sábado, 8 de agosto de 2020

Louise Brooks (Cherryvale, Kansas, US, 14-11-1906 / Rochester, New York, US, 8-8-1985): In memoriam

LULU EN HOLLYWOOD

La actriz estadounidense Louise Brooks falleció tal día como hoy en 1985. Extraordinaria belleza morena, de grandes ojos negros, esbelta y muy fotogénica, fue bailarina adolescente y corista en Broadway antes de ser contratada por los estudios Paramount en 1925, en la etapa de madurez del cine silente. Imagen representativa de la flapper en la era del jazz, nadie como ella contribuyó a popularizar el estilo de peinado bob, con un corte de cabello recto y corto y flequillo. Inteligente, rebelde y autodestructiva, nunca se acomodó al star system de Hollywood y su interés por el sexo, la ginebra y la diversión fue superior al que en ella despertaba el trabajo de actriz. En el Berlín de entreguerras protagonizó dos películas dirigidas por el director austriaco G.W. Pabst: La caja de Pandora (1929) y Tres páginas de un diario (1929), ambas gemas del expresionismo alemán que constituyen lo mejor de su legado a la historia del cine. En la primera de ellas interpretó con gran naturalidad a Lulu, una fascinante vamp de apariencia ingenua, y es a ese personaje al que su rostro ha quedado siempre asociado como mito y sex symbol de la época, que nunca ha dejado de ser imitado.
Mary Louise Brooks era una de los cuatro hijos de un abogado y una concertista de piano. Ella y sus hermanos recibieron una educación liberal, incluso descuidada. Su padre solía estar ausente y su madre estaba más interesada en la música y la literatura que en el cuidado de su prole. Ya de mayor Brooks describió el pueblo del Medio Oeste donde nació como una comunidad donde sus habitantes "rezaban en el salón y practicaban el incesto en el granero". Cuando Louise tenía nueve años fue abusada sexualmente por un vecino. Muchos años después contó el incidente a su madre y ésta la culpó a ella por no haber sabido manejar al individuo. Este trauma infantil tuvo efectos psicológicos nocivos durante toda su vida. Ya de adulta llevó una vida sexual promiscua y confesó que fue incapaz de enamorarse de ningún hombre. La experiencia más próxima al amor fue en 1926 con William Collier Jr., a quien se referiría como el único actor que le importó. Nunca tuvo hiijos.
En lo que sí se preocupó Mrs. Brooks fue en inculcar a sus hijos el amor por la música y los libros. Se tomó en serio la vocación de Louise por la danza, le buscó los mejores profesores y la acompañó a las clases. Louise leía y bailaba a todas horas en casa y cuando en 1922 la compañía de danza Denishawn de Los Angeles se pasó por el pueblo, vieron en ello una oportunidad de oro. Ted Shawn, su director, tampoco vaciló en llevar consigo a Nueva York a aquella preciosa chica de quince años. La troupe incluía como bailarinas a la veterana Ruth St. Denis (esposa de Shawn) y a una joven Martha Graham. Louise estaba viviendo su sueño e incluso en los momentos más altos de su carrera cinematográfica, siempre añoraría sus años como bailarina, su verdadera pasión. Pero lo que tenía de pasión le faltaba de disciplina. Como miembro de la compañía, Brooks pasó una temporada en Londres y París. En la siguiente Brooks tuvo un rol estelar junto a Shawn en una obra, pero a esas alturas sus compañeras se habían hartado de sus impertinencias y, en una reunión humillante en la que estaban presentes todas, la St. Denis la despidió abruptamente. En la primavera de 1924, con diecisiete años, Brooks se vio en la calle, pero no por mucho tiempo.
Gracias a una amiga, la bailarina Barbara Bennett (hermana de las actrices Constance y Joan en una prominente familia) encontró trabajo como corista en los George White's Scandals de 1924, espectáculo de variedades con música de George Gershwin. En seguida Brooks destacó por su belleza, pero también por su indisciplina e impuntualidad. Los Bennett le abrieron las puertas de su casa y de la alta sociedad neoyorquina y Louise se convirtió en una pequeña mascota tan divertida como insolente. Le tomó el gusto a la bulliciosa vida neoyorquina, al alcohol y a los hombres. Sabía hablar, tenía modales y el acceso al armario de las Bennett la había convertido en una joven espectacular. Se paseaba con vestidos despampanantes por el vestíbulo del Hotel Algonquin, centro de reunión de las élites de la ciudad, pero allí no tardaron en enseñarle la puerta por su conducta licenciosa. Tras ser despedida de Scandals, viajó con su amiga Barbara a Londres y allí se convirtió