GRAN MAESTRO DE LA COMEDIA SOFISTICADA 
Hoy es aniversario natal del genial cineasta alemán Ernst Lubitsch. A pesar de su repentino fallecimiento a los 55 años, tuvo una prolífica y brillante carrera desde sus inicios en el cine silente de su país hasta su consolidación en el sonoro en Hollywood. Refinado, hedonista y cosmopolita, en sus películas alemanas recalcó sus raíces judías y en las americanas, sus raices europeas. Alcanzó enorme prestigio como elegante director de inteligentes y sofisticadas comedias, en las que se distinguió por su mirada sutil, delicada y  benigna hacia las aspiraciones y conflictos de sus personajes y, sobre todo, por 'el toque Lubitsch', consistente en la sabia y recurrente utilización de inesperadas alusiones, sugerencias o elipsis (generalmente de velado carácter sexual) en las que desempeña un papel fundamental el inconsciente humano, los deseos ocultos, la mirada cautiva, propiciando así que la imaginación del espectador cubra los huecos de la narración y los tránsitos de una acción a otra. Después de tres candidaturas sin premio al Oscar, la Academia reconoció su trayectoria con uno honorífico meses antes de su muerte. Maestro de la estilización, en su filmografía hay un buen número de clásicos de la historia del cine. Su discípulo, el guionista y director austríaco Billy Wilder tenía un rótulo en su despacho de trabajo donde se podía leer "¿Cómo lo haría Lubitsch?".
Semblanza biográfica procedente (con retoques) de la página decine21:
Un toque de maestro
Nadie ha logrado la mitad de elegancia que él a la hora de lanzar 
torpedos en la línea de flotación de los diversos regímenes políticos 
que conoció. A la hora de usar la ironía fina y con gracia, Ernst 
Lubitsch es el maestro de los otros maestros, como Billy Wilder, que 
empezó su carrera con él. Aprovechó su celebérrimo “toque” para componer
 una serie de películas que permanecen inalterables con el paso del 
tiempo, y que se pueden ver una y otra vez sin cansar.
Nacido en la capital alemana, Ernst Lubitsch 
era hijo de un sastre judío de procedencia rusa. Desde muy joven fue un 
apasionado del cabaret, y de todo lo relacionado con la interpretación, 
hasta tal punto que a los 16 años decide dejar los estudios y probar 
fortuna como actor en diversos locales nocturnos de music hall. A su 
padre no le hizo mucha gracia, pero se lo permitió a cambio de que 
también se ocupase de la contabilidad en la sastrería familiar.
En 1911, Ernst Lubitsch se une a la compañía teatral del ilustre Max 
Reinhardt, figura fundamental del teatro alemán. Llegó a ser 
protagonista de alguna de sus obras, al tiempo que, para sacarse un 
dinero extra, entra en el mundo del cine, primero como chico para todo, 
en los estudios Bioscope. Pasa a interpretar alguna película, y aparece 
en una serie de comedias interpretando a un personaje que viste a la 
manera tradicional judía. Desde 1914, decide escribir y dirigir sus 
propios filmes.
Su primer éxito fue el mediometraje de terror Los ojos de la momia (1918), con Pola Negri, que se convertiría de su mano en una gran estrella. A continuación vuelve a dirigirla en el largometraje Carmen (1918),
 que obtiene repercusión internacional. Cuando el gobierno y la banca 
alemana apoyan a la compañía UFA para producir grandes superproducciones
 que puedan competir con las películas de Hollywood, Lubitsch se 
convierte en el director más destacado de la compañía, sobre todo a raíz
 del éxito de Madame DuBarry (1919),
 muy crítica con Francia, pues muestra la violencia de la “idealizada” 
Revolución Francesa. Y es que UFA tenía como principal objetivo que sus 
películas atacaran a los enemigos de Alemania, por lo que Lubitsch 
dirige también Ana Bolena (1920), que recrea el oscuro episodio de la historia de Inglaterra.
Tras otros importantes títulos como El gato montés   (1921) con Pola Negri y La mujer del Faraón   (1922) con Emil Jannings, fue la celebérrima actriz Mary Pickford quien se llevó a Lubitsch a Estados Unidos, para que dirigiera Rosita, la cantante callejera (1923),
 un film que ella iba a protagonizar y producir. Aunque la cinta tuvo mucho 
éxito, su falta de entendimiento con Pickford impidió nuevas colaboraciones y una compañía modesta, que por aquel entonces iniciaba poco a poco
 su andadura, Warner, le ofreció un contrato.
