lunes, 22 de septiembre de 2014

Erich von Stroheim (Viena, Imperio Austrohúngaro, 22-9-1885 / Maurepas, Seine-et-Oise, Francia, 12-5-1957): In memoriam

EL HOMBRE AL QUE A USTED LE GUSTARÍA ODIAR

Aniversario natal del director y actor austriaco nacionalizado estadounidense Erich Von Stroheim. Cuando en 1909 llegó a Nueva York, se hacía llamar Conde Erich Oswald Hans Carl Maria Von Stroheim und Nordenwall. Al tiempo que finalmente logró sobresalir en Hollywood, el propio cineasta se encargó de ocultar sus verdadera extracción social de clase media y alimentar la leyenda de su origen aristocrático. Luego se supo que estudió en la Academia Militar de su país y que permaneció en el ejército durante casi una década, hasta que se trasladó a Estados Unidos, según se dice, tras haber desertado.
Su aprendizaje con D. W. Griffith y Raoul Walsh le sirvieron para demostrar que también sabía dominar el espacio y la acción en marcos inigualables y sorprendentes para la época. Erich Von Stroheim es uno de los directores fundamentales de la historia del cine, no sólo por sus atrevidas puestas en escena, sino por haber sabido imprimir al cine de la época el empuje creativo que necesitaba para consolidar una estructura narrativa novedosa a la vez que hábil y sólida. En las memorias de Billy Wilder se recoge este pasaje clarificador de lo que Von Stroheim consideraba sobre su aportación personal a la industria cinematográfica.


- “Con sus películas, usted se adelantó en diez años a su tiempo”

“Sroheim me miró brevemente y después me corrigió”

- “¡En veinte años¡”


A pesar de la grandilocuencia propia de Von Stroheim, que en ocasiones gustaba referirse a sí mismo en tercera persona, probablemente tenía razón, y un posterior visionado de sus obras nos puede dar a entender que el maltrato que la industria hizo de él, además de tener un componente económico, era producto de no saber cómo manejar a un genio adelantado a su tiempo.


Reseña biográfica tomada (con algunas modificaciones) de la página decine21:

Enigmática nobleza
por José María Aresté

Es un cineasta genial, en el que se confunden sus personajes con su auténtica persona. A ello condujo Hollywood y la complicidad del propio Erich von Stroheim, grandísimo director, que compuso además personajes memorables como actor.
Erich Oswald Stroheim, más conocido como Erich von Stroheim, nació en Viena, en pleno imperio  austrohúngaro, el 22 de septiembre de 1885. Su pasado antes de triunfar en Hollywood fue siempre una incógnita, pues como era usual en la época, y encajaba perfectamente con la personalidad del cineasta, le rodeó una falsa leyenda de origen noble y casi principesco, según la cual habría sido hijo de un oficial del ejército de alta cuna. Ello encajaba bien con sus papeles de noble militar que le caracterizaron, pero era rematadamente espurio; en realidad sus orígenes eran humildes, nació en una familia judía y su padre era sombrerero.
En 1909 emigró a Estados Unidos, y según comentaba Jean Renoir, su alemán no era demasiado bueno. Conoció en una taberna a su primera mujer, Margaret Knox, en 1912, y parece que ella le ayudó con el idioma, y le guió en la publicación de su primera novela, “In the morning”, donde aparecían los temas favoritos que también abordaría en sus películas, la añoranza de una nobleza decadente, la frivolidad de las mujeres y la depravación de los hombres, auténticos depredadores. El matrimonio con Knox duraría poco más de un año, Stroheim tenía un carácter muy difícil por su humor cambiante. Aún se casaría otras dos veces, con Mae Jones, que le dio un hijo, y con la actriz Valerie Germonprez, que le dio otro; finalmente estaría con la actriz Denise Vernac, que le acompañaría hasta la muerte.
Desde luego, Stroheim fue un hombre hecho a sí mismo, y al llegar a Hollywood empezó desde abajo, realizando las tareas más humildes, como consultor en temas germánicos, ayudante de dirección y figurante. La primera película en que apareció, naturalmente, sin acreditar, fue The country boy, de 1915. Tuvo la suerte de ver trabajar a David W. Griffith en Intolerancia, y de hecho muchos rasgos de los rasgos de este director formarían parte de su personalidad futura como cineasta, como el gusto por el melodrama, y la desmesura en decorados y metraje.
A partir de 1918 empieza a destacar como actor con papeles de noble depravado, en títulos como Corazones del mundo, The hun within y Sobre las ruinas del mundo. Son tales su porte y distinción que nadie duda de la historia oficial sobre sus orígenes cuasi principescos. Ha terminado la Primera Guerra Mundial y con ello la Viena de su infancia, pero al año siguiente Stroheim está listo para debutar como director, adaptando sus propias historias y novelas. Está bien situado en Universal y empieza con Corazón olvidado/Maridos ciegos (1919), y luego siguen La ganzúa del diablo (1920) y Esposas frívolas (1922). Su gusto por ambientes e historias decadentes y su sensibilidad en la concepción de las escenas y en el perfil psicológico de sus personajes resultan innegables, pero a quien era descrito como actor como “el hombre que usted ama odiar”, también parecía encajarle esa misma descripción como director.
Llaman la atención su perfeccionismo, su megalomanía, los costosos decorados que se empeña en construir y que disparan presupuestos –es asombroso el Montecarlo de Esposas frívolas–, sus cambios de humor y los muchos metros de película que gasta y que luego no se emplean. Él querría montar filmes de siete horas, pero esto no es posible. Carl Laemmle, el director de Universal, está preocupado y el recién llegado Irving Tahlberg amenaza con el despido en Esposas frívolas. El director se siente seguro, pues es el protagonista  y no pueden prescindir de él, pero esto ya no le servirá en su siguiente film, El carrusel de la vida/Los amores de un príncipe (1923), donde acabará siendo sustituido por Rupert Julian. Stroheim diría de Tahlberg que “no tenía en la cabeza más cosa que un sombrero”. Estos dos filmes llaman la atención por cómo se pinta a la nobleza, con bajezas que humanizan aunque no favorezcan, y las cuitas amorosas. Y al realismo de la reconstrucción en estudio de Montecarlo, siguió la no menos perfecta recreación de Viena. En su dibujo de la realeza, y comparándose con Ernst Lubitsch, dijo el cineasta: “Él te muestra al rey en el trono y luego en el dormitorio. Yo lo muestro primero en el dormitorio; así cuando lo ves en el trono no te haces ilusiones.”
Para su siguiente film Stroheim recala en MGM, y entrega la que para muchos es su obra maestra, Avaricia (1924), adaptación de la novela "McTeague" de Frank Norris, rodada en el Valle de la Muerte, y verdaderamente sobrecogedora. Como es habitual, sufre vicisitudes en el montaje y debe ser recortada su duración ostensiblemente. Vendrán más tarde dos de los títulos más populares de Stroheim, también protagonizados por él, La viuda alegre (1925) y La marcha nupcial (1928). La película Honeymoon, de 1928, desgraciadamente se ha perdido. Nuevos problemas para rodar afectan al cineasta con La reina Kelly (1929), película inacabada donde él no actuaba y que producía para United Artists su protagonista Gloria Swanson. Se trata de una joya de la que uno sólo puede lamentarse que falte la mitad de la historia. A estas alturas la carrera de director de Stroheim estaba condenada al fracaso, nadie estaba dispuesto a apoyarle, aunque aún dirigiría, de modo bastante accidentado, su único film sonoro, ¡Hola, hermanita! (1933).
Seguiría escribiendo novelas y, como le pasó a Orson Welles, siempre le quedaría actuar, tarea que alternaría en Francia y Estados Unidos. Destacan sus composiciones en The lost squadron (1932) de George Archainbaud, donde se remeda a sí mismo como director de cine, Como tu me deseas (1932) de George Fitzmaurice, donde era el tercero en un reparto encabezado por Greta Garbo y Melvin Douglas, La gran ilusión (1937) de Jean Renoir, de nuevo genial en su papel recurrente de oficial con honor, Cinco tumbas al Cairo (1943) y El crepúsculo de los dioses (1950), ambas de Billy Wilder (en la última, que le reunió con Gloria Swanson, sugirió a Wilder la idea de que su personaje de mayordomo escribiera falsas cartas de fans a su ama, antigua diva), Estrella del norte (1943) de Lewis Milestone y El gran Flamarion (1945) de Antony Mann. Uno de us últimos trabajos fue en Napoleón (1955) de Sacha Guitry, aunque no era el emperador su personaje, sino el compositor Beethoven. Por El crepúsculo de los dioses fue candidato al Oscar al mejor actor secundario. En la película se usaron algunos fragmentos de La Reina Kelly.
A la postre, pudo ejercitar su gusto por la ‘grandeur’ en la ceremonia cuando se le concedió la Legión de Honor francesa estando ya enfermo. René Clair describió que el acto tuvo lugar en su lecho dispuesto en un elegante catafalco con terciopelos rojos, y él en pijama de seda negra. De todos modos, y aunque le gustaba el lujo y gastó tanto como director, murió más bien pobre y con escasos recursos en Maurepas, Seine-et-Oise, en Francia, el 12 de mayo de 1957.


1 comentario:

  1. Interesantísima le reseña!! Anécdotas, hechos y datos reveladores y no tan frecuentemente publicados. Yo lo recuerdo en sus películas en la época de mi niñez.

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