en la primera persona en bailar el charleston en Inglaterra. A su vuelta fue contratada por Florence Ziegfeld, el gran empresario teatral del momento. Al estreno de las Ziegfeld Follies de 1925, donde ella bailó semidesnuda, asistieron los Vanderbillt, los Rothschild, William Randolph Hearst o el presidente de la Paramount Adolph Zukor. Este espectáculo era considerado la cumbre del show business en Broadway y los periódicos pronto comenzaron a fijarse en ella. Brooks, que siempre quiso ser bailarina, estaba donde quería, pero a la sazón la industria del cine se encontraba en plena ebullición. El público de los años veinte vivía obsesionado con la juventud y especialmente con las flappers, un ejército de jovencitas que paseaban insolentes por Nueva York con sus cabellos cortos y sus vestidos rectos que por primera vez no trataban de resaltar sus bustos, bebían, fumaban y se comportaban de forma independiente. Si había una joven en Nueva York que representase la indolencia y el hedonismo de aquellas adolescentes sobre las que escribía Scott Fitzgerald era Brooks. Paramount y M.G.M. trataton de echarle el lazo, pero ella se resistía. Tenía la certidumbre de que lo único que pretendían todos aquellos ejecutivos era acostarse con las jovencitas a las que ofrecían 'pruebas de cámara'; Louise sentía una gran devoción por el sexo, pero siempre que fuese ella quien elegía a sus compañeros de cama. Finalmente sucumbió a la oferta del productor Walter Wanger de Paramount y firmó contrato con el estudio. En esa época todavía se rodaban películas en Nueva York y Brooks debutó sin acreditar como una florista en La calle del olvido (1925) de Herbert Brenon, drama rodado en los Astoria Studios, en Queens. En un cocktail organizado por Wanger conoció a Charlie Chaplin, quien a la sazón se encontraba en Nueva York para presentar su película "La quimera del oro". Aunque Chaplin le doblaba la edad y estaba entonces casado con Lita Grey, el cómico y la neófita actriz tuvieron un affair de dos meses que mantuvieron oculto a la prensa. Cuando la relación terminó, él le mandó un cheque de 2.500 dólares. Brooks no se sintió molesta ni ofendida (era una chica práctica) y además lo admiraba como artista. "Aprendí a actuar viendo bailar a Martha Graham y aprendí a bailar viendo actuar a Chaplin" escribió años después sobre él.
En su primera película acreditada, La Venus americana (1926) de Frank Tuttle, comedia con Esther Ralston, Ford Sterling, Lawrence Gray y Fay Lanphier, actuó como secundaria, consiguiendo ser coprotagonista en las siguientes, las primeras (varias de ellas hoy perdidas) todavía rodadas en los Astoria Studios neoyorquinos y la últimas ya en Hollywood. Entre ellas figuran: Fígaro en sociedad (1926) de Malcolm St. Clair, comedia con Adolphe Menjou, El boticario rural (1926) de Eddie Sutherland, comedia con W.C. Fields, Ámalos y déjalos (1926) de Frank Tuttle, comedia con Evelyn Brent y Lawrence Gray, El vestido de etiqueta (1927) de Luther Reed, comedia con Adolphe Menjou, Virginia Valli y Noah Beery, Juventud, divino tesoro (1927) de Richard Rosson, drama romántico con James Hall y Richard Arlen, Reclutas por los aires (1927) de Frank R. Strayer, comedia con Wallace Beery y Raymond Hatton, La ciudad del mal (1928) de James Cruze, drama criminal con Thomas Meighan y Marietta Milner, Una chica en cada puerto (1928) de Howard Hawks, comedia de aventuras con Victor McLaglen y Robert Armstrong, o Los mendigos de la vida (1928) de William A. Wellman, drama con Wallace Beery y Richard Arlen donde desempeñó su rol más importante. Estas dos últimas fueron las más relevantes y la hicieron popular. Pero abandonar su amada Nueva York y trasladarse a la costa oeste la había hecho tremendamente desgraciada. Nunca consiguió adaptarse a Hollywood. Su tendencia a decir siempre lo que pensaba, comportarse como le apetecía y su afición, a ojos de todos extrañísima, de leer libros en las pausas de rodaje ajena a los corrillos, le granjearon fama de difícil, además de su facilidad para abandonar el set a la mínima ocasión.
En julio de 1926 Louise se casó con Eddie Sutherland, quien la había dirigido en El boticario rural, pero el matrimonio, repleto de infidelidades por ambas partes, finalizaría en divorcio en junio de 1928 (1). A ello contribuiría un malicioso y falso rumor difundido durante el rodaje de Los mendigos de la vida por un extra con quien Brooks pasó una noche. Según él la actriz había contraído una enfermedad venérea en un fin de semana previo que había pasado con el productor Jack Pickford. Consecuentemente la relación con Richard Arlen, su partner en la película y amigo íntimo de su marido, se enrareció y Brooks tuvo tensiones y conflictos con el equipo y el director.
