lunes, 6 de febrero de 2017

Rubén Darío (Metapa, Nicaragua, 18-1-1867 / León, Nicaragua, 6-2-1916): In memoriam

EL PRÍNCIPE DE LAS LETRAS CASTELLANAS 

Hoy se cumplen ciento un años del fallecimiento a los 49 del gran poeta nicaragüense Rubén Darío. Genio lírico de resonancia universal, que maneja el idioma español con elegancia y cuidado y lo renueva con vocablos brillantes en un juego de ensayos métricos audaces y primorosos, está considerado maestro moderno y universal del ritmo, la imagen y la armonía en su obra poética. Padre del Modernismo literario en lengua española, se le calificó como Príncipe de las letras castellanas. Al margen de su pasión por la literatura, se ganó la vida como periodista y diplomático, desplazándose profusamente de un país a otro, sin alcanzar nunca la posición social que ansiaba. Su vida personal fue un cúmulo de infortunios, de los que pretendió escapar por medio del alcohol, lo que acabó por afectar fatalmente a su salud física y psíquica.
Félix Rubén García Sarmiento creció en medio de turbulentas desavenencias familiares; sus padres se separaron cuando él era muy pequeño y fue tutelado por unos tíos abuelos paternos en la localidad de León, pues su madre marchó a Honduras a vivir con otro hombre. Su familia paterna era conocida como los Daríos, y por ello Rubén adoptó apellidarse Darío. Avido lector desde niño, libros como La Biblia, el Quijote, y Las mil y una noches le impulsaron a fortalecer su sentido poético, a avivar su imaginación y a profundizar en los secretos del lenguaje. A los catorce años se trasladó a Managua donde se hospedó en casa del doctor Modesto Barrios, quien le acompañó a fiestas y tertulias literarias. Creativo y dotado de excepcional memoria, recitaba poemas y por entonces ya empezó a ser reconocido, llamándosele el 'poeta-niño', e iniciando asímismo su actividad periodística en varios periódicos nicaragüenses. En 1882, cuando contaba quince años, se enamoró de Rosario Emelina Murillo, con la que pretendía casarse. Amigos y familiares, para evitar el prematuro matrimonio, le embarcaron para El Salvador. Acogido bajo la protección del presidente de la república Rafael Zaldívar, en esta época conoció al poeta salvadoreño Francisco Gavidia, gran conocedor de la poesía francesa, bajo cuyos auspicios intentó por primera vez adaptar el verso alejandrino francés a la métrica castellana, rasgo distintivo tanto de la obra de Rubén Darío como de toda la poesía modernista. Pocos meses después enfermó de viruela, regresó a Nicaragua, reanudó su noviazgo con Rosario y trabajó como secretario en la Biblioteca Nacional.
En 1886, con diecinueve años, decidió trasladarse a Chile, lo que supuso su primer contacto con el progreso y la metrópoli, en donde pasó tres años trabajando como periodista, colaborando en diarios y revistas. Introducido por el hijo del presidente del gobierno, frecuentó los principales círculos literarios, políticos y sociales del país y publicó Abrojos (1887), su primer libro de poemas, seguido de Rimas (1887), dedicado a Bécquer, y Canto épico a las glorias de Chile (1887). En Chile amplió sus conocimientos literarios con lecturas que influyeron mucho en su trayectoria poética, como los románticos españoles y los poetas franceses del siglo XIX. En 1888 publicó en Valparaíso el poemario Azul (revisado en 1890), romántica exaltación del amor como algo armónico con la naturaleza y el cosmos, considerada como el punto de partida del Modernismo. Fue este un libro clave que llamó la atención de la crítica y, desde España, muy elogiado por el escritor español Juan Valera. Esta fama permitió a Darío obtener el puesto de corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires, a la sazón el periódico de mayor difusión de toda Hispanoamérica. De regreso a Centroamérica en 1989,  fue nombrado director del diario La Unión en San Salvador y un año después contrajo matrimonio civil con Rafaela Contreras, una mujer con la que compartía aficiones literarias. Al día siguiente de la boda hubo una asonada militar, lo que le hizo abandonar el país apenas una semana después, quedando allí su esposa y marchando él a Guatemala. A comienzos de 1891, su esposa se reunió con él en la capital guatemalteca y por fin pudo celebrarse la boda religiosa, pero, al perder su trabajo de director de El Correo de la Tarde, optó por trasladarse con su esposa embarazada a Costa Rica, donde nació Rubén Darío Contreras, su primer hijo. Obsesionado por escapar de aquellos estrechos ambientes intelectuales donde no hallaba ni el suficiente reconocimiento como artista ni la anhelada prosperidad económica, volvió a Guatemala y luego a Nicaragua.