Pronto se ve que Lubitsch destaca especialmente en el terreno de la comedia, así en Los peligros del flirt (1924), con Adolphe Menjou o La frivolidad de una dama (1924),
 de nuevo con Menjou y con Pola Negri. Ya en los años 20 se hizo célebre
 el término “toque Lubitsch” para referirse a un estilo de rodar basado 
en sugerir más que en mostrar, como ocurría con las célebres puertas 
entreabiertas en El abanico de Lady Windermere (1925) o el juego de equívocos en La locura del charlestón   (1926).
 Pero el cine del realizador también se distingue por su enorme 
capacidad para tratar temas dramáticos bajo una apariencia de comedia 
desenfadada. Asímismo sobresalen la comedia romántica El príncipe estudiante   (1927), con Ramon Novarro y  Norma Shearer, y el drama histórico El patriota   (1928), con Emil Jannings. 
Fue con la llegada del sonoro cuando Lubitsch empezó a deslumbrar de 
verdad, por su brillante utilización de los diálogos, en títulos como El desfile del amor (1929), con Maurice Chevalier y  Jeanette MacDonald. Destaca también en el terreno del musical con tres episodios dirigidos en Galas de la Paramount (1930) y Montecarlo   (1930), con Jack Buchanan y  Jeanette MacDonald. Tras El teniente seductor (1931), otro gran éxito con Chevalier, fracasa espectacularmente en taquilla, aun con críticas respetuosas, con el drama Remordimiento (1932), por lo que decide centrarse en comedias como las especialmente memorables Un ladrón en la alcoba (1932), con Miriam Hopkins,  Kay Francis y Herbert Marshall, y Una mujer para dos   (1933), con Fredric March,  Gary Cooper y  Miriam Hopkins, y  las operetas musicales Una hora contigo (1932) y La viuda alegre (1934), ambas una vez más con Chevalier y MacDonald.
Entre 1922 y 1930 estuvo casado con Helene Kraus. En 1935 contrae matrimonio con la actriz británica Vivian Gaye 
(con la que tendrá una hija en 1938). Tras la llegada de los nazis al poder, Lubitsch acabará 
nacionalizándose estadounidense en 1936. Desde el
 año anterior fue nombrado supervisor de Paramount, cargo que aprovechó para dar 
trabajo a algunos compañeros que tuvieron que huir de Alemania. 
Enseguida deja el cargo y entra en su etapa de plenitud creativa, con 
sus películas más redondas, como Ángel (1937), con Marlene Dietrich como una mujer que tiene una aventura extraconyugal en París, La octava mujer de Barba Azul (1938), redondísima comedia con Claudette Colbert y Gary Cooper, que tenía como coguionista a Billy Wilder, al igual que Ninotchka (1939), ingeniosa comedia protagonizada por Greta Garbo y Melvyn Douglas, en la que los sólidos ideales de una joven comunista llegan a derrumbarse, simplemente tras su fascinación por un curioso sombrero.
En los años 40, Lubitsch acumula títulos memorables como El bazar de las sorpresas (1940), con Margaret Sullavan y James Stewart, Lo que piensan las mujeres   (1941), con Merle Oberon,  Melvyn Douglas y  Burgess Meredith o El diablo dijo no (1943), con Gene Tierney, Don Ameche y James Coburn.
 Aunque su gran especialidad siguen siendo las críticas políticas, a 
través de ingeniosas sátiras. Le dan juego especialmente los 
totalitarismos: tal y como ocurrió con el comunismo en Ninotchka, así con el nacionalsocialismo en Ser o no ser (1942), protagonizada por Carole Lombard y  Jack Benny, donde el teatro traspasa su espacio para integrarse plenamente en la vida, confusión que configura buena parte de la obra del director alemán, en la que siempre se intenta
 restar importancia a las acciones más comprometidas y dramatismo a las 
visiones más duras de los acontecimientos que se plasman. También le sacó mucha punta a las costumbres tradicionales británicas en El pecado de Cluny Brown (1946), con Charles Boyer y  Jennifer Jones. Esta fue la última película que terminó, pues Lubitsch murió 
prematuramente, a consecuencia de un paro cardiaco, tras ocho días del 
rodaje de La dama de armiño (1948), que terminaría Otto Preminger. Éste había acabado tres años atrás La zarina (1945), otra obra inconclusa de Lubitsch.
“Nos hemos quedado sin Lubitsch”, le dijo Billy Wilder a William Wyler
 en su funeral. “Peor aún, nos hemos quedado sin las películas de 
Lubitsch”, replicó éste. Por desgracia, tenía razón y ya no se hacen 
películas como las suyas.

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