Louise apareció fotografiada en revistas de todo el país y su peinado bob fue imitado por muchas mujeres. Ya era una estrella en ciernes y comenzó a relacionarse con la 'crema' de Hollywood. Fue frecuentemente invitada en San Simeon, el suntuoso castillo donde residían el magnate William Randolph Hearst y su amante, la actriz Marion Davies. Allí se hizo amiga íntima de Pepi Lederer, sobrina de Davies que vivía abiertamente su lesbianismo y con quien tuvo relaciones sexuales (2). También pasó una noche por la cama de Greta Garbo. En todo caso, mucho más adelante, Brooks declaró que esas experiencia pasajeras  no la convertían en lesbiana ni bisexual. 
Su última película antes de dejar Paramount fue ¿Quién la mató? (1929) de Malcolm St. Clair, drama de intriga con William Powell, James Hall y Jean Arthur, de la que se rodó una primera versión silente. Cuando el estudio decidió reconvertirla en sonora, Brooks reclamó un aumento de sueldo que le habían prometido (sólo cobraba 750 dólares a la semana) a B.P. Schulberg, gerifalte de la compañía, pero al serle denegado ella rehusó a colaborar en el doblaje y contrataron a otra actriz. Además, en revancha, propagaron la noticia de que la voz de Brooks no era apta para el cine sonoro.
Hubo un hombre que fue más que una aventura de una noche, el empresario George Preston Marshall, propietario de una cadena de lavanderías y futuro propietario del equipo de fútbol americano Washington Redskins. Amante y consejero de Brooks entre 1927 y 1933 en una relación intermitente, la actriz recurrió a él tras dejar Paramount y su amigo le recomendó viajar a Europa con el fin de trabajar con el afamado director austriaco G.W. Pabst. Ambos se presentaron con su valet inglés en la República de Weimar. El Berlín que encontraron vivía una época efervescente. Los nazis todavía no eran más que unos payasos a los que nadie se tomaba en serio, mientras que la ciudad era una fiesta sin fin: los cabarets, el alcohol y el sexo libre estaban a la orden del día. En la ciudad residían talentos como Max Reinhardt y Bertolt Brecht que estaban revolucionando la historia del teatro, Einstein, W. H. Auden, Christopher Isherwood o Vladimir Nabokov. Allíi se encontraron con Pabst, quien buscaba desesperadamente la actriz idónea para interpretar a Lulu en una producción basada en las obras "El espíritu de la tierra" y "La caja de Pandora" de Frank Wedekind, clásicos contemporáneos con aureola de transgresores e inmorales. El director ya había rechazado a Marlene Dietrich, que ansiaba el papel, por considerarla demasiado mayor y demasiado obvia y, aunque Brooks era poco conocida en Alemania, encontró en ella la actriz ideal. Su decisión fue impopular: una americana iba a interpretar a un mito alemán.
El encuentro entre Brooks y Pabst fue muy agradable. A sus 22 años, ella quedó asombrada de aquel hombre de 43 que tenía conocimientos de cualquier tema que ella ignoraba y la trataba con deferencia y respeto, al contrario que en Hollywood, donde tenía reputación de mujer frívola y devorahombres. Finalmente Pabs rodó La caja de Pandora (1929), sórdido melodrama expresionista con Louise Brooks, Fritz Kortner y Franz Lederer en los papeles principales. Lulu, su protagonista, es una exótica, desinhibida y hedonista joven que, sabiéndose objeto de deseo, se mueve sólo por el placer. Libre de hipocresía en un mundo dominado por las convenciones y la represión sexual, atrae a la vez a hombres y mujeres. Su inconsciente y amoral comportamiento lleva a quienes la rodean a la perdición y ella misma acaba en la prostitución y muere en Londres a manos de Jack el Destripador. El film contenía sexo, lesbianismo, incesto y, casi lo peor, simpatía por los descarriados, por lo que fue duramente criticado en Alemania, mientras que en Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos se estrenó con diversos cortes de censura. Una de las últimas cintas silentes cuando ya había emergido el cine sonoro, se convirtió en la mejor película que casi nadie había visto y sólo su publicidad hizo de Brooks un mito internacional. En la misma linea se sitúa Tres páginas de un diario (1929), la siguiente película de G.W. Pabst (también conocida como "Diario de una perdida"), con Louise Brooks, Josef Rovenský y Fritz Rasp, otro controvertido melodrama silente donde la actriz volvió a interpretar a una prostituta, aunque en esta ocasión encuentra la redención después de muchas desagradables vicisitudes. Tras el rodaje, Pabst aconsejó a Brooks que no volviera a Hollywood y se quedase en Alemania para proseguir su carrera, expresándole su preocupación de que el enfoque descuidado hacia la misma por parte de ella la conduciría a un funesto final 'exactamente como Lulu'. También la previno de que su amante George y sus ricos amigos americanos la abandonarían cuando su carrera se paralizase. Las palabras.de Pabst resultarían proféticas.