En 1892 viajó a Europa, y en Madrid, como miembro de la delegación diplomática de Nicaragua en los actos conmemorativos del Descubrimiento de América, conoció a numerosas personalidades de las letras y la política españolas. De nuevo en Nicaragua desde finales de ese año, a comienzos del siguiente falleció subitamente su esposa Rafaela Contreras, lo que no hizo sino avivar su tendencia, ya de siempre un tanto desaforada, a trasegar formidables dosis de alcohol. Poco después de reanudar su relación con Rosario Murillo, precisamente en estado de embriaguez fue obligado a casarse a punta de pistola con aquella muchacha que había sido objeto de su adoración adolescente y quien le hizo víctima de uno de los más truculentos episodios de su vida: los dos hermanos militares de la joven le tendieron una trampa en complicidad con ella, al sorprender a los amantes en comercio amoroso, amenazando con matar a Rubén si no contraía inmediatamente matrimonio. Saturado de alcohol por los Murillo, éstos llamaron al cura y a testigos ya preparados para precipitar el casamiento. Poco después Darío viajó brevemente a Nueva York, donde conoció al poeta cubano José Martí, y a París, la ciudad de sus sueños, en la que entró en contacto con sus ambientes bohemios. Tras su paso por París, su poesía se volvió más universal, ya que los poetas parnasianos y simbolistas dejaron su impronta en su creatividad. Abundaron en sus obras imágenes exóticas, metáforas, símbolos y figuras retóricas. Su poesía mostrará los gustos y sentimientos de su época en forma refinada y elevada, abundando los elementos decorativos y las resonancias musicales.
Habiendo dejado a Rosario embarazada en Panamá, su nuevo destino fue Buenos Aires, donde ejercería como cónsul honorífico de Colombia durante dos años. Su hijo Darío Darío nació a finales de 1893, pero sólo vivió un mes y medio tras infectarse por tétanos, pues la abuela del bebé le cortó el cordón umbilical con unas tijeras no esterilizadas. En Buenos Aires el escritor publicó Los raros (1896), recopilación de semblanzas de autores admirados por el poeta nicaragüense (la mayoría, simbolistas franceses) y Prosas profanas y otros poemas (1896), obra simbolista donde desarrolla de nuevo el tema del amor, pero ya no buscando la armonía con la naturaleza, sino con el arte, consagrando con este libro el Modernismo literario en español.
A finales de 1898 volvió a España como corresponsal de La Nación bonaerense y sus crónicas terminarían recopilándose en un libro, titulado España Contemporánea. Crónicas y retratos literarios (1901). Durante su estancia, el autor despertó la admiración de un grupo de jóvenes escritores defensores del Modernismo, como Juan Ramón Jiménez, Ramón María del Valle-Inclán y Jacinto Benavente. En Madrid entabló relación con una mujer de baja condición, Francisca Sánchez, la criada analfabeta de la casa del poeta Francisco Villaespesa, en la que encontró refugio y dulzura (Manuel Machado y su mujer la enseñarían a leer). Después Darío viajó a París (por segunda vez) en 1900 para cubrir para La Nación la información sobre la Exposición Universal. Sus crónicas sobre este tema serían recogidas posteriormente en el libro Peregrinaciones (1901). Francisca dio a luz a una hija del poeta en 1901, Carmen Darío Sánchez, y, tras el parto, viajó a París a reunirse con él, dejando la niña al cuidado de sus abuelos. La niña fallecería de viruela poco después, sin que su padre llegara a conocerla. Residente en la capital francesa los primeros años del nuevo siglo, en 1902 conoció allí al joven poeta Antonio Machado, otro declarado admirador de su obra. Al año siguiente fue nombrado cónsul de Nicaragua en la capital francesa, lo que mejoró su hasta entonces precaria situación económica, pudiendo así realizar viajes por países europeos como Italia, Alemania, Gran Bretaña y Bélgica. En 1904 tuvo otro hijo con Francisca, al que llamaron Rubén, que fallecería de una bronconeumonia en 1905, año en que Darío se desplazó a España como miembro de una comisión nombrada por el gobierno nicaragüense, con el fin de resolver una disputa territorial con Honduras. También ese año publicó el tercero de los libros capitales de su obra poética: Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas (1905). En esta obra expone cómo el arte supera a la naturaleza, que se manifiesta a veces como un caos, y es capaz de poner orden y restablecer la armonía divina; asímismo expresa su preocupación por el futuro de la cultura hispana. Como secretario de la delegación nicaragüense, participó en la Tercera Conferencia Panamericana que tuvo lugar en Río de Janeiro en 1906. De vuelta en Europa, se reunió en París con Francisca y ambos marcharon a la isla de Mallorca a pasar el invierno; ella dio a luz a una niña que falleció al nacer. En El canto errante (1907), su libro conceptualmente más universal, afrontó los eternos problemas de la humanidad. De nuevo en Francia, tuvo otra desagradable sorpresa: su esposa Rosario, a quien no veía desde mucho tiempo atrás, se presentó en 1907 reclamándole una compensación económica desorbitada para concederle el divorcio. A finales de ese año nació Rubén Darío Sánchez, el cuarto hijo del poeta y Francisca, y único vástago superviviente de la pareja. Darío se vió obligado a viajar a su país para acudir a los tribunales, aunque no tuvo éxito en su demanda de divorcio.
