miércoles, 16 de julio de 2014

Reinaldo Arenas (Aguas Claras, Cuba, 16-7-1943 / New York, US, 7-12-1990): In memoriam

ESCRITOR, HOMOSEXUAL Y DISIDENTE

Hoy es aniversario natal del escritor cubano Reinaldo Arenas, conocido por sus obras mágico-realistas y su oposición al régimen político de Fidel Castro. Abiertamente homosexual, a partir de 1968 sufrió persecución, encarcelamiento y tortura tanto por ello como por su disidencia política. Exiliado a Miami veintidós años más tarde tras muy penosas vicisitudes, sufió el extrañamiento de un país que no lo acogió con los brazos abiertos y donde no encontró los apoyos que precisaba. Ya desde Nueva York, en sus últimos diez años de vida viajó por el mundo y estuvo en Venezuela, Francia, Portugal, Suecia, Dinamarca y España, poniendo de manifiesto en su vida y escritos de gran valor testimonial, su ansia de libertad, su rechazo a todo dogmatismo y su amarga y desencantada visión  de la existencia. En sus libros, la telúrica imaginación del escritor cubano pone ante el lector un mundo de opresión, de sensualidad desbocada y recelos, de soledad y traiciones, un mundo donde sólo el arte y la literatura parecen aportar alguna luz. Se suicidó a los 47 años. El éxito de su estremecedora última obra, Antes que anochezca, le hizo conocido en el mundo entero.

Este es su perfil según la página Biogafías y Vidas:

Novelista cubano cuya obra inicial se inscribió en la narrativa del boom latinoamericano, y cuyas últimas producciones son un testimonio doloroso y satírico de su vida, como en Antes que anochezca (1992).
Criado en el seno de una familia humilde y campesina, su adolescencia estuvo marcada por su unión a la insurrección castrista desde 1958. Con el triunfo de la Revolución, tuvo oportunidad de participar en el programa de educación del nuevo gobierno, donde su formación autodidacta se vio enriquecida por la frecuentación de dos maestros, José Lezama Lima y Virgilio Piñera, que avalaron sus tempranas publicaciones.
En 1962, cuando sólo contaba diecinueve años, apareció su primera y última novela editada en la isla, Celestino antes del alba, ya que el resto de su producción se publicó en el extranjero. Entrada la década de los años sesenta, fue víctima de las medidas del gobierno cubano contra los homosexuales y el acoso contra él aumentó hasta que en 1973 fue acusado de abuso sexual y arrestado: huyó y se convirtió en fugitivo por el interior de la isla, pero poco después se le detuvo y encarceló en la prisión de El Morro. Finalmente, en 1980, por una amnistía gubernamental, pudo optar por el exilio. Se trasladó primero a Miami, donde no tuvo suerte, y luego a Nueva York, ciudad en la que se instaló definitivamente y continuó escribiendo, hasta que, enfermo de sida, decidió quitarse la vida en 1990, dejando más de veinte libros, que incluyen diez novelas, algunos poemas, relatos breves y obras de teatro.
En esa densa producción corresponde destacar El mundo alucinante (1965), Otra vez el mar y la autobiográfica Antes que anochezca, cuya versión cinematográfica se estrenó en 2001. El mundo alucinante fue llevada de contrabando a Francia, hecho que acentuó la hostilidad del gobierno cubano hacia el escritor; la obra es una recreación mítica de la vida del cura mexicano Servando Teresa de Mier. Otra vez el mar, una de sus novelas fundamentales, fue confiscada por la policía política; Reinaldo Arenas se vio obligado a reescribirla tres veces.
Otras obras que cabe mencionar son El palacio de las blanquísimas mofetas (1980), El central (1981), Termina el desfile (1981), Arturo, la estrella más brillante (1984), El color del verano (1991) y El asalto (1991). Arenas, junto a Severo Sarduy, está considerado uno de los principales continuadores del neobarroquismo cubano inaugurado por la obra de Lezama Lima.

 

Autoepitafio

Mal poeta enamorado de la luna,
no tuvo más fortuna que el espanto;
y fue suficiente pues como no era un santo
sabía que la vida es riesgo o abstinencia,
que toda gran ambición es gran demencia
y que el más sordido horror tiene su encanto.
Vivió para vivir que es ver la muerte
como algo cotidiano a la que apostamos
un cuerpo espléndido o toda nuestra suerte.
Supo que lo mejor es aquello que dejamos
-precisamente porque nos marchamos-.
Todo lo cotidiano resulta aborrecible,
sólo hay un lugar para vivir, el imposible.
Conoció la prisión, el ostracismo,
el exilio, las múltiples ofensas
típicas de la vileza humana;
pero siempre lo escoltó cierto estoicismo
que le ayudó a caminar por cuerdas tensas
o a disfrutar del esplendor de la mañana.
Y cuando ya se bamboleaba surgía una ventana
por la cual se lanzaba al infinito.
No quiso ceremonia, discurso, duelo o grito,
ni un túmulo de arena donde reposase el esqueleto
(ni después de muerto quiso vivir quieto).
Ordenó que sus cenizas fueran lanzadas al mar
donde habrán de fluir constantemente.
No ha perdido la costumbre de soñar:
espera que en sus aguas se zambulla algún adolescente.

(Nueva York, 1989)

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