El público y la crítica que vieron las películas alemanas de Brooks se sintieron desconcertados por su modo naturalista de actuar. Salían de las salas de proyecciones exclamando: "¡Ella no actúa, no hace nada!". A finales de los años 20 los espectadores estaban acostumbrados al estilo teatral de interpretación habitual en el cine silente, con exagerados lenguaje corporal y expresiones faciales. Brooks explicaría más adelante que su método de actuación no consistía en el movimiento descriptivo de la cara y el cuerpo sino en los movimientos del pensamiento y el alma transmitidos en una especie de intenso aislamiento. Ella fue, también en eso, una de las primeras actrices modernas. Reconoció a Pabst como su maestro y él alabó sus actuaciones diciendo que interpretaba a mujeres reales y lo hacía maravillosamente.
Pabst produjo en Francia, el siguiente film de Brooks: Premio de belleza (1930), que dirigió el italiano Augusto Genina, apreciable drama con Georges Charlia, Augusto Bandini  y Jean Bradin sobre una mecanógrafa que decide participar en el concurso 'Miss Europa' y lo gana, para desesperación de su novio, que acaba matándola. Fue el primer título sonoro de la actriz, quien hubo de ser doblada al francés. La película tuvo problemas de sincronización y resultó un fracaso absoluto pese a su indudable calidad.
En 1929 volvió a Nueva York y, cuando regresó a Hollywood en 1931, encontró que allí no habían olvidado que ella había sido la única componente del reparto de ¿Quién la mató? que había rehusado participar en la versión hablada. Pronto dedujo que su nombre había sido incluido en informales 'listas negras' y ningún estudio importante la contrataría. Considerada non grata por su desplante a Paramount, apenas consiguió papeles secundarios en películas de Frank Tuttle y Michael Curtiz que no tuvieron eco y en un cortometraje (dirigido bajo seudónimo) del caído en desgracia Roscoe Arbuckle. Además cometió el error de rechazar la oferta de William Wellman para protagonizar "El enemigo público" en Warner junto a James Cagney, papel que finalmente interpretó Jean Harlow y la consolidó como estrella. En ese momento Brooks estaba más interesada en ver a su amante Marshall en Nueva York que en Hollywood. En 1932 se declaró en bancarrota y empezó a bailar en nightclubs para ganarse la vida. En octubre de 1933 se casó con William Deering Davis, un millonario de Chicago, a quien abandonó abruptamente en marzo de 1934 sin siquiera despedirse, dejando sólo una nota sobre sus intenciones. El divorcio oficial llegaría en 1938. Para entonces su ex amante Marshall (al que ella calificó de abusivo), quien le había pedido en repetidas ocasiones que se casara con él hasta que comprendió que ella sería incapaz de serle fiel, ya estaba casado con la actriz Corinne Griffith.
Lo último que hizo en Hollywood fue un pequeño papel en Cabalga y dispara (1938) de George Sherman, un western de serie B con John Wayne donde aparecía casi irreconocible con el pelo largo. Aún no había cumplido treinta y dos años y estaba acabada para el cine. Ningún hombre allí quería verla como no fuese para acostarse con ella. Su antiguo amigo el productor Walter Wanger le advirtió que, si se quedaba en Hollywood, terminaría convirtiéndose en una call girl. Brooks también recordó las predicciones de Pabst y tomó la determinación de volver a Kansas para establecerse en la casa de sus padres en Wichita, donde había crecido. Allí se sintió extraña y tuvo un intento fracasado de abrir un estudio de danza. Después de verse envuelta en varios escándalos decidió volver a Nueva York con sólo diez dólares en el bolsillo. Incapaz de encontrar trabajo como bailarina, gracias a la ayuda de su amante William S. Paley, directivo fundador de la CBS, fue contratada como actriz en la radio, pero aguantaría poco. También se empleó brevemente como columnista de chismes y como vendedora en unos