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jueves, 23 de octubre de 2014

Sarah Bernhardt (Paris, France 23-10-1844 / Ibid, 26-3-1923): In memoriam

LA PRIMERA DIVINA

Tal día como hoy hace 170 años vino al mundo la mítica actriz francesa Sarah Bernhardt, la más famosa que el mundo conoció en su tiempo. Era hija natural de una cortesana de lujo, de quien, gracias a su voluntad, dedicación, perseverancia e inmenso talento para el arte dramático, no siguió los pasos profesionalmente, algo a lo que en principio parecía predestinada (por contra, sus hermanas fueron obligadas por su madre a ejercer la prostitución desde adolescentes), aunque sí fue madre soltera como ella y tuvo muchos amantes, algunos tan célebres como Gustave Doré, Victor Hugo, Gabriele D´Annunzio o Edward, Príncipe de Gales.
De pequeña cayó por una ventana y se rompió la rodilla derecha, lo que le dejó secuelas de por vida, hasta que en 1915 una muy dolorosa inflamación de esa rodilla obligó a que le amputasen la pierna, lo que no impidió que Bernhardt continuase su profesión contando ya 70 años. De joven era una belleza de cabello rubio oscuro y ojos azul cobalto que posó desnuda muchas veces para el fotógrafo Félix Nadar y más tarde, ya famosa, lo hizo también para el hijo de aquel, que heredó la profesión del padre. Actuó en 125 obras de teatro y fue la primera actriz en representar (en diferentes ocasiones) tanto el papel de Hamlet como el de Ofelia. Además de este personaje masculino de Shakespeare, Sarah interpretó otros del sexo opuesto como el trovador Zanetto, el Aguilucho o Lorenzaccio. También fue la primera actriz-empresaria del mundo del espectáculo y en 1899 arrendó por 25 años el enorme Theâtre des Nations, único teatro donde actuaría en Francia durante los últimos 24 años de su vida. Diva caprichosa y excéntrica, solía viajar acompañada de varios perros, gatos, pájaros, tortugas, monos e incluso leopardos, leones y caimanes. Vivió obsesionada por la muerte y era una asidua del depósito de cadáveres de París; guardaba las cartas de sus admiradores en un ataúd, dormía en él de vez en cuando y se hizo retratar en su interior fingiéndose cadáver.
Mark Twain dijo que había cinco clases de actrices: "las buenas, las malas, las regulares, las grandes actrices y... Sarah Bernhardt"; Oscar Wilde escribió "Salomé" para que ella la interpretara y Sigmund Freud, después de verla actuar en "Théodora" de Sardou sucumbió ante sus encantos y durante años, una fotografía de la actriz era la que recibía a los pacientes en su consultorio. Cuando falleció a los 78 años, una multitud de 150.000 personas se agolpó en kilómetros de calles para despedir el féretro de la gran diva.
Sarah Bernhardt fue la primera intérprete en ser conocida como 'La Divina', mucho antes que Greta Garbo o Maria Callas. Curiosamente las tres representaron con gran éxito en diferentes obras a la protagonista de "La dama de las camelias" de Alejandro Dumas hijo.

Semblanza biográfica procedente (y modificada)  de la página Biografías y Vidas:

Henriette Rosine Bernard, famosa como Sarah Bernhardt, fue una actriz de teatro francesa, considerada a menudo la mejor actriz de todos los tiempos. Era hija de una familia judía de origen holandés, aunque fue bautizada y educada en la religión católica por disposición de su padre en el testamento. Se formó en el monasterio de Grands Champs, en Versalles, en cuyo pequeño teatro comenzó a actuar en funciones colegiales. Estudió interpretación en el Conservatorio de París desde 1858, por consejo del duque de Morny (de quien se rumoreaba ser su padre no reconocido), y fue discípula de Prevost y Samson. Allí obtuvo el segundo premio de comedia y tragedia al acabar sus estudios. Interpretó en alguna ocasión, aunque con poco éxito, obras cómicas, y triunfó en la tragedia y el melodrama.
Su primera actuación en la Comédie Française fue como Iphigénie, en Iphigénie de Racine (1862), sin mucho éxito, como tampoco lo obtuvo en el Gymnase en 1863. Su espíritu independiente hizo que, al día siguiente del estreno de Un mari qui lance sa femme de Deslandes (1864), en el Gymnase, en la que desempeñaba uno de los papeles protagonistas, saliera de París dejando una nota con las palabras "Perdonad a esta pobre loca...". Viajó por España y, al regresar a París, no encontró teatro alguno que le permitiese trabajar. Finalmente pudo interpretar el papel de Pricesa Désirée en La biche aux bois de Coignard. Entró en el Odéon gracias a la protección de Camilo Doucet y de Duquesnel y debutó como Silvia en Le jeu de l'amour et du hasard de Marivaux (1866) y en Les femmes savantes (1967) de Molière. Quizá las obras con que consiguió mayor éxito aquí fueron Athalie de Racine, Ruy Blas de Victor Hugo, King Lear de Shakespeare y Le passant de Copée. Conquistó al público por su dicción perfecta y su voz armoniosa, así como por su distinción y el sentimiento que imprimía a sus caracterizaciones.
En este Théâtre de l'Odéon organizó en 1870 un hospital para los heridos en el cerco de París, durante la guerra franco-alemana, y abandonó temporalmente el teatro; pero volvió a la Comédie Française en 1872, contratada por Perrin en condiciones muy ventajosas, y llegó a ser sociétaire en 1875. La primera obra que hizo en esta nueva etapa en la Comédie fue Mademoiselle de Belle-Isle de Alexandre Dumas (padre), el 6 de noviembre de 1872, con la que no tuvo tanto éxito como con Britannicus de Racine.
A partir de entonces, todas sus interpretaciones recibieron una acogida excepcional en el público y en la crítica. En 1874 hizo Phèdre de Racine, que el público había visto representar a la famosa actriz Rachel; no obstante, el triunfo de Bernhardt fue completo. Su intuición en captar la psicología de los personajes se complementaba con el talento que mostraba en sus arranques de pasión intensa y en sus exhibiciones de sentimiento y de patetismo, y su voz se hizo famosa como la voix d'or. El público llenaba los teatros y la idolatraba.
Debutó en Londres en 1879 con la compañía de la Comédie Française y también obtuvo un éxito sin precedentes. De regreso a París, tuvo una salida controvertida de la Comédie en 1880; cansada del trabajo metódico de la compañía, al día siguiente del estreno de L'aventurière de Augier (17 de abril de 1880), presentó su renuncia a su puesto de sociétaire con la excusa de una mala crítica en prensa. Se retiró a una casa que tenía cerca de El Havre, y Perrin, gerente de la Comédie, la demandó ante los tribunales para exigirle una indemnización de 300.000 francos. Los jueces condenaron a la actriz a pagar 100.000 y las costas.
Sarah Bernhardt abandonó la Comédie Française cuando sólo tenía treinta y cinco años, un momento temprano de su carrera, por las coacciones que recibía debido al estilo tradicional de actuación que la Comédie imponía a sus miembros. Entre los triunfos conseguidos allí destacan sus interpretaciones de Cordelia en King Lear y La Reina en Ruy Blas, la obra en que, según ella misma dijo, presentó "el arco iris completo de sentimientos distintos" en un papel que siempre había estado oscurecido por el resto de los personajes. Otro papel importante fue Athalie en la obra del mismo título, al que no interpretó como un tirano violento y temperamental (tal y como se hacía tradicionalmente), sino con una dulzura susurrante que destilaba todo el veneno del texto de Racine.
Bernhardt trabajó en una tradición teatral en la que el público iba a contemplar a la actriz más que a la obra. Su fama como uno de los grandes monstres sacrés le permitió interpretar a Racine con enorme éxito en Londres. En 1880 obtuvo uno de sus mayores éxitos en Londres y Nueva York en el papel de la actriz francesa del siglo XVIII Adrienne Lecouvreur, en la obra de Scribe. El hecho de que la Lecouvreur hubiera rechazado ser enterrada en suelo sagrado sirvió para remarcar sus sufrimientos y el cambio de categoría que la profesión de actor había conseguido en la sociedad de Bernhardt.
La actriz montó su propia compañía en 1880, con la que hizo la primera de sus muchas giras por los Estados Unidos de América en 1881 y ganó cientos de miles de francos. Fue durante este viaje cuando se casó por única vez en su vida. Con un hijo nacido en 1864 de una pareja anterior (Charles-Joseph Lamoral, príncipe de Ligne, con quien tuvo una apasionada relación hasta que él la abandonó presionado por su familia tras dejarla embarazada) contrajo matrimonio en 1882 con Jacques Damala, un acaudalado oficial griego adicto a la morfina al que ella trató sin éxito de convertir en actor, separándose de él un año después, con sucesivas reconciliaciones y distanciamientos hasta que él murió en 1889 a los 42 años a consecuencia de su adicción.
