron provecho de ella estuvo Louis B. Mayer, que compró los derechos para su distribución en Nueva Inglaterra y con los beneficios obtenidos pudo comenzar su carrera como productor, que culminaría con la creación de los estudios Metro-Goldwyn-Mayer.
Indignado por las críticas, Griffith rodó como respuesta Intolerancia (1916), otro gran clásico con un numerosísimo reparto y gran cantidad de figurantes, que muestra, a través de varios episodios históricos, las injusticias provocadas por la intransigencia religiosa y social. De presupuesto y recursos desmesurados para la época, aún hoy sigue asombrando por su espectacularidad. Considerada por muchos críticos la culminación artística del cine mudo, en ella su autor invirtió -y en buena parte, perdió- las ganancias obtenidas con su éxito anterior y fue el origen de su ruina financiera. Entre sus siguientes películas, distribuidas por Paramount, figuran Corazones del mundo (1918), drama bélico destinado a apoyar la entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, con Lillian Gish, Dorothy Gish,
Ben Alexander y
Robert Harron, El gran amor (1918), drama bélico con Lillian Gish y Henry Walthall, Lo más grande en la vida (1918), drama romántico (hoy perdido) con Lillian Gish, Robert Harron y David Butler, Un mundo aparte (1919), drama romántico con Lillian Gish y Robert Harron, y Sobre las ruinas del mundo (1919), drama bélico con Richard Barthelmess y Carol Dempster.
En 1919 fundó la compañía United Artists junto a Charlie Chaplin, Mary Pickford y Douglas Fairbanks, con el propósito de producir películas de larga duración al margen del control de productores y financieros. En este estudio dirigió Lirios rotos (1919), también llamada La culpa ajena, melodrama con
Lillian Gish,
Richard Barthelmess y
Donald Crisp que supone una de sus obras más poéticas y un notable éxito comercial, Flor de amor (1920), drama con Richard Barthelmess y Carol Dempster, Las dos tormentas (1920), drama con
Lillian Gish,
Richard Barthelmess y
Lowell Sherman, La calle de los sueños (1921), drama con
Carol Dempster,
Charles Emmett Mack y
Ralph Graves, Las dos huerfanitas (1922), drama ambientado en la Revolución Francesa, con
Lillian Gish y
Dorothy Gish, Una noche misteriosa (1922), film de intriga con
Carol Dempster y
Henry Hull, Flor que renace (1923), drama con Mae Marsh,
Carol Dempster,
Ivor Novello y
Neil Hamilton, o América (1924), drama romántico inusitadamente largo ambientado en la Guerra de la Independencia americana, con Neil Hamilton y Carol Dempster. La recaudación decreciente de sus últimas películas obligó a Griffith a abandonar United Artists, aunque la compañía prosiguió hasta su absorción por M:G.M. en los años 80.
Sally, la hija del Circo (1925), comedia con Carol Dempster y
W.C. Fields, fue producida por Paramount (aun distribuida por UA), que a su vez distribuyó Crimen y castigo (1925), comedia (hoy perdida) con Carol Dempster y
W.C. Fields, y Las tristezas de Satán (1926), drama que proponía una variación sobre el tema de Fausto, con
Adolphe Menjou,
Ricardo Cortez,
Carol Dempster y
Lya De Putti. De nuevo en UA, Su mayor victoria (1928), drama romántico de época con
Mary Philbin,
Lionel Barrymore y
Don Alvarado, fue un fracaso.
La batalla de los sexos (1928), comedia dramática con
Jean Hersholt,
Phyllis Haver,
Belle Bennett,
Don Alvarado y
Sally O'Neil, contó también con UA como distribuidora, así como La melodía del amor (1929), drama con
William Boyd,
Jetta Goudal y Lupe Velez, su último film silente (al que posteriormente se añadió sonido parcial). Las dos únicas películas sonoras de Griffith fueron Abraham Lincoln (1930), drama biográfico con Walter Huston y
Una Merkel, y La lucha (1931), drama sobre el alcoholismo con
Hal Skelly y
Zita Johann inspirado en las propias batallas de Griffith con su adicción etílica y que resultó un fracaso comercial. El cineasta no volvió a dirigir y en años sucesivos sólo colaboró sin acreditación en producciones ajenas. En 1935 recibió el Oscar honorífico (el primero después de Chaplin) de la Academia. Posteriormente, poco a poco, ignorado por todos, cayó en el más completo de los olvidos.
David Wark Griffith se casó y divorció dos veces, siendo sus esposas las actrices Linda Arvidson (1906-1936) y Evelyn Baldwin (1936-1947). A los 73 años, de una hemorragia cerebral, murió solo en un oscuro hotel del Hollywood Boulevard.
Charles Chaplin lo llamó "el maestro de todos nosotros" y Lillian Gish "el padre del cine". Otros cineastas como John Ford, Cecil B. DeMille, Raoul Walsh, King Vidor, Alfred Hitchcock, Jean Renoir, Carl T. Dreyer, Sergei Eisenstein o Stanley Kubrick expresaron su respeto o admiración por la obra de Griffith. Pero su mejor epitafio lo escribió Orson Welles:
«Yo le admiraba, le veneraba, pero él no necesitaba un discípulo.
Necesitaba trabajo. Nunca he odiado realmente a Hollywood a no ser por
el trato que dispensó a David Wark Griffith. Ninguna ciudad, ninguna profesión ni forma de arte le deben tanto a un solo hombre».
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