grandes almacenes. Entre 1948 y 1953 ejerció la prostitución con un selecto grupo de hombres ricos como clientes. Luego trabajó en una agencia de escorts. En esa época ha perdido la belleza, ha ganado peso y sufre un alcoholismo cada vez más agravado. Pobre y olvidada en su pequeño apartamento neoyorquino, cada vez más a menudo siente la tentación del suicidio. Muy dolida por su ostracismo, durante años se dedica a escribir su autobiografía con la intención de contarlo todo, pero el resultado es demasiado escabroso, hay demasiado sexo y demasiados nombres que no pueden ser mencionados, lo que hace imposible su publicación. Primero decide convertir sus memorias en novela y finalmente quema el manuscrito. Todavía no está preparada.
Arruinada de nuevo, en 1954 vuelve a pedir ayuda a Paley, quien se las arregla para concederle un modesto subsidio mensual de por vida. Entretanto, y sin ella saberlo, está ocurriendo algo que cambiará su vida. James Cards, conservador del Eastman Museum en Rochester, New York, redescubre sus películas. En un viaje a París convence a Henri Langlois, el legendario director de la Cinemateca Francesa de que revise los films alemanes de Louise Brooks y les dé una oportunidad. La entusiasta reacción de Langlois fue "¡No existe Garbo, no existe Dietrich, sólo existe Louise Brooks!". Así que cuando en 1955 organiza una exposición por los sesenta años de la historia del cine, sitúa a Brooks en primerísimo plano como gran icono del séptimo arte. La mitomanía de Cards le llevó a localizar a Brooks viviendo como una reclusa en Nueva York tras décadas de olvido. Con gran poder de persuasión logró mantener con ella una relación epistolar, que no tardaría mucho en convertirse en romántica. Gracias a la insistencia de James, ella vuelve a escribir, mientras también hace incursiones en la pintura. De nuevo se siente viva, pero sus problemas con la ginebra persisten y Card está casado y tiene dos hijos. En todo caso él la convenció para trasladarse a Rochester, a fin de estar cerca del Eastman Museum, donde podía estudiar películas y escribir sobre ellas y sobre recuerdos de su antigua carrera. Mientras su trayectoria como escritora está despegando, su retorno como leyenda del cine está en pleno apogeo. En 1958 realiza junto a Card una gira europea que la lleva a Dinamarca, Madrid, Barcelona y París, donde asiste a un ciclo en su honor realizado por la Cinemateca. Como treinta años antes, en Francia es una estrella a la que todo el mundo conoce y admira, aunque su aspecto ha cambiado por completo. Por una vez consigue mantenerse relativamente sobria. A partir de ahí, historiadores y críticos del cine como John Kobal, Kevin Brownlow o Kenneth Tynan reivindican su figura y varios directores filman documentales sobre ella. El dibujante italiano Guido Crepax crea el comic erótico "Valentina", inspirado en ella. Novelistas, cineastas o músicos también se hacen eco de su recuerdo, y hasta el perfume Loulou de Cacharel la evoca en los años 80. El famoso peinado bob de Brooks fue imitado por Cyd Charisse en "Cantando bajo la lluvia" (1952), Anna Karina en "Vivir su vida" (1962), Liza Minnelli (3) en "Cabaret" (1972), Melanie Griffith en "Algo salvaje" (1986) o Uma Thurman en "Pulp fiction" (1994), entre otras películas.
Finalmente en 1982 publicó su autobiografía "Lulu en Hollywood", que muchos de sus fans devoraron con fruición. Sola, malhumorada y aquejada de artritis y enfisema, pasó sus últimos años viviendo como una ermitaña. Su muerte se produjo por un ataque cardiaco a la edad de 78 años.

(1) Inmediatamente después, Eddie Sutherland intentó suicidarse ingiriendo una sobredosis de somníferos

(2) Años después, Hearst y Davies tomaron cartas en el asunto, primero alejando a Pepi en Nueva York y Europa y finalmente internándola en una institución psiquiátrica en Los Angeles, donde se suicidaría arrojándose por la ventana de un sexto piso en 1935, a los 25 años de edad.

(3) Cuando a Liza Minnelli le ofrecieron interpretar a Sally Bowles en "Cabaret" acudió a su padre, el director Vincente Minnelli, y le preguntó qué podía contarle acerca del glamour de los años 30 y si debería emular a Marlene Dietrich o algo por el estilo. Él le dijo que no, que estudiase cuanto le fuera posible a Louise Brooks.




1 comentario:

  1. La acabo de conocer y ya la adoro, ha sido como ver una película, una mujer auténtica y sobre todo "humana". Gracias Javi por descubrirme a Louise Brooks.

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