Poco después fue nombrado ministro residente en Madrid del gobierno nicaragüense de José Santos Zelaya hasta febrero de 1909, fecha en que el presidente nicaragüense fue derrocado. Una vez más en París, su salud, deteriorada por el alcohol, empeora, sufre crisis psicológicas y deriva al abandono y al misticismo. Entre 1910 y 1913 pasa por varios países de América Latina, como México, Cuba (en La Habana intentó suicidarse), Brasil, Uruguay y Argentina y en estos años redacta su autobiografía, que aparece publicada en la revista argentina Caras y caretas con el título La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (1913), y la obra póstuma Historia de mis libros (1916), esencial para el conocimiento de su evolución literaria. Luego de su paso por Mallorca, publicó en Barcelona su última obra poética de importancia, Canto a la Argentina y otros poemas (1914), un encargo de La Nación. En Barcelona enfermó de pulmonia cuando su salud estaba ya muy deteriorada: sufría de alucinaciones, y estaba patológicamente obsesionado con la idea de la muerte. Al estallar la Primera Guerra Mundial viajó a América, dejando atrás a Francisca y sus dos hijos supervivientes, condenados a la miseria. Tras una breve estancia en Guatemala, a finales de 1915 regresó definitivamente con Rosario Murillo a León (Nicaragua), donde falleció un mes después a los 49 años.
La poesía de Rubén Darío, tan bella como culta, musical y sonora, influyó en centenares de escritores de ambos lados del océano Atlántico. Él fue uno de los grandes renovadores del lenguaje poético en las letras hispánicas. A su juicio, el poeta tiene la misión de hacer accesible al resto de los hombres el lado inefable de la realidad. Para descubrir este lado inefable, cuenta con la metáfora y el símbolo como herramientas principales. Directamente relacionado con esto está el rechazo de la estética realista y su escapismo a escenarios fantásticos, alejados espacial y temporalmente de su realidad. Enteramente inquieto e insatisfecho, codicioso de placer y de vida, angustiado ante el dolor y la idea de la muerte, Darío pasa frecuentemente del derroche a la estrechez, del optimismo frenético al pesimismo desesperado, entre drogas, mujeres y alcohol, como si buscara en la vida la misma sensación de originalidad que en la poesía o como si tratara de aturdirse en su gloria para no examinar el fondo admonitor de su conciencia. Este "pagano por amor a la vida y cristiano por temor de la muerte" es un gran lírico ingenuo que adivina su trascendencia y quiere romper el cerco tradicional de España y América, y lo más importante es que lo consigue. Era necesario quebrantar la monótona solemnidad literaria de España con los ecos del ímpetu romántico de Victor Hugo, con las galas de los parnasianos, con el "esprit" de Verlaine.  El modernismo, que la escritura de Rubén Darío hizo triunfar, supuso un hito y punto de partida de toda la renovación lírica española e hispanoamericana. Sus frutos más brillantes en la literatura española fueron Juan Ramón Jiménez, las vanguardias y, más tarde, la generación del 27. En Latinoamérica su influencia no fue menor y allí la crítica le considera la mejor representación de la expresión americana e hispánica, debiéndose a él la búsqueda y el desarrollo constante de nuevas formas y lenguajes.



Caupolicán

Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.

Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro, o estrangular un león.

Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.

«¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta»,
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán. 

(De Azul)

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Sonatina

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
(La princesa está pálida. La princesa está triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

-«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».

(De Prosas profanas)

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Lo fatal

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...

(De Cantos de vida y esperanza)


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