De regreso a París, dirigió una compañía en el Théâtre Ambigu en 1881 con su hijo Maurice; montó otra compañía en el Théâtre du Porte Saint-Martin entre 1883 y 1886; estrenó Fédora de Sardou en el Vaudeville (1882); Nana Sahib de Richepin (1883) en el Théâtre du Porte Saint-Martin; y Macbeth de Shakespeare (1884) en el mismo teatro. En la escena del sonambulismo de Lady Macbeth obtuvo uno de los mayores éxitos de su carrera.
Se declaró en bancarrota en 1883, pero con los inicios de la década de los noventa se embarcó en una gira mundial entre 1891 y 1893; partió hacia Nueva York el 23 de enero de 1891 y llegó allí el 5 de febrero, con un contrato que le daba una parte considerable de los ingresos de taquilla. Allí publicó un artículo titulado "El idealismo y el realismo en el arte". En Australia tuvo conflictos con el público; luego pasó a Egipto y, finalmente, a Europa en mayo de 1892, después de dar 303 funciones de Tosca y 46 de Cleopatra, obras ambas de Sardou. Desde entonces sólo actuó por cuenta propia.
De vuelta a París se asoció con Coquelin para representar L'Amphitryon de Molière, y Magda de Sudermann. Fue por aquel entonces cuando una de las actrices de la compañía con la que había viajado a América escribió "Les voyages de Sarah Bernhardt en América" y una segunda parte, "Mémoires de Sarah Barnum", en las que criticaba a la Bernhardt, que había llegado a darle un latigazo en la cara y a batirse en duelo a florete con ella. Sarah Bernhardt, ajena a la polémica, dirigió entonces el Théâtre de la Renaissance (1893-1899) y alquiló el Théâtre des Nations, que tomó el nombre de Théâtre Sarah Bernhardt (1899-1923), donde representó el papel de Hamlet de Shakespeare y, entre otras obras, L'Aiglon de Rostand (1900). Entre 1900 y 1923 también fue actriz cinematográfica, protagonizando una decena de películas.
Recibió la Légion d'Honneur en 1914 y reunió fondos para los heridos de la Primera Guerra Mundial. Tras una herida al lanzarse en la última escena de Tosca sufrió la amputación de la pierna derecha en 1915. A poco de su recuperación decidió hacer una gira tras las trincheras francesas haciendo actuaciones para animar a las tropas. Organizó varias giras con su compañía y recorrió toda Francia. Aun con la pierna amputada, Sarah Bernhardt siguió actuando. Recitaba monólogos, poemas o representaba actos famosos de su repertorio de obras en las que no debía estar de pie. Siguió también participando en películas tras la guerra. Su última gira por los Estados Unidos de América fue en 1916-1918 y su última temporada en Londres en 1921. Su muerte, subsiguiente a un gravísimo ataque de uremia la sorprendió en el rodaje de La voyante, cuando había convertido su habitación en un improvisado estudio para evitar los traslados y las molestias. El 15 de marzo de 1923, tras rodar una escena, quedó totalmente agotada hasta que se desmayó. Nunca se recuperó. Días más tarde, el 23 de marzo, fallecía en brazos de su hijo Maurice. Su entierro fue multitudinario: unos 150.000 franceses acudieron a despedirla. Fue inhumada en el cementerio parisino de Père-Lachaise.
La carrera de Sarah Bernhardt fue larga y dilatada. Interpretó papeles muy alejados de sí misma, tanto en sexo como en edad; así, por ejemplo, en La gloire de Rostand, o en Athalie de Racine. Una de sus creaciones más famosas fue en L'Aiglon de Rostand, sobre el único hijo de Napoleón, muerto a los veintiún años, que Sarah Bernhardt representó cuando tenía cincuenta y seis. Aun en sus últimos años, su voz mantuvo el timbre cristalino y puro que llevó a Marcel Proust, después de verla representar Phèdre, a inmortalizarla como la gran actriz trágica La Berma, en la novela "A la recherche du temps perdu" (En busca del tiempo perdido).
El repertorio romántico francés le dio los papeles de mayor éxito de su carrera; entre ellos destaca el de la cortesana desgraciada que protagonizaba la adaptación de la novela de Alejandro Dumas, hijo, La Dame aux camélias (1884). Cuando interpretó este papel en Viena en 1889, la escena de la muerte fue tan impresionante que varias de las señoras del público se desmayaron, y en París, donde solían acabarse las representaciones cantando la Marsellesa, ella dirigió el canto, que se repitió hasta cuatro veces, con el público deshecho en lágrimas.
Las grabaciones de su voz son tan antiguas que es difícil percibir en ellas su timbre característico, y la película sobre Hamlet en la que actuó cuando tenía cincuenta años tampoco hace justicia a sus cualidades. Bernhardt revolucionó el modo en que solía interpretarse este papel para los públicos inglés y francés; ella recitaba el "Ser o no ser" en un tono meditativo, un susurro a media voz, en vez de hacer uso de la declamación retórica puesta de moda por los actores de principios del siglo XIX, o aparecía de repente detrás del rey mientras los cómicos representaban la obra de Hamlet para espantarle y hacerle caer en el paralelismo con su propio crimen. Su interpretación intentaba acercarse a las innovaciones del siglo XX y las traducciones en prosa de las obras de Shakespeare sirvieron para que el público descubriera a ese autor. No respetaba totalmente los textos. Su triunfo con Hamlet en 1899 fue precedido de las opiniones de los críticos franceses sobre su interpretación de Lorenzo en Lorenzaccio, de Musset. Su adaptación de la obra la redujo a una versión que quedó fija hasta la reposición de Gérard Philipe en los años cincuenta del siglo XX.
Sus inquitudes artísticas llegaron incluso a las artes plásticas y a la literatura; publicó obras de teatro, relatos y otros textos. Se la llamó "Reina de la postura y princesa del ademán". Entre sus excentricidades se cuentan sus viajes en globo, algunas pantomimas que representó o el hecho de que se mandó construir un lujoso ataúd, forrado de terciopelo violeta, que siempre iba con ella y en el que se acostaba con frecuencia. Alta y delgada, con ojos oscuros y una inmensa presencia escénica, independiente y culta, dominó la escena francesa durante cincuenta años.

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