domingo, 31 de agosto de 2014

John Ford (Cape Elizabeth, Maine, US, 1-2-1894 / Palm Desert, California, US, 31-8-1973): In memoriam

JOHN FORD: CINEASTA DE LA EMOCIÓN

Hoy se cumplen 41 años de la muerte de este gigante del cine americano y mundial. Contaba 79 años. El cineasta de ascendencia irlandesa, pionero en el cine silente y célebre por sus westerns, tuvo una carrera de más de cincuenta años y 140 películas, un conjunto de extraordinaria importancia e influencia en el séptimo arte. Es el único director galardonado con cuatro Oscars (El delator, Las uvas de la ira, ¡Qué verde era mi valle!, El hombre tranquilo).
Con la simplicidad y la sobriedad expresiva como premisa, su estilo permanece como clásico entre los clásicos. Son característicos de su cine el profundo interés humano por sus personajes, el amor por los espacios abiertos y su gran talento para la composición visual, tantas veces devenida en pura poesía.

El siguiente texto procede (con algúna modificación) de la página decine21:

El hombre inquieto
(por Juan Luis Sánchez)

Director de directores, dejaba boquiabiertos a los espectadores, pero también a sus propios compañeros, los que mejor entendían lo que aportaba su cine. Elevó a categoría de arte el cine más convencional. “Era uno de esos artistas que nunca pronuncian la palabra ‘arte’, y de esos poetas que no hablan nunca de poesía”, escribía François Truffaut. Pero siempre rechazó que le trataran como a un autor. “No hago películas para hacer obras de arte. Ruedo películas para poder pagar las facturas”, dijo el hombre que se presentaba de la forma más humilde posible: “Me llamo John Ford y hago películas del oeste”. Dedicamos este perfil a los tres mejores directores de la historia del cine, según Orson Welles: John Ford, John Ford y John Ford.
John Martin Feeney (verdadero nombre del maestro) fue el decimotercer hijo de un matrimonio de emigrantes irlandeses que regentaban una taberna. Según consta en su partida de nacimiento, nació el 1 de febrero de 1894, en Cape Elizabeth, una ciudad costera de Maine. De pequeño era un mal estudiante, pero sus gafas de concha le daban un aspecto tan serio, que su padre siempre pensó que se ordenaría sacerdote. Tras la adolescencia, se convirtió en un muchacho tremendamente fuerte y ancho de espaldas, apodado ‘Toro Feeney”, por sus compañeros del equipo de fútbol. En el instituto manifestó un interés especial por las clases de Historia de los Estados Unidos, sobre todo cuando se enteró de la gran cantidad de irlandeses que lucharon en la guerra de la Independencia. En esta época empezó a desarrollar la pose de hombre rudo, con la que trataba de disimular su personalidad de artista sensible. Es decir, que en esencia el verdadero Ford era como Ethan Edwards y Sean Thornton, los protagonistas de Centauros del desierto y El hombre tranquilo.
El joven Ford encaminó sus primeros pasos profesionales hacia el mundo de la publicidad, pero pronto recaló en la Meca del cine. Cuando el director francés Jean-Luc Godard le preguntó en una entrevista qué le llevó a Hollywood, Ford respondió de forma concisa: “Un tren”. En realidad, se fue siguiendo los pasos de su hermano, Francis Ford, actor, guionista y cineasta en Universal, que le dio trabajo en sus películas, a veces como intérprete, pero también como ayudante de dirección. En 1917, escribió, protagonizó y dirigió su primer corto, el western mudo The Tornado, en cuyos títulos de crédito firmaba como Jack Ford. Causó tan buena impresión en Universal, que pronto le pusieron al frente de largometrajes, como A prueba de balas (1917), el primero de los más de 130 que llegó a rodar. Estaba protagonizado por Harry Carey, una de las estrellas del cine del oeste de la época muda. Durante los años 20, Ford fue aprendiendo el oficio, y aunque todavía partía de guiones simplones, desarrolló su particular estilo, que consistía en seleccionar el encuadre ideal y dejar hacer a los actores, a los que dirigía con una gran habilidad. Se consagró con El caballo de hierro (1924), donde narraba las dificultades que tuvieron los operarios del ferrocarril, con imágenes cercanas al documental. Por aquella época, conoció a la mujer de su vida, Mary McBryde Smith, joven de origen irlandés, que descendía de Tomás Moro, y aunque no se pudieron casar por la iglesia, pues ella era divorciada, le acompañaría hasta su muerte. El matrimonio tuvo dos hijos, ambos dedicados al cine, pues Patrick Michael se hizo productor de subproductos de serie B y Barbara montadora.
Aunque a partir de la llegada del sonoro, es difícil encontrar una película decepcionante de John Ford, y abundan las obras maestras, la época más importante, decisiva e influyente del maestro fueron los 30, donde se gestaba el cine tal y como lo conocemos. Durante la época de la Gran Depresión, el cineasta perfecciona su lenguaje fílmico en sus películas, casi siempre escritas por los guionistas Dudley Nichols y Nunnally Johnson. Destaca La patrulla perdida (1934), centrada en la presión psicológica a la que se ven sometidos los protagonistas, integrantes de una patrulla inglesa, perdidos en el desierto, donde están siendo acosados por un enemigo al que no logran ver. Igualmente interesante es El delator (1935), rodada en decorados que reconstruían la ciudad de Dublín, en la que un tipo ha denunciado a la policía al líder del grupo nacionalista irlandés del que ha sido expulsado. Su película más influyente es La diligencia (1939), que transformó para siempre no sólo el western, sino también el cine de acción. Hasta entonces, las películas del oeste eran intrascendentes espectáculos de acción, casi siempre de serie B. Pero Ford narra en el primer western psicológico los conflictos dramáticos que sufren varios personajes, tan realistas como interesantes, que por diversos motivos, coinciden en una reducida diligencia, rumbo a la ciudad de Lordsburg. Por su interpretación de Ringo Kid, el hombre que va al encuentro de los que mataron a su familia, John Wayne se convirtió en una estrella, y también en el actor fetiche de John Ford, pues el director le consideraba “el mejor actor de Hollywood” y el hombre que mejor le representaba a sí mismo en la pantalla. Fue la primera película que el director rodó en Monument Valley, en la frontera de Utah con Arizona, donde regresó en numerosas ocasiones, para otros rodajes. Allí, se hizo amigo de los navajos, a los que contrató como extras, pagándoles las tarifas establecidas por el sindicato. Los pieles rojas le consideraban miembro honorario de la tribu, pues les dio trabajo durante muchos años, y le pusieron el nombre indio Natani Nez, que significa “jefe alto”.
En esta época también rodó El joven Lincoln (1939), con Henry Fonda interpretando a Abraham Lincoln cuando era un prometedor abogado que no sabía que llegaría a ser presidente de los Estados Unidos. Las uvas de la ira (1940) es una de sus películas más valiosas, pues salió airoso de un reto impensable para cualquier director, triunfar con la adaptación de una obra maestra de John Steinbeck, peso pesado de la literatura americana. Se trata además de un atípico drama social, rodado cuando aún se notaban las consecuencias del Crack del 29, y el público prefería ver musicales, westerns o comedias distendidas para evadirse de sus propios problemas. En Hombres intrépidos (1940), basada en varias obras de teatro cortas de Eugene O'Neill, Ford también contaba los problemas de muchos personajes, en situaciones extremas, concretamente estaba protagonizada por la tripulación de un barco cargado de municiones.También se basaba en un libro de éxito, esta vez de Richard Llewellyn, el drama ¡Qué verde era mi valle! (1941), con Walter Pidgeon y Maureen O'Hara.
Aunque Ford tenía fama de tratar a los actores duramente en los rodajes, acentuando su pose de tipo duro, y convirtiéndose en un dictador, lo cierto es que mantenía una gran amistad con muchos de ellos. A diferencia de otros directores, Ford solía trabajar con los mismos actores, a los que siempre sabía darles ese personaje que les venía al pelo. A los habituales de sus películas se les llama ‘Compañía Estable de John Ford’, término normalmente usado en el teatro. Los que hayan disfrutado de más de una película de Ford, se habrán fijado en que los secundarios casi siempre son los mismos: su hermano Francis Ford, Ward Bond, Ken Curtis, Victor McLaglen, Mae Marsh, Woody Strode y alguno más, mientras que también repetía con algunos de los actores principales, como Henry Fonda, que protagonizó nueve de sus películas, y sobre todo John Wayne, presente en una veintena de films, los primeros como extra.
Las raíces irlandesas del creativo realizador explican la temática de su obra, que siempre gira en torno a la lealtad, la camaradería, la familia y sobre todo la tradición. Periodistas y autores que han escrito sobre Ford siempre han pensado que era conservador, del partido republicano, sobre todo porque sus mejores amigos, John Wayne, James Stewart y Ward Bond sí que lo eran. Sin embargo, sus familiares han declarado muchas veces que esto es completamente falso, pues se declaraba como un activista liberal. En una ocasión escuchó una conversación entre John Wayne y Victor McLaglen, que criticaban muchísimo a Roosevelt, durante una pausa de un rodaje. No dudó en increparles: “Todos vosotros habéis ganado vuestro dinero durante la era de Roosevelt”. A partir de ese momento, Wayne, que apreciaba mucho a su maestro, decidió eludir la política cuando estaba con él.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Hollywood también colaboró en la lucha contra los nazis, sobre todo produciendo propaganda bélica. Los mejores directores del momento son reclutados por el ejército, entre ellos John Ford, que alcanzó el grado de comandante, dedicándose a documentales sobre la marina, mientras el coronel Frank Capra rodaba sobre la infantería y el mayor William Wyler hacía lo propio con el ejército del aire.
Al término de la contienda, Ford siguió cosechando éxitos, como Pasión de los fuertes (1946), El fugitivo (1947), Tres padrinos (1948), pero tanto él como otros ilustres directores de su generación fueron desplazados por nuevos talentos, los miembros de la generación perdida: Elia Kazan, Billy Wilder, John Huston. Ford supo plasmar mejor que nadie en la pantalla lo que sintieron los grandes pioneros que hicieron avanzar al cine cuando fueron sustituidos por intelectuales, en películas como La legión invencible (1949) -que conforma la trilogía de la caballería, con Fort Apache (1948) y Río Grande (1950)- donde un capitán a punto de jubilarse impide el avance de los indios, gracias a su veteranía. En Centauros del desierto (1956), el curtido ex militar Ethan Edwards tiene dificultades para encajar en la sociedad de postguerra y la mujer de la que estaba enamorado prefirió casarse con su hermano, un hombre más hogareño. En El hombre que mató a Liberty Valance (1962) -para quien firma estas líneas la mayor obra maestra entre las grandes obras maestras de Ford-, Tom Doniphon, el personaje de John Wayne, es un héroe abrupto, imprescindible para pacificar la ciudad, que ha quedado desplazado por la llegada del progreso, por una sociedad que necesita hombres como Ransom (James Stewart).
Aunque John Ford nunca fue tan popular para el gran público como Alfred Hitchcock, sus películas siempre triunfaron en taquilla, por su calidad, y porque estaban protagonizadas por actores como John Wayne, que era una gran estrella. Se le recuerda sobre todo por sus westerns: Caravana de paz (1950), Misión de audaces (1959), Dos cabalgan juntos (1961), su episodio de La conquista del oeste (1962). En realidad, cultivó géneros dispares como el drama: Un crimen por hora (1958), El último hurra (1958); la comedia: La taberna del irlandés (1963); la comedia dramática: La ruta del tabaco (1941), El hombre tranquilo (1952), La salida de la luna/Relatos de Irlanda (1957); el biopic: Cuna de héroes (1955), Escrito bajo el sol (1957); el cine de aventuras: Corazones indomables (1939), Mogambo (1953); y se prodigó muchísimo en el cine bélico: el documental La batalla de Midway (1942), No eran imprescindibles (1945), El precio de la gloria (1952), Escala en Hawai (1955). Cuentan que cuando rodaba una de sus películas tuvo que ser operado de cataratas. Pero su pasión por el cine era tan grande, que se quitó la venda antes de tiempo, para retomar el rodaje antes de tiempo, desobedeciendo las advertencias del médico. Al final acabó perdiendo la visión en un ojo, lo que explica su característico parche. En cualquier caso, no está comprobada la veracidad de esta anécdota, pues el mismo John Ford disfrutaba despistando a sus biógrafos inventándose datos contradictorios sobre su vida.
Al final de su carrera, Ford estaba preocupado por algunas críticas que le habían acusado, a veces sin haber visto su obra, de racista y machista. Quizás esto explica películas como El sargento negro (1960), protagonizada por un afroamericano injustamente sometido a consejo de guerra acusado de dos asesinatos y una violación, El gran combate (1964) donde reflejó las injusticias que se cometieron con los cheyennes, maltratados y condenados a vivir en la misería en una reserva de Oklahoma, y Siete mujeres (1965), sobre un grupo de misioneras en Manchuria, durante la guerra entre China y Mongolia. El cineasta murió de cáncer de estómago el 31 de agosto de 1973, cuando el cine se transformaba por completo.

John Ford

"El caballo de hierro" (1924)

"El delator" (1935)

"La diligencia" (1939)

"Las uvas de la ira" (1940)

"¡Qué verde era mi valle!" (1941)

"No eran imprescindibles" (1945)

"Pasión de los fuertes" (1946)

"Fort Apache" (1948)

"El hombre tranquilo" (1952)



"Centauros del desierto" (1956)

"El hombre que mató a Liberty Valance" (1